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Un trimestre muy exigente

Se acercan los primeros exámenes electorales de la era Cambiemos y el Gobierno tiene varios éxitos para sumar a su cuenta, pero también tiene no poco desaciertos y promesas incumplidas

Héctor Rubini 31 julio de 2017

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

Llega agosto, y el inicio del trimestre clave para el futuro de corto y largo plazos: el de los comicios de medio término. Primero, las PASO en un par de domingos y, luego, las legislativas el 22 de noviembre. En este período, en clave electoral, el mínimo desliz o error de cualquier candidato puede ser más decisivo que cualquier improvisación ocurrente y efectista. La experiencia indica que la suma de votos de los precandidatos de cada partido da lugar a un ordenamiento de votos de mayor a menor que luego se repite, con algunas excepciones, en el resultado de las legislativas.

En esta oportunidad, el actual oficialismo llega con diversos aciertos en varias direcciones. Revirtió el alineamiento inconducente con la dictadura venezolana y sus simpatizantes “progresistas” de varios países de la región (Brasil, Ecuador, Cuba, Nicaragua, Uruguay y Bolivia), así como de gobiernos que han desafiado recurrentemente al de los Estados Unidos, como los de Irán, Rusia o China.

Sin embargo, resuelto el problema del pago de la deuda a los holdouts y normalizado el mercado cambiario, debió emprender con el difícil intento de revertir los desbalances heredados y reconstruir condiciones favorables para la estabilidad y el crecimiento.

Gradualismo a full

Sin mayoría propia en el Poder Legislativo para reformas estructurales profundas, se optó por una estrategia gradualista, y con una expectativa, luego frustrada, de un masivo arribo de inversores en el segundo semestre del 2016.

Aun así, la economía comenzó a reactivarse, pero con resultados todavía ambivalentes.

Por el lado positivo, la inflación cerrará 2017 con 20-25 puntos menos que en 2016, y un crecimiento acotado, aunque con buenas perspectivas para 2018. La obra pública empezó a cobrar dinamismo, y el agro parece sostener un “piso” de actividad y exportaciones realmente interesante, a pesar de tener 2 millones de hectáreas bajo agua, y sin los términos de intercambio récord de la década pasada.

Por el lado del vaso medio vacío, no hay una marcada expansión de vacantes laborales en el sector privado, y la competitividad externa sigue en terapia intensiva. Los números de comercio exterior siguen siendo deficitarios y, aun con una presión tributaria que es récord histórica, el resultado fiscal sigue en rojo.

El endeudamiento externo seguirá siendo, hasta 2019 cuanto menos, la principal fuente de financiamiento, aunque ese ingreso de divisas admite varias lecturas. Transformado en pesos, su emisión genera inflación. Para que no ocurra hay que absorberlo emitiendo nueva deuda (hasta ahora del BCRA), sosteniendo tasas de interés que restringen la expansión del crédito, y la actividad y el empleo.

Dilemas y escenarios

El aparente dilema entre inflación y actividad parece resolverse priorizando el objetivo de bajar la inflación, algo que borraría dicho dilema en el mediano plazo: a menor inflación, la economía tiende a crecer más. Sin embargo, la dinámica del tipo de cambio no va a estar libre de polémicas, en un régimen de flotación cambiaria (“libre”, según ciertos discursos o “administrada”, como muestra la realidad): si el tipo de cambio sube “demasiado” saltan las alarmas por su traslado a precios” y, si no lo hace, suenan otras por el “atraso del tipo de cambio real”?

El contexto externo se vio modificado con el triunfo de Donald J. Trump y la expectativa de subas de tasas de interés en el exterior. Esto tornó aconsejable anticipar la emisión de deuda externa al primer semestre. Si se podía o no graduar, y postergar parte de esas emisiones, es algo discutible. Hoy, sin grandes subas de tasas podría afirmarse que quizá hubiera sido conveniente, pero al menos buena parte de esos dólares (unos U$S 6.000 millones) están depositados en el Banco Nación a cuenta del BCRA, y pueden liquidar cualquier ataque especulativo en sólo minutos.

Sin embargo, la emisión monetaria sigue creciendo a no menos de 30% anual, mientras los dólares que consigue el Gobierno vía endeudamiento se van para pago de importaciones y servicios reales y financieros.

La agenda futura

Sin perspectiva de una drástica baja de la inflación para el próximo semestre, el problema no es ya la no credibilidad en la meta de inflación oficial entre 12% y 17% sino la coherencia entre instrumentos y decisiones públicas con objetivos mutuamente compatibles. Reducir el déficit fiscal y la presión tributaria permite reducir la brecha fiscal y el emisionismo de dinero y deuda sólo si se baja el gasto público de manera drástica y permanente.

El margen político es muy estrecho y no se espera un cambio significativo en la relación entre bloques legislativos luego de estas elecciones. Por eso la preocupación por el retorno de la expresidenta al Senado. Sin consensos mínimos, costará imaginar reformas estructurales políticamente conflictivas, pero necesarias, para cambiar el modo y tipo de crecimiento y de inserción en el mundo.

Sobre este punto, el recetario del informe de la OCDE de la semana pasada no es sino un recordatorio del grado de extravío de Argentina entre 2002 y 2015. La flexibilización de los mercados de factores, el retorno a un sendero de disciplina fiscal de verdad, y la consolidación de reglas de juego (instituciones legales y judiciales, y su “enforcement”) creíbles y no manipulables, exigen consensos que no podrán lograrse en pocos meses.

Inevitablemente llegará el momento en que se deban tomar algunas decisiones difíciles para cambiar el actual sendero de bajo crecimiento, desequilibrio fiscal y externo, y recuperar décadas perdidas en materia de productividad.

Mientras tanto, el corto plazo manda, y lo visible es que suben los precios y los costos, la presión tributaria no cede, la recuperación del atraso cambiario es percibida como mínima, y la gradual recuperación del crecimiento no altera el malestar de la población de ingresos medios y bajos. Ciertamente, en no pocos países ha tenido éxito un régimen de metas de inflación con flotación cambiaria. Pero dada la magnitud de los desbalances heredados, y de las correcciones pendientes en materia tarifaria, de reforma de la Administración Pública, y de regulación de mercados, la flotación cambiaria no será totalmente libre.

En otras palabras: el BCRA deberá ser acompañado por decisiones de otros organismos del Estado para frenar transitoriamente los reclamos de algunos sectores con precios regulados. Caso contrario, si aumenta la volatilidad cambiaria y la de los precios, el resultado será una mayor inflación mensual, algo que en términos electorales le será más útil a la oposición que al oficialismo, al menos para las PASO del próximo 13 de agosto.

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