Por Zain Pirbhai Filántropo y Director de una empresa de gestión inmobiliaria
Africa.- Debo admitir que he sido increíblemente afortunado de haber tenido la oportunidad de viajar a muchos países. Cada país que he visitado me ha enseñado algo diferente sobre la vida y sobre este mundo loco en el que vivimos. Nací en Mauricio, una pequeña isla en el océano Índico, que resulta ser parte del continente africano. He pasado la mayor parte de mi vida en esta hermosa isla paradisíaca, con océanos turquesa, playas de arena blanca y tranquilos senderos naturales. Notoriamente, la naturaleza ha sido una gran parte de mi vida y por eso ocupa un lugar especial en mi corazón. Solo me di cuenta de la suerte que tenía cuando viajé a otros países y noté una diferencia en la calidad del oxígeno. Lo sé, probablemente parezca sorprendente, pero los árboles crean oxígeno a través de la fotosíntesis y supongo que la gran cantidad de vegetación en Mauricio logró convencerme de que realmente se podía notar una diferencia en la calidad del aire.
Fue a esta altura que comencé a interesarme activamente por el medio ambiente y la amenaza inminente del cambio climático, un fenómeno del que había oído hablar, pero que no comprendía del todo. Nosotros, como seres humanos, hemos recorrido un largo camino en términos de tecnología, fabricación e innovación. Sin embargo, el factor que se pasa por alto es el impacto que este avance genera en el planeta. Por ejemplo, la producción de acero, cemento y plástico nos ha permitido crear más; no obstante, este proceso contribuye al 31% de las emanaciones de gases contaminantes a nivel global. La invención de la electricidad nos ha posibilitado mayor innovación, especialmente en los últimos tiempos; sin embargo, esto provoca el 27% de las emisiones. El cereal que comemos por la mañana, por ejemplo, contribuye al 19% de las emisiones. El objetivo de mencionar estas cifras es mostrar que muchas de las cosas que hacemos a diario favorecen al calentamiento de la Tierra. Seré la primera persona en decirles que resultará extremadamente difícil vivir una vida libre de carbono. En lugar de siquiera considerar eso, todos podemos hacer un pequeño esfuerzo para reducir las consecuencias, como apagar las luces cuando no las necesitamos o cerrar el grifo cuando nos cepillamos los dientes.
El aspecto más notable del nuevo coronavirus es que, a pesar de las numerosas medidas sanitarias de aislamiento social, el cierre de negocios no esenciales y todas las disposiciones estrictas aplicadas a los viajes, nuestras emisiones de carbono solo se redujeron un 8% en 2020. Teniendo en cuenta las medidas vigentes y que la mayor parte del mundo está encerrada en sus hogares, no es probable que esta disminución se repita sin las mismas medidas restrictivas, lo que no ocurriría de no existir la pandemia y sus lamentables circunstancias.
En particular, lo veo como un desafío interesante: desde una perspectiva internacional diversa, estoy interesado en observar cómo las soluciones formuladas funcionarán también para los países más pobres. Por ejemplo, los combustibles fósiles como fuente de energía se utilizan predominantemente debido a sus precios favorables. Será una alternativa viable para los países más pobres, considerando los mercados fluctuantes y las economías inestables. Ciertamente, no tengo las respuestas, pero tengo curiosidad por ver hasta dónde puede llegar la innovación científica para ayudar en esta cuestión.
Mi artículo ha expresado una seria preocupación por la situación del Medio Ambiente actual. Como hombre de negocios, he entendido lo que puedo hacer para ayudar y espero con ansias nuevos proyectos que intenten abordar estos problemas. Ésta es una circunstancia desafortunada y, como seres humanos, es hora de que nos levantemos y hagamos las paces por nuestra indiferencia previa. Sé que yo lo intentaré, ¿y tú?
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