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Es el tiempo de las finanzas sostenibles

El financiamiento sostenible no se trata de filantropía: desarrollado de manera adecuada, puede actuar como un acelerador que permita nuevos negocios de triple impacto

Finanzas sustentables
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Pablo Cortínez 14 diciembre de 2021

En 2009, en un evento similar al que tuvo lugar pocas semanas atrás en Glasgow (la cumbre climática, más conocida como COP26), los países desarrollados tomaron el compromiso de acercar en conjunto US$ 100.000 millones por año a partir de 2020 para facilitar que los países en desarrollo puedan combatir el cambio climático con más posibilidades de tener éxito.

Es sabido, y así es reconocido incluso en acuerdos internacionales, que países como el nuestro requieren tres elementos prioritarios para mejorar sus perspectivas climáticas. 

  1. Uno de ellos se relaciona con el desarrollo de capacidades de su población en general, y de sus dirigentes en particular. 
  2. Recibir transferencia tecnológica representa un segundo elemento que permitiría disminuir la brecha en un ámbito clave. En oportunidades, los dos elementos mencionados deben ir juntos. 
  3. El tercer elemento es la financiación. Sólo comparando los niveles de profundidad financiera de los principales países europeos o de Estados Unidos y Canadá, con los países de la región, brinda una idea respecto de la gran distancia existente en cuanto al nivel de desarrollo del mercado financiero tradicional. Algo similar ocurre en cuanto al mercado de capitales.

Con relación al financiamiento, las últimas décadas muestran una serie de iniciativas que, además de buscar un resultado económico positivo, incorporan otros aspectos que otorgan a las finanzas una mirada más holística, integral e inclusiva. Las finanzas sostenibles son el resultado de incorporar a las finanzas tradicionales los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ASG). 

Algunos actores del sector financiero lo hacen por convicciones respecto de su contribución a un mundo más sano; otros entienden que existen riegos ambientales y sociales que pueden convertirse en pérdidas económicas; varios de ellos, por su lado, visualizan oportunidades de negocios; en tanto otros se ven obligados, sea por regulaciones de su país, o por presiones de stakeholders o shareholders cada vez más exigentes. 

Para el caso de los administradores de fondos de terceros, un renovado concepto del deber fiduciario alerta sobre el alcance de la responsabilidad de los asset managers. Todo esto se ve facilitado por la caída del preconcepto respecto de que lo ambiental o socialmente sostenible no es rentable.

La asimetría en el desarrollo de los mercados financieros también se presenta cuando focalizamos en el desarrollo de las finanzas sostenibles. Las regulaciones más avanzadas en la materia, así como las emisiones más relevantes de bonos verdes, sociales y sostenibles tiene lugar en los principales países europeos (más allá de que Estados Unidos y China suelen disputarse el primer puesto en cuanto a bonos verdes). El primer bono verde fue emitido en 2007 por el Banco Europeo de Inversiones (BEI), y la taxonomía en finanzas sostenibles que está desarrollando la Unión Europea es referencia para otros casos. 

Aquel compromiso de 2009 aún no se ha concretado en su totalidad. El Pacto Climático de Glasgow así lo refleja. Ese monto fue inferior a lo comprometido, y se estima que recién en 2023 sería alcanzado. Al mismo tiempo, la pandemia provocó un redireccionamiento de fondos que originalmente tenían destino “verde” hacia fines sanitarios y sociales. 

Queda claro que ni los organismos multilaterales de crédito, ni los países desarrollados podrán cubrir el gap de financiación para evitar que el planeta traspase el punto de no retorno. El sector financiero en su conjunto tendrá un rol clave, tanto en unos países como en otros.

En América Latina, desde 2014 (cuando se emitió el primer bono verde) y hasta junio de este año, se había emitido un total de 169 bonos verdes, con emisores provenientes de 12 países, superando un volumen de US$ 30.000 millones. 

Con el liderazgo de Brasil, Chile y México, y aun siendo una de las regiones más biodiversas del mundo, América Latina concentra sólo 2% del total de bonos verdes emitidos. La banca de desarrollo internacional, regional y local ha tenido un papel preponderante en el desarrollo de las finanzas sostenibles, junto con las asociaciones de bancos de la región, y un número creciente de entidades financieras que han tomado la bandera de la sostenibilidad financiera. 

Aquellos casos de autoregulación de bancos que se iniciaron con los llamados Protocolos Verdes, han dado lugar a iniciativas más amplias que, más allá de lo Ambiental, han incorporado también la “S” y la “G”. Por el lado de los Bonos Temáticos, el año 2020 fue, como consecuencia del Covid-19, testigo de un boom de bonos sociales y sostenibles.

Los tiempos se aceleran para que los países del mundo tomen definitivamente las medidas que logren alejarnos del punto de no retorno en lo relacionado con las consecuencias del cambio climático. Varias de las soluciones tecnológicas que pueden conducirnos hacia una economía más baja en carbono ya existen. Algunas de ellas, como el caso de ciertas energías renovables, ya son competitivas al ser comparadas con el costo de generación de las fuentes tradicionales. Aunque de manera trabajosa, en la Cumbre de Glasgow se acordó reducir el uso del carbón como fuente de energía, lo que puede constituir el primer paso hacia su futura eliminación.

El llamado a ampliar rápidamente la generación de energía limpia y a implementar medidas de eficiencia energética, junto al llamado a eliminar los subsidios a los combustibles fósiles (primera vez que son mencionados de manera directa), marcan una tendencia que parece irreversible.

El financiamiento sostenible no se trata de filantropía. Desarrollado de manera adecuada, puede actuar como un acelerador que permita nuevos negocios de triple impacto para las empresas y para los bancos, a la vez que infraestructura sostenible, entre otros. De ese modo, los países podrán contribuir a forjar un mundo vivible para las futuras generaciones y cumplir con las contribuciones en el marco del Acuerdo de París. 

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