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Necesitamos un Plan B

El Plan B imprescindible, requiere tratar nuestros dos grandes males a la vez: la inflación y el estancamiento

13 abril de 2017

El Presidente señaló que no hay Plan B. Esto supone que él cree que hay un Plan A. No ha sido explicitado. Nos queda deducirlo y analizar sus resultados.

Si medimos por empleo no hay mejorías. La supuesta mejoría revelada deriva más de los que se retiraron del mercado laboral que de la creación suficiente de nuevos puestos.

Las caídas del consumo informan que la capacidad de compra no se ha recuperado.

En 2016 el PBI cayó 2,5% y por habitante resulta inferior al de 2011.

La tasa de inversión orilla el 15% del PIB. La menor de la década, que fue espantosamente baja. No hay más equipo de capital ni modernización del existente. Nada hemos aportado para la mejora de la productividad.

Las exportaciones no crecen y el déficit fiscal no amaina.

No conocemos el Plan A. Pero sus resultados no son buenos. Tasa de inversión enclenque y fuerza de trabajo en retirada no suman “estamos todos los días un poquito mejor”.

“El” objetivo

Lo que vemos es que “aquí y ahora” existe un “gran objetivo”: la inflación 17% en 2017. A ese objetivo se le ha asignado la herramienta política monetaria y, más precisamente, la tasa de interés.

Inferimos que el Plan A es que la tasa de interés suba todo lo que sea necesario para aplacar la llama de la inflación. El manager del Plan A es el Presidente del BCRA. Un solo objetivo y un solo instrumento.

Mauricio Macri no quiere “un ministro de Economía” que disponga de varios objetivos e instrumentos armonizados, tal como recomienda toda la teoría disponible de la política económica.

El PRO eliminó de su política otros objetivos. Por ejemplo, la tasa de crecimiento. Un objetivo no es tal sino revela sus instrumentos y sus recursos.  El PRO entiende que los demás objetivos se alcanzarán por el mercado una vez que se reduzca la inflación.

En los últimos tiempos hubo un cambio en el discurso. Al principio “la confianza” dispararía la expansión y el bienestar. “La confianza” surgiría del “mejor equipo de los últimos 50 años”. Y con ella llegarían legiones de inversores. No llegaron.

Ahora el discurso es que la baja de la inflación habrá de generar un alud de inversiones. Ese sería el Plan A: menos inflación más inversiones. La estabilidad, por ahora, se resiste a venir y este mes pegó un respingo. Aunque está para bajar menos que lo que aspira el BCRA.

Recordemos que mientras haya desaliño de precios relativos (tarifas, subsidios, tipo de cambio, etcétera) y como -más allá de cuestiones menores y esporádicas? los precios son inflexibles a la baja, todo cambio en los precios relativos constituye una presión inflacionaria. Falta mucha “presión” todavía.

La extraordinaria performance de los precios, después de la megaestampida del dólar en 2002, no fue magia. Fue la consecuencia de 50% de pobreza, 22% de desempleo, licuación de activos financieros y nuevas retenciones a las exportaciones.

Una megarecesión, finalmente, pone un dique a los precios? pero. Todos pedimos a Dios, especialmente en estas Pascuas, que nos libre de las consecuencias de un error de quien controla la nave en este océano de problemas.

El Plan A implícito, o la macro conducida por el BCRA sin ministro de Economía, no dispone de objetivos multidimensionales ni de instrumentos apropiados. ¿Nos aleja o nos acerca a los problemas?

Un balance

Los planes macroeconómicos, normalmente, tienen varios objetivos simultáneos. Ninguno prescinde, por ejemplo, del de crecimiento de la economía. Para lograrlo se utilizan instrumentos apropiados que, claramente, no incluyen la suba de las tasas de interés sino, más bien, lo contrario.

Este remedio, la tasa en suba, puede ayudar a curar un mal ?la inflación? pero sin duda empeora el estado del otro mal que es el estancamiento de la economía. Una economía por 5 años estancada y que por una década convivió con tasas de inversión que no apuran el crecimiento.

Al Plan A  no le cabe el objetivo, ni dispone de las herramientas, del crecimiento. El BCRA pide tiempo? cuando acabe la inflación va a llegar...

Los mentores del Plan A  sostienen que logrado el objetivo, inflación en 12% o 17% anual, entonces se habrán dado las condiciones para el crecimiento.

De esto se infiere que el Plan A es tasa de interés más tiempo. Primero la estabilidad relativa y después el crecimiento. ¿Será técnica y políticamente posible?

Una apostilla. Hay regimenes de alto impacto para adelgazar. Entre ellos, las anfetaminas o cosas parecidas. Nada más parecido a la inflación que la gordura.

Las anfetaminas adelgazan. Pero generan adicción. Cuando se dejan de usar se recupera, y hasta se supera, el peso perdido.

El uso produce problemas psicológicos y hasta neurológicos. Los usuarios se tornan irritables (al igual que el tratamiento monetario irrita a los que lo padecen y alegra el boticario ?pedal financiero? que lo disfruta).

Es decir no se puede usar cualquier método para adelgazar aunque el mismo, transitoriamente, tenga éxito. No es negocio tornarse flaco pero descerebrado.

La búsqueda de un solo objetivo, y con un instrumento que agrava otras cosas, es un error de política económica.

Y un error comprobable en la experiencia de nuestro país.

El menemismo acudió a la eliminación de la moneda ?convirtió a la moneda local en un vale de caja? mediante la Convertibilidad. Bajó la inflación. Pero descerebró la economía.

Se produjo una marea de importaciones que generaron desempleo y cierre de plantas productivas y todo el desequilibrio fue financiado con deuda externa.

La “estabilidad” duró lo que duró la capacidad de financiarnos en el exterior. Que, finalmente, se acabó.  Al fin del camino quedó una sociedad muy complicada. Las anfetaminas de la convertibilidad, en definitiva, también fueron las tasas de interés que nos cobraron en dólares. Pero es otro tema.

Mauricio, ante la “irritación” que produce que la economía no arranque y que la tasa de inflación no amaine tanto como los esfuerzos que se realizan en materia de tasas de interés, ha aclarado que no hay y que no tiene un Plan B.

Es más, ha dicho que si alguien tiene alguna idea, para discutir sobre el enfoque global del Plan A, espere a las elecciones para ver si la opinión ciudadana convalida esas ideas. Y sino, nada.

La trampa

Nuestro país arrastra hace años una verdadera trampa de “estanflación”. Cualquiera sean los números del PIB, como hace tantos años que no crece el PIB por habitante, como consecuencia de que la tasa de inversión es insuficiente para incrementar la productividad y el empleo, entonces estamos en una economía estructuralmente estancada.

Las tasas de crecimiento en algunos de los últimos años solo alcanzó para recuperar lo perdido previamente. Y como la población crece en forma constante, entonces, el crecimiento minúsculo no resuelve el problema del estancamiento de la economía personal.

A eso hay que agregarle que la inflación muy elevada ha convivido con ese estancamiento, y que cada vez que se modifica un precio relativo, que afecta a todo el proceso de producción y distribución, se produce un impacto inflacionario adicional y una cadena de repercusiones inevitables. Es una pena que el Plan A no admita debate.

Hay un escenario externo que podemos aprovechar. El nivel general de las materias primas, a marzo del corriente año, fue superior en 6% al promedio de 2016 y 2015, aunque largamente por abajo del promedio de 2003/2015.

Es decir, no estamos en un escenario externo pésimo. La marcha de la economía mundial señala que este año será mejor que el 2016, y Brasil dejará de caer.

Claro que un macrista, enamorado del glamour M, debe repetir y con razón, cuando recuerda los años K,  “la suerte de la fea, la linda la desea”. El escenario externo de la “década soplada” fue insuperable.

Pero lo que viene, muy modesto, hay que aprovecharlo con detalle.

¿Con este tipo de cambio, que el Plan A a pura tasa de interés revalúa todo el tiempo, hay manera de aprovechar la mejoría de las señales externas?

La economía nacional está en estanflación hace años. Y esa enfermedad no admite “remedios parciales”. El remedio antiinflacionario de la tasa de interés, en una economía estancada, profundiza el estancamiento. Y el remedio keynesiano de demanda pública para utilizar la capacidad ociosa, en escenario de inflación, se debilita porque entona al proceso inflacionario.

El Plan B imprescindible, que el Presidente no tiene o no quiere, requiere tratar los dos males a la vez: inflación y estancamiento. Ese es nuestro problema.

Para salir de ese laberinto en que está nuestra economía, como decía Leopoldo Marechal, hay que hacerlo por arriba.

Es decir desde “la política” porque la única manera es concertar.

Acordar el Estado, los empresarios y los trabajadores, un programa en el que se pueda promover el crecimiento y contener la inflación. Es el único camino. Hay muchas experiencias exitosas en todo el planeta, pero ninguna es posible ahondando la confrontación. Que la meditación pascual inspire un Plan B. Lo necesitamos.

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