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La libertad está en construir un proyecto de desarrollo económico (y no en el libre mercado)

Renunciar al diseño de un proyecto de desarrollo es perder la libertad. Será libre aquella sociedad que pueda trazar sus objetivos y elegir su destino.

Suponer que el libre mercado lleva a un óptimo implica admitir que otros países no intervienen en el mercado para influir en un resultado determinado.
Suponer que el libre mercado lleva a un óptimo implica admitir que otros países no intervienen en el mercado para influir en un resultado determinado. pixabay
Daniel Glatstein 04 septiembre de 2023

La "Teoría de las ventajas Comparativas" (principios del Siglo XIX) de David Ricardo plantea que las naciones pueden beneficiarse de sus diferencias mediante una relación comercial en la que cada una se focaliza en la producción de los bienes que puede producir relativamente mejor, destinando sus factores de producción (tierra, capital, trabajo) a estos bienes en los que mejor desempeño relativo tiene. 

De esta forma se espera que, a partir de la complementación, todas las naciones logren que su producto agregado sea mayor y se beneficien del intercambio.

La idea central que subyace en esta teoría es que, aun siendo inferior en la productividad de todos los bienes en términos absolutos, siempre existirán bienes en los que se tiene ventajas relativas. 

Según esta visión, se podría afirmar que, a mayor apertura comercial, más se vería favorecido un país. Sin importar si se trata de uno rico o uno pobre, industrializado o no, etc. Porque sus factores de producción serían utilizados para producir aquellos bienes que, en términos relativos, es más eficiente e importaría aquellos productos en los que menor performance relativa tiene.

Hay un detalle no menor en la visión de los modelos de crecimiento clásicos y es que los cambios tecnológicos ocurren de manera exógena, por una acción independiente y no como resultado de la misma interacción de las variables que explican el modelo. Schumpeter, en cambio, aborda el concepto de innovación, entendiendo al mismo como un mecanismo intrínseco del capitalismo, originado desde su propia dinámica y no como un factor externo.

No obstante, debemos observar que hay otros elementos a considerar. No es lo mismo exportar commodities como petróleo, trigo, maíz que bienes de capital, microchips o radiofármacos, ya que las relaciones comerciales entre países impactan en sus estructuras económicas, sociales y en su desarrollo.

En esto se basa la teoría de la complejidad económica (Hausmann, Hidalgo et al., 2011), cuyo planteo es que la producción de bienes y servicios requiere no sólo de materias primas, mano de obra y maquinarias, sino que también hay un cuarto elemento, intangible, que se encuentra de forma tácita en todos los bienes/servicios y que es necesario para combinar los otros elementos de forma eficiente: el conocimiento.

En este sentido, lo que observan estos autores es que el nivel de conocimiento que se requiere para fabricar diferentes productos puede variar enormemente. Más aún, la mayoría de los productos modernos requieren de más conocimiento del que puede poseer una sola persona. 

No existe nadie en este mundo, por más experto que sea, que pueda construir una computadora desde cero. Hay un encadenamiento de saberes sobre tecnología de baterías, cristales líquidos, diseño de microprocesadores, desarrollo de software, metalurgia, e infinidad de otras habilidades que son necesarias y nadie puede poseerlas en su totalidad.

En alguna medida, esta mirada conecta con las ideas de Adam Smith. En el sentido de que una gran especialización es necesaria para producir bienes complejos y ser competitivo. La diversidad de conocimiento productivo que se requiere es enorme y no es fácil de conseguir. 

Este conocimiento no puede ser diseñado por un burócrata en una oficina, sino que surge de la interacción de las personas, de las necesidades y dificultades que van teniendo que solucionar en el camino, motivados por los animal spirits que tienen lugar en los mercados competitivos.

Ocurre, por otra parte, que las sociedades se moldean en gran medida por las relaciones que surgen de sus estructuras productivas. Y esto tiene implicancias tanto en el crecimiento de la economía como en la distribución del ingreso. 

Al respecto, otros autores (Hartmann, et. al., 2017) plantean que el mix de exportaciones de un país nos da información suficiente para predecir el crecimiento esperado y la distribución de su ingreso. En los estudios que realizaron, encontraron que los países que experimentan incrementos en su complejidad económica, entendiendo a la misma por exportar bienes de mayor valor agregado, logran reducir la inequidad en el ingreso.

La observación que hacen los autores, nos muestra que países con similar PIB per carpita (riqueza) y nivel de escolarización, varían en el coeficiente de Gini (distribución del ingreso) con una tendencia muy clara: a mayor primarización de sus exportaciones, mayor desigualdad. 

Una explicación posible es que una economía exportadora de bienes complejos, necesita de un mayor cúmulo de conocimiento que, como mencionaba más arriba, necesariamente va a estar distribuido en más individuos. Adicionalmente, una economía de bienes complejos aumenta las interacciones de networking que redunda en más conocimiento. Se demanda personal más capacitado y mejor formado, todo lo cual genera un círculo virtuoso de conocimiento, crecimiento y desarrollo.

No debemos perder de vista que, siendo que la utilidad es marginalmente decreciente, un Gini más bajo implica mayor bienestar. Para los no economistas, esto significa que el bienestar que experimentamos al consumir, crece más lentamente en la medida que vamos aumentando el consumo y saciando nuestros deseos y necesidades. En consecuencia, para un mismo nivel de ingreso promedio, una sociedad más igualitaria alcanzará un nivel de bienestar social más elevado.

De esta forma, vemos que la especialización que podría tocarnos por el mero resultado de las fuerzas de mercado podría no ser un óptimo si pensamos en un proyecto de país desarrollado, con mirada de largo plazo. 

El resultado de la mano invisible del mercado no contempla el bienestar intertemporal de una sociedad, ya que no incorpora en el proceso de interacción de fuerzas de mercado, los incentivos y costos que impactan en el bienestar a mediano y largo plazo, sino que simplemente optimiza la eficiencia spot, en un momento dado. 

Más aún, suponer que el libre mercado lleva a un óptimo, implicaría admitir que los demás países no intervienen en el mercado para influir en un resultado determinado, lo cual es por lo menos una mirada naif de la realidad.

Por otra parte, y aun aceptando que toda especialización conduce a una mayor eficiencia, podría darse el caso de que una nación no se encuentre cómoda o a gusto con el lugar que le confiere la dinámica del mercado. Puede suceder que la ventaja comparativa de una nación recaiga en un conjunto de bienes con escasa dinámica expansiva, o vulnerables a cambios tecnológicos o de otra índole. La política productiva deseada por una nación podría entonces no coincidir con la especialización atribuible a un ejercicio de estática comparada.

De lo anterior se concluye que el concepto de "libertad" no está ligado a la cesión de los destinos de la Nación a los mecanismos del libre mercado, sino más bien todo lo contrario. Renunciar al diseño de un proyecto de desarrollo y descansar de manera pasiva en el mercado en función de una dotación inicial de factores es, más bien, perder la libertad. En todo caso, será libre aquella sociedad que pueda trazar sus objetivos y elegir su destino, la que logre construir su proyecto de desarrollo y lo lleve adelante. 

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