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Intuiciones macro, emergencias macro

Los países en emergencia económica se parecen, desde el punto de vista de su realidad patrimonial, a las familias o a las empresas.

12 febrero de 2020

 Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Las relaciones macroeconómicas no suelen ser intuitivas porque refieren a entidades de conjunto, y la perspectiva desde la visión desagregada inevitablemente lleva a confusión. La evolución del PIB es una aproximación de la actividad económica de sectores muy distintos. La inflación es un fenómeno que pretende abarcar la dinámica de precios de bienes muy diferentes entre sí. El desempleo es una medida que promedia múltiples circunstancias particulares de familias y empresas. Y así es que la actividad económica general tiene poco que ver con la experiencia de una pyme en particular, la inflación del Indec no es replicable recorriendo el supermercado, y el drama personal de estar desocupado no es comparable con un dato que, en comparación, luce pequeño. La confusión se vuelve máxima cuando se intenta transferir la lógica de un hogar o una empresa a lo que pasa con la economía toda.

La concepción de que una hoja de balance es sana cuando se tiene un resultado positivo (ahorros en las familias, ganancias en las empresas) puede ser útil en el nivel desagregado, pero no tiene la misma interpretación en la macro. Una política que persiguiera obsesivamente un superávit comercial, por ejemplo, lo único que haría es acumular reservas internacionales, que no contribuirían al crecimiento hasta que estas reservas no se usaran en importaciones, es decir, hasta que equilibraran dicho balance.

Un superávit fiscal permanente tampoco es la panacea del crecimiento sostenido de los países, como se suele escuchar simplificadamente por allí. Más allá del rol específico del manejo de la política fiscal en el desarrollo de un país, un resultado fiscal permanentemente positivo lo único que haría es absorber ahorro privado hasta que las familias no tuvieran como disponer lo no consumido, o bien absorbería dinero hasta que las familias no pudieran comprar con efectivo ningún producto, seguramente afectando la actividad económica negativamente.

¿Cómo se compatibiliza esta circunstancia con la situación actual de Argentina, que necesita sí o sí reparar su balance fiscal? El secreto está en que estamos atravesando una situación de emergencia. Los países en emergencia se parecen mucho más desde el punto de vista de su realidad patrimonial a las familias o a las empresas. La asociación es más nítida porque la restricción que se enfrenta se hace evidente, y ante ella una buena parte de las teorías macroeconómicas colapsan, porque deben ceder su lugar a atender un problema mucho más básico. En nuestro caso, el problema prioritario es el de ordenar las cuentas públicas y externas, redefiniendo al mismo tiempo el perfil de deuda para hacerlo sustentable, esto es, pagable en condiciones que no ahoguen el crecimiento y la inclusión social.

¿Cuáles son esas teorías sutiles que durante las emergencias se vuelven poco relevantes? Básicamente, aquellas cuyos efectos son de segundo orden o de mediano plazo, y que dejan de operar hasta tanto se aborde y resuelva la dificultad principal. De poco sirve, por ejemplo, hacer aseveraciones sesudas sobre lo adecuado del nivel de tipo de cambio real, los impactos de las distorsiones impositivas sobre la eficiencia, o los efectos de retroalimentación positiva de un mayor empleo. En lo próximo, lo obvio y evidente prima, y su solución es lo que luego permitirá llevar adelante una política económica que sí incluya un diagnóstico más general, que además evite confusiones entre la lógica macro y la de las unidades económicas desagregadas. Desde luego, esto no significa que la resolución del problema fiscal sea unívoca. Dadas las restricciones que operan, se deberá trabajar duro para identificar de la manera más clara posible cuál es el mejor camino para limpiar la hoja de balance de Argentina de manera más o menos definitiva. Así como se dice que al momento del Big Bang las leyes tradicionales de la física no aplican, durante las urgencias las “leyes” tradicionales de la teoría macroeconómica deben ser reconsideradas, suspendidas, simplificadas, o adaptadas según sea el caso, para concentrarse en atacar el problema de raíz. Es cierto que a diferencia de las empresas los Estados no quiebran, pero tienen su propia forma de fracaso si no resuelven sus conflictos más básicos: condenar a su población al subdesarrollo y la desigualdad.

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