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El camino de salida del laberinto fiscal

El desempeño fiscal añadió un poco más de déficit cada año, y eso resulta a todas luces no sostenible sin considerar cómo se financia.

22 agosto de 2016

por Luciano Di Gresia (*)

El primer semestre del año expone dificultades para lograr un sendero sustentable de las cuentas fiscales. Sin contar las utilidades del BCRA y el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses, el resultado financiero es casi igual a la situación de 2015. Es decir, 6,3% en 2015 y 6,4% en 2016.

Ya sabemos que el año pasado terminó con una aceleración del gasto en el segundo semestre que llevó el déficit financiero nacional (sin rentas BCRA ni FGS) a casi 7% del PIB. Este año viene encaminado de manera similar, pero debido principalmente a la performance de los recursos generados por AFIP, más que a una aceleración del gasto, que también es previsible (obra pública y transferencias a provincias). Las noticias de las últimas semanas sobre blanqueo, jubilados y tarifas no cambian demasiado las conclusiones sobre el impacto fiscal neto al final del año.

Si levantamos un poco la perspectiva hacia el panorama fiscal de los últimos tiempos, vemos que 2016 no escapa a las tendencias. Lo que observamos en los últimos años es un marcado crecimiento del tamaño del sector público consolidado (Nación más provincias, sin considerar municipios), que significó, en términos del PIB, pasar de 21% en 2003 a 43,6% en 2015. El 2016 probablemente estabilice el guarismo en esos niveles históricamente altos.

El resultado financiero consolidado expone, por su parte, un camino lineal hacia el déficit desde las etapas de superávit registrados en 2003-2008. Desde 2010, sistemáticamente, el desempeño fiscal añadió un poco más de déficit cada año, y eso resulta a todas luces no sostenible sin importar cómo se financia, y mucho más si el financiamiento principal es la emisión monetaria.

El Gobierno, en esta primera etapa, apuesta al incremento tarifario como mecanismo para bajar las transferencias que paga la Nación y encauzar la situación fiscal. En el medio también debe compensar las medidas de reforma tributaria que resignaron recursos (sobre retenciones e Impuesto a las Ganancias), las mayores transferencias a provincias por resolución de reclamos históricos y la baja recaudación como efecto de la desaceleración económica. A la vista de los resultados del primer semestre, y sobre todo del camino que ha tomado el ajuste tarifario, no parece suficiente este primer enfoque para quebrar la tendencia fiscal.

En una segunda etapa, el Gobierno se plantea correctamente realizar una reforma tributaria. Es muy obvia la necesidad de mejorar la calidad de los impuestos en términos de favorecer la competitividad de la economía. Pero en términos de cantidades, ¿qué se podría esperar? Un incremento de la presión tributaria (visto los niveles históricamente altos) no parece factible. Y bajar la carga impositiva, más allá de lo que ya se ha realizado, no va en la dirección necesaria.

¿Qué alternativa nos queda frente a este dilema fiscal? Obviamente, actuar sobre el gasto público, pero aquí no es simplemente tomar la lista de gastos y tachar. Es más complejo el panorama y hay que incorporar en la problemática la cuestión federal. El diagnóstico en este sentido es que lo que está fallando en Argentina, y desde hace mucho tiempo, es el régimen fiscal federal.

Un régimen fiscal federal no comprende sólo las transferencias por coparticipación. Es mucho más que eso. Es principalmente un conjunto de mecanismos de coordinación de políticas públicas, tanto en el gasto, la recaudación y el financiamiento. Argentina, por diversas razones, entre otras la disputa histórica por el control político entre los gobernadores y los presidentes, ha colapsado su régimen fiscal federal y entrado en un caos institucional en el cual se superponen gastos y funciones entre la Nación, las provincias y los municipios, se compite por las mismas bases imponibles para recaudar por ejemplo IVA, Ingresos Brutos y tasas municipales, y en la primera distracción se entra en una espiral de endeudamiento y salvatajes. Este conjunto de comportamientos entre los actores fiscal genera un sesgo hacia un Estado más grande, descoordinado e ineficiente.

Por lo tanto, la titánica tarea de encauzar una situación fiscal estructural, es sentarse y discutir desde el principio la distribución de responsabilidades de gasto y las potestades tributarias entre todos los jugadores federales. Que quede claramente establecido qué hace cada uno y cuál es su cancha de juego para financiarse. Al final de la discusión, la coparticipación resultará el mecanismo por el cual se cierran todas las brechas fiscales vía transferencias de fondos.

(*) Investigador principal del área de Desarrollo Económico de CIPPEC

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