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De la postración a la euforia

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09 marzo de 2021

Por Pablo Mira (*)

Hasta hace menos de seis meses, la economía argentina estaba condenada. El juicio por jurados de las consultoras y de otros analistas había dictaminado por mayoría la condena para una larga lista de delitos macroeconómicos. La pena incluía resultados dramáticamente negativos en casi todas las variables relevantes, incluyendo la actividad, la inflación, el tipo de cambio, y el déficit fiscal. El expediente, de incontables páginas, concluía que el aparato productivo de la Nación había colapsado sin retorno, y que debía administrarse la extremaunción como acto último de piedad.

Si bien la actividad económica debía dar un respiro tras levantarse el confinamiento más estricto, la recuperación sería lenta, lejos de la ansiada letra V y más cerca de una abatida L. La inflación estaba agazapada por la amenaza de los tipos de cambio paralelos, en apariencia incontrolables. El déficit fiscal orillaría los dos dígitos durante 2020, y seguiría sumando deuda y emisión en buena parte de 2021, para alimentar aún más el caldo hirviente del dólar. Solo quedaba exhibir un pírrico superávit de balanza comercial, que lejos de expresar virtud personificaba la triste ausencia de gasto en importaciones en un país próximo a la quiebra.

Los que tengan buena memoria recordarán un diagnóstico similar en los sombríos primeros meses de 2002. Si hay un rebote, bramaban los expertos, será el de un “gato muerto”. La alegoría, convengamos, no es la más feliz. Los gatos no solo tienen siete vidas sino que uno de ellos, el de Schrödinger, está vivo y muerto al mismo tiempo. Lo cierto es que una vez más, la economía renace de sus cenizas y hoy se recupera a una velocidad completamente inesperada. Y alguien tiene que explicarlo.

Y por extraño que parezca, la justificación es sencilla. Las economías capitalistas se caen, pero se levantan. Ciertamente, pueden retrasar su desarrollo, e incluso caer en una trampa de crecimiento insuficiente o de creciente desigualdad del ingreso. Pero lo que nunca dejarán de tener son ciclos de infortunio seguidos por otros de prosperidad, de desencantos que dan lugar a la ilusión, de bancarrotas que son sucedidas por apogeos.

Esta regularidad es quizás la más antigua del análisis macroeconómico, pero nos sigue sorprendiendo. De alguna manera, nos negamos a reconocer que lo que sube bajará, y que lo que cae se recuperará. Tendemos a pensar cada ciclo como un problema estructural en sí mismo, que no se resolverá hasta tanto no se hagan “las reformas obligatorias” que cambien nuestra suerte para siempre. Pero no funciona así. Los ciclos, ciclos son, y seguirán existiendo mal que les pese a quienes solo insisten en la virtud de las políticas que modifican las tendencias.

Daré un ejemplo básico de cómo aún una economía tan golpeada como la Argentina logra recobrarse tras un desastre. Cuando hace medio año el dólar blue casi toca los $200, algunos señalaban que el tipo de cambio real estaba excesivamente alto, pero otros decían que el nivel de desconfianza era tal que ningún valor era suficiente. Un efecto común es que cuando el billete vale tanto, al menos en términos de salarios, muchos argentinos comienzan a “comprar trabajo” en el rubro más trabajo-intensivo que existe: la construcción (y las reparaciones). Cuando se puede reformar la casa con unos pocos dólares guardados, algunos se empiezan a animar a gastarlos. Y la rueda se pone en marcha porque la construcción tiene un “multiplicador” gigantesco y pronto se extiende a otros rubros. Desde luego, no es el único efecto, pero ilustra cómo funcionan los efectos ingreso de los cambios en los precios para, en este caso, retomar la actividad.

La contracara del momento de felicidad, desde luego, es que el ciclo alcista también deberá llegar a su fin. Y una vez más, nos estaremos preguntando por la razón específica del cambio de clima. Un cambio en la confianza, un error de política, un cambio de medio punto de la tasa de interés, una declaración desafortunada, la caída de los precios internacionales. Todos ensayarán su propia teoría de por qué, si veníamos pisteando como campeones, nos quedamos sin nafta. Y una vez más, todos tendrán razón y nadie la tendrá.

Nada de esto significa que no haya un rol para una buena política macroeconómica, o incluso para las buenas medidas destinadas a mejorar la estructura productiva, o la confianza del público. Pero el rol central sigue siendo el de ser conscientes del ciclo y de su poder. Se trata de tener en cuenta que, si se considera un plazo suficientemente largo, no todo en la economía es tan negativo ni tan positivo como parece.

(*) Docente e investigador de la UBA

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