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Dictaduras

Llegaron para poner orden y dejaron peor herencia que ningún gobierno civil

En diecisiete años (1966-1983) los gobiernos militares ocupan catorce. El 82% del total. Estos “gobiernos de orden” terminaron en desórdenes más agudos que los invocados para tomar el poder, con dramáticas herencias financieras, sociales y culturales.

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Oscar Muiño 27 septiembre de 2021

El 6 de septiembre de 1930 las Fuerzas Armadas rompen la legalidad por primera vez desde 1862 y encarcelan al presidente Yrigoyen. El dictador José Félix Uriburu (1930-32) llama a comicios en la provincia de Buenos Aires. En abril de 1931 los radicales, dispersos y perseguidos, vencen otra vez. Elección anulada, pero Uriburu queda out. No cambia la Constitución como soñaba ni instala un régimen corporativo. Dura un año más, obligado a designar heredero a su socio, quien no compartía su idea filofascista. El general Agustín Justo quiere República sin Democracia. Uriburu prohíbe al radicalismo y la dictadura se hereda a sí misma.

Esa Década Infame 1930-1943 inventada por Justo es clausurada por otro golpe, el 4 de junio de 1943. Según muchos, el golpe busca impedir que siga el fraude con la consagración de Robustiano Patrón Costas como presidente 1944-1950. Hay ansiedad por la guerra mundial. En Argentina, igual que en Brasil y Chile, abundan oficiales que admiran Alemania y simpatizantes de Gran Bretaña o Estados Unidos. El general Arturo Rawson, duró unas pocas horas. Aliadófilo, fue suplantado por un germanófilo entusiasta, el general Ramírez. Bandazos de línea, sustitución de golpistas por golpistas. Detrás de bambalinas crece una logia, el GOU, donde oficiales debaten la situación internacional y se alarman por el crecimiento comunista.

Los ejércitos soviéticos rompen la espina dorsal de la Wehrmacht. El despido del presidente Ramírez en febrero de 1944 -nueve meses de gestión- busca amortiguar la presión norteamericana. Juan Perón, ya líder del GOU, impulsa a su antiguo jefe Edelmiro Farrell a la presidencia. El se reserva la vicepresidencia, el ministerio de Guerra y la secretaría de Trabajo y Previsión. El poder militar más el naciente poder sindical. Los tradicionalistas se juntan con los radicales de Sabattini y dan un golpe contra Perón. Una semana de vacío de poder termina el 17 de octubre de 1945. Perón será el único candidato triunfante emergente de un golpe en elecciones limpias sin proscripciones, el 24 de febrero de 1946.

Nada dura. El siguiente golpe es contra Perón. Fracasa una intentona en 1951 pero triunfa la Revolución Libertadora (1955-58). Igual que en 1930, la derecha nacionalista (Eduardo Lonardi, como Uriburu en 1930) inicia el levantamiento. Tras cincuenta días, Lonardi es reemplazado por los liberal-conservadores de Pedro Eugenio Aramburu junto con el almirante Isaac Rojas, vicepresidente de facto.

La salida electoral proscribe al peronismo. Arturo Frondizi pacta con Perón, consigue votos justicialistas y arrasa. Sufre un record de planteos militares, que por fin lo destituyen. Antes que asuma el general Raúl Poggi, jefe del Ejército, una audaz maniobra le birla la presidencia y consagra a José María Guido, presidente del Senado. Se mantiene una tenue legalidad. Las Fuerzas Armadas se dividen entre colorados (detestan al peronismo en bloque, minoría en Ejército pero con la Marina de Guerra casi en pleno) y azules (que piensan parecido, pero creen que cierto peronismo sindical puede servir de barrera contra el comunismo y el propio Perón). Hay combates, bombardeos y muertos entre azules y colorados, convertidos en verdaderas facciones dentro del Estado.

Los azules ya son mayoría cuando Arturo Illia ?elegido durante el interinato de Guido- es volteado en 1966 por la Revolución Argentina (1966-73), el más extenso período dictatorial hasta ese momento. El general Juan Carlos Onganía (1966-70) es el único tirano que disuelve los partidos y confisca sus bienes. Intenta un acuerdo corporativo con empresarios y sindicalistas peronistas. Persigue maridos infieles, parejas que se besan, los melenudos son pelados en las comisarías. Grandes empresas privadas son compradas, barato, por extranjeros gracias el dólar sobrevaluado. Ferozmente anticomunista, sus acciones producen tal rebelión que deviene el único militar que ha estado a punto de lograr una revolución marxista. Luego de puebladas impactantes los espantados mandos lo suplantan en 1970 por Marcelo Levingston, un ignoto general que se va nuevemesino, sin que nadie termine de saber quién era. Lo echa quien lo ha puesto, el caudillo militar Alejandro Lanusse. Promueve un Gran Acuerdo Nacional que imagina terminará con él en la presidencia. Fracasa. Ha sido golpista contra Perón (cuatro años preso) pero advierte que sólo el venerable exilado es capaz de frenar la violencia. Desaparecen las causas penales, lo reincorporan al Ejército, devuelven el cadáver de Evita y admiten que el justicialismo se presente a comicios. Una cláusula de residencia impide la candidatura Perón. Retrasa cinco meses su retorno a la Rosada.

El justicialismo en el gobierno durará menos de tres años. Las Fuerzas Armadas echan a Isabel Perón e inician el Proceso de Reorganización Nacional (1976-83). Miles de torturados y asesinados. Se rompe la estructura industrial y el tejido social. El dinero a interés rinde ganancias superiores a cualquier actividad productiva. Capitales externos entran, ganan y se van. La deuda externa sube de seis mil a cuarenta mil millones de dólares. El igualitarismo es combatido. El sanguinario Jorge Videla gobierna 1976-1981. Hay lucha interna con otros generales y con el potente jefe naval, Emilio Massera. Tras Videla, Roberto Viola. A los nueve meses lo echa Leopoldo Galtieri. Para durar, recupera las Malvinas. El conflicto exhibe falta de profesionalismo del generalato. Dedicado a la política, ha olvidado la guerra. La calidad de algunas unidades y jefes y la abnegación no alcanza para tropas adiestradas a medias. La derrota militar arrastra a Galtieri (ha durado medio año) y lo sustituye el general Reynaldo Bignone, el último de facto.

En diecisiete años (1966-1983) los gobiernos militares ocupan catorce. El 82% del total. Estos “gobiernos de orden” terminaron en desórdenes más agudos que los invocados para tomar el poder. Dramática herencia financiera, social, cultural, económica, de sangre. La unidad de comando es reemplazada por la lucha intestina más brutal. El Estado dislocado por un partido más, el partido militar. El que peor gestionó y más daño hizo al tejido social.

La condena a las Juntas Militares en el juicio ordenado por Raúl Alfonsín es la primera de la historia y liquida el tutelaje militar sobre las fuerzas civiles después de medio siglo (1930-1983).

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