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Redes sociales: ¿amos o esclavos?

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28 diciembre de 2020

Por Agustina Ordoñez (*)

Finalizando el 2020 podemos comprobar que, como consecuencia de la pandemia, la sociedad argentina se digitalizó de una manera abrupta,  algo que hubiera tardado entre 3 a 5 años de no haber sido por esta situación. De hecho, el uso de las redes sociales aumentó exponencialmente ya que 7 de cada 10 argentinos usan alguna plataforma para interactuar.

A casi un año del estreno de “The Social Dilemma”, la película de Netflix que muestra cómo somos manipulados por las redes sociales, y con un aumento significativo del uso de las redes sociales en nuestro país, y en el mundo, cabe preguntarnos si son ellas realmente quienes deciden qué contenido mostrarnos, cómo y cuándo. ¿Tenemos redes sociales o ellas nos tienen a nosotros? ¿Qué impacto tiene sobre la sociedad?

Funcionamiento del algoritmo

Existen muchos debates en torno al algoritmo de las redes sociales y los buscadores, ¿pero qué son y para qué sirven?

Básicamente un algoritmo es una serie de instrucciones lógicas que llevan a un resultado determinado. La Dirección Nacional del Registro de Dominios de Internet de Argentina explica cómo funciona: “Este procedimiento esquemático emplea una serie de pasos, como una receta, los cuales pueden ser formulados de diferentes maneras cuidando que en dicha combinación no se produzca una ambigüedad”.

Andrés Piazza, abogado y especialista en políticas públicas y regulación de redes sociales, explica que estos algoritmos son como “un catálogo cerrado de opciones” y se utilizan para automatizar procesos y predecir situaciones. Además, señala: “En Twitter, Facebook, Instagram y otras redes transita el discurso público y los debates sociales pasan por ahí. Y este discurso está intermediado por un proceso que organiza la información o, en cierta forma, podría decirse que hasta la editorializa”. Es decir, las plataformas pueden decidir qué mostrarle a cada uno, llegando a diferentes resultados según el usuario.

Según el abogado, el problema está en que “se intermedia el discurso público con un programa que no sabemos cómo ordena la información, o cómo la editorializa. Además, existe otro programa que detecta la información o expresiones que no son legítimas o que deben ser removidas, y las remueven incluso”.

Efectivamente, se evidencia que, gracias a este algoritmo, tenemos un contenido personalizado. El peligro que conlleva es que estemos cada vez más tiempo conectados con ideas afines, dejando así de exponernos a pensamientos diferentes, cayendo en lo que se denomina “cámara de eco”.

Cámaras de eco

Las cámaras de eco son una especie de amplificadores de información, donde quienes participan de ellas reafirman sus creencias, y censuran y eliminan las versiones discordantes. Estas cámaras cerradas generan una polarización tal que, fuera de ellas, sería imposible que dos personas lleguen a un acuerdo.

De hecho, lo único que promueven es el antagonismo del punto de vista de aquel que está afuera, en algún punto, eliminarlo ya que ni siquiera existe en nuestra propia realidad.

Pablo Barberá, de la Universidad de Southern Carolina, en su estudio sobre redes sociales y polarización políticas, explica que es en estas cámaras donde “los ciudadanos no ven ni escuchan una amplia gama de temas o ideas, lo que limita su capacidad para llegar a un terreno común en temas políticos”.

Sin embargo, una investigación reciente de Damon Centola, sociólogo y profesor de la Universidad de Pensilvania, donde es director del Grupo de Dinámica de Redes, afirma que “son las personas con influencia y no las redes sociales, las que amplifican las diferencias entre nosotros”.

El académico llevó a cabo un experimento en Estados Unidos, en el que reunió en cámaras eco a diferentes afiliados de partidos políticos, y los puso a discutir sobre temas controversiales y polarizantes como inmigración, control de armas y desempleo. Para su sorpresa, al terminar, analizaron los puntos de vista de cada grupo y en vez de estar más polarizados, fue lo contrario.

De acuerdo con el investigador, la respuesta de la polarización no está en las redes sociales per se, sino en los influencers, es decir, aquellas personas que tienen la capacidad de ser referentes en alguna temática y que gracias a las plataformas digitales tiene un alcance masivo y extenso para transmitir sus ideas y opiniones.

Considerando que la Argentina vive, desde hace varios años, con personajes influencers, como políticos y artísticos, que lo único que fomentan es la “grieta”, la realidad sobre el uso de las cámaras de eco de las redes sociales termina volviendo la situación social y política cada vez más peligrosa por la polarización.

La historia única: la grieta

Chimamanda Adichie, escritora nigeriana, advirtió allá por 2009 sobre el peligro de caer en la creencia de una historia única, en un relato que domine y se imponga sobre el resto, generando estereotipos que solo muestran una parte de la verdad.

Cada uno tiene una voz, cada uno tiene su historia que va formando a partir de diferentes historias, que finalmente van creando una realidad. Sin embargo, lo que se suele hacer, de acuerdo con la autora, es crear una historia única, con una sola realidad y una sola verdad. ¿Y cómo se hace eso? “Así es como creamos la historia única, mostramos lo mismo una y otra vez”.

El riesgo de exponernos a una sola verdad es creer que eso es lo único que existe, que hay una sola verdad. No obstante, en la realidad no existe la objetividad, no hay una única realidad ni una única verdad. Y pensar que solo hay una historia de los hechos, lo único que termina generando es un quiebre en las sociedades, una grieta. En palabras de la nigeriana, “enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes”.

Sin embargo, esto no significa que no haya que callar, más bien lo que hay que hacer es escuchar y contar todas las historias, todas las versiones. “Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla”, declara la escritora.

Entre los algoritmos y las cámaras de eco de las redes sociales, y los influencers, en Argentina se construye y amplifica la historia única y, al mismo tiempo, la grieta. Para evitarlo lo que debemos hacer es contar historias, todas las historias, que se sepan y conozcan las subjetividades que crean la realidad. De este modo estaremos contando una historia con todas las historias, y evitaremos caer en la historia única, rompiendo así esta división que tenemos como sociedad.

Como reflexiona Adichie: “Cuando rechazamos el relato único, cuando comprendemos que nunca existe una única historia sobre ningún lugar, recuperamos una especie de paraíso”.

(*) Politóloga (USAL) y Maestrando en Periodismo (UdeSA ? Clarín)

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