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Otro año de atraso cambiario

Una herramienta a la que han recurrido diferentes gobiernos en el pasado

16 enero de 2015

(Columna de Matías Carugati, economista jefe de Management & Fit)

La devaluación no impidió que el tipo de cambio se apreciara nuevamente en 2014. Si bien el salto de enero pasado definió un punto de partida para reacomodar el frente externo, la escasa coordinación de la política económica dejó la medida sin efecto. El traslado a precios no se hizo esperar, y la ganancia de competitividad se había diluido por completo para octubre. El déficit de cuenta corriente, aún con restricciones comerciales, es prueba de que el atraso volvió a ser una realidad.

¿Cuán retrasado está el tipo de cambio? Para ello se necesita tener una idea de cuál es su valor de equilibrio, algo difícil de precisar puesto que no hay una metodología estándar aceptada. Cálculos sencillos permiten obtener una medida aproximada: el tipo de cambio real multilateral (TCRM) de fines de 2014 estaba 15% por debajo del nivel promedio de los últimos 20 años. Incluso suponiendo que el valor de equilibrio debería ser consistente con una estructura económica más parecida a la actual, el TCRM finalizó el año 14% por debajo del nivel promedio del último lustro (-26% respecto a la década).

Desde otro punto de vista, el dólar debería ser más alto si se quisiera recuperar el “colchón” cambiario de otros años. Dependiendo del punto de comparación, el tipo de cambio actual debería devaluarse 14-60% para retrotraer la situación. Estos cálculos deberían considerarse un “piso”, ya que asumen que la inflación no reacciona a modificaciones del tipo de cambio. En realidad, la suba debería ser mayor de forma tal de lograr una devaluación real.

El atraso cambiario no es gratuito. El encarecimiento relativo de la producción doméstica tiende a aumentar las importaciones y reducir las exportaciones. Así es que el 2014 finalizó con el menor superávit comercial desde la salida de la convertibilidad (alrededor de US$ 7.000 millones), a pesar de las restricciones a las importaciones y la recesión. El saldo comercial viene cayendo desde hace varios años y la dinámica no fue peor aún debido a las exportaciones agropecuarias. Por caso, el volumen de exportaciones industriales cayó cerca de 10% desde 2011.

El retraso del dólar tampoco es bueno para la estabilidad cambiaria. Con una inflación persistente, el valor de la divisa (como activo o bien) se abarató y aumentó su demanda. Aún con el cepo vigente, el año pasado salieron cerca de US$ 3.500 millones por dólar “ahorro” y “turista”, a lo que deben sumarse las divisas gastadas con tarjeta de crédito en el exterior. La mayor demanda debería traducirse en presiones cambiarias. Si la situación está más calma que hace un año, ello es porque el Gobierno logró ampliar la oferta la oferta de divisas y convencer al sector privado de que no escasearán (al menos a corto plazo).

En este contexto, el mundo no ayuda. Mientras Argentina se apreció en términos reales durante 2014, las monedas de las economías emergentes se depreciaron. Es decir, se volvieron más competitivas. Esta dinámica se profundizaría en 2015, ya que el repunte de la economía de EE.UU. promueve la apreciación global del dólar, mientras que la cotización del peso se mantiene prácticamente atada a aquella moneda. Esta fuente externa se suma a la inflación como factor de presión sobre el tipo de cambio.

En un 2015 electoral, el Gobierno hará lo posible por evitar el ajuste. Dada la proximidad de los comicios, no hay incentivos para realizar ningún giro de política económica. Más teniendo en cuenta que un dólar atrasado es “bueno” para controlar la inflación y, si las divisas alcanzan, empujar el consumo. La alternativa para financiar un retraso cambiario que deteriora la cuenta corriente pasa por abrir la cuenta capital. Para el Gobierno, esta es la clave del 2015: lograr que las divisas ingresen al país en tiempo y monto suficiente para evitar tensiones y ajustes. Apostar a otro año más (el último) de retraso cambiario y que el problema lo resuelva el próximo Presidente. Es una apuesta arriesgada, en la que hay demasiado en juego y el resultado aún es incierto.

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