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¡Miraculum!

Lo primero es conocer cuantitativa y cualitativamente el mal que queremos combatir

19 junio de 2015

(Columna de Carlos Leyba)

Para los latinos miraculum significaba un acontecimiento extraño que, al contemplarlo, el observador quedaba estupefacto por una mezcla perfecta de asombro y admiración. Raro y extraordinario.

Para la teología cristiana, milagro, es un suceso sensible y trascendente que requiere la intervención divina. La Iglesia Católica rara vez reconoce como milagros, intervención divina, a prodigios extraordinarios que revelan fenómenos difícilmente explicables por la acción de la naturaleza y que la ciencia no alcanza a explicar. Los milagros han existido, existen y existirán.

A continuación vamos a relatar una sucesión de miraculum, y no una de milagros, acaecidos entre nosotros.

Se trata de prodigios que carecen de raíz espiritual, más allá de que estén asociados de alguna manera a la presencia del Santo Padre. Prodigios terrenos que recuerdan a los del alquimista Marco Bragadino quien supo asolar a Venecia, en tiempos decadentes, con sus “milagros” hasta que, puestos al trasluz, hicieron que Bragadino desgraciadamente perdiera la cabeza. Respecto de sus engaños, que a tantas personas persuadían, advertía en 1590 el embajador don Francisco de Vera y Aragón: “Espántame mucho que (?) siendo tan cuerdos quieran estar pertinaces en creer que con polvos y agua se puede hacer oro, que yo jamás creeré aunque lo vea”. Como veremos no hay nada nuevo bajo el Sol.

Los modelos

Contexto. En la primera entrevista después de ser elegida para su primer mandato, Cristina Fernández estuvo en TN con Joaquín Morales Solá. Entonces dijo que una de las dos principales medidas de Gobierno sería el “combate a la pobreza” y agregó que le “gustaría ser un país exportador como Alemania”.

Ambas expresiones ?pobreza y Alemania? lanzadas en aquel punto de partida como guías del camino a emprender han sido, en estos días de despedida de muchas cadenas nacionales, reinstaladas por la misma CFK y por su voz matinal cotidiana intepretada por Aníbal Fernandez. Mirar la suerte de esos temas apunta al balance final que cabe a toda gestión. Veamos.

El primer paso de esta cuestión de los miraculum fue la reunión de CFK y el papa Francisco que, más allá de haber versado sobre cuestiones internacionales, tuvo consecuencias terrenas nacionales prodigiosas.

Su Santidad, al entregarle a CFK un ejemplar de Evangelli Gaudium, estaba predicando la tradición de la Iglesia acerca de la pobreza y la cuestión social. La Exhortación Evangélica es un programa para la cristiandad en la vida comunitaria. Incluye, por cierto, el compromiso político como virtud cristiana. Aquí la cuestión doctrinaria.

Bajo la autoridad de Francisco se encuentra la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires la que, en su observatorio, mide la pobreza en nuestro país. La ha estimado en 27% de la población. Aquí la cuestión fáctica. Estamos hablando en cifras del orden de los 11 millones de argentinos.

También aquí hay una coincidencia profunda entre lo que fuera el programa relatado en TN al asumir CFK el Gobierno (combate a la pobreza) y el pensamiento tradicional del Papado. Estamos a las puertas de nuestro primer asombro.

Cuando Cristina Kirchner llegó al Vaticano era técnicamente imposible medir la pobreza en nuestro país. Axel Kicillof, responsable de las estadísticas nacionales, el 26 de mes de marzo de este año dijo: “Yo no tengo el número de pobres, me parece una medida bastante estigmatizante”.

En consecuencia, CFK, ante el Papa, no tenía números de pobreza para los 42 millones de habitantes. El combate a la pobreza, que CFK había iniciado hacía ocho años, en los últimos se convirtió en un combate a ciegas. ¿Cómo saber si ganamos o perdimos si no medimos?

Pero todo cambió horas después del encuentro vaticano. CFK logró el miraculum de disponer del número de pobres en la Argentina. Dijo, en la Asamblea de la FAO: “Una combinación de políticas muy fuertes, muy activas (?) nos han permitido hoy tener un índice de pobreza por debajo del 5%, y también de indigencia del 1,27%, y convertirnos en uno de los países más igualitarios”.

Lo que horas antes era imposible, el hecho de medir, en horas fue logrado con una precisión de dos décimas. Eso es un miraculum. Una afirmación asombrosa, una realización científicamente inexplicable, que nos ha dejado estupefactos.

El combate a ciegas habría tenido un resultado importante ya que cuando el Indec medía anotaba cifras, digamos, seis veces superiores a ese número. Por los dichos de CFK, al final de su mandato, 5% de pobreza representaría el logro del programa. Si así fue, ¿cómo lo supo? Prodigio.

El segundo prodigio se refiere a la convergencia con Alemania que, como mencionamos, al inicio del primer mandato de CFK representaba el modelo de país exportador a seguir. Como la competitividad es una función de la productividad y ésta determina gran parte de las condiciones de vida al interior de una economía, desde el punto de vista programático de CFK, la elección de Alemania tenía que ver con la productividad como combate a la pobreza.

¿Cuál es el segundo miraculum, un nuevo hecho extraordinario que nos deja estupefactos? Como afirmó Aníbal Fernández, la pobreza en Alemania cuadruplica los cómputos de CFK para la Argentina y, por lo tanto, lejos de ser un país competitivo, de alta productividad, es uno que se ubica lejos de nuestros logros nacionales.

Las cosas se han invertido y el éxito del programa ha logrado dejar a Alemania a la retranca y son ellos ahora los que deberán buscar la convergencia con nosotros.

Es decir, los dos objetivos programáticos iniciales han sido, a criterio de CFK y de Aníbal Fernández, largamente cumplidos. A tal punto que hemos superado a Alemania.

No es todo. La FAO premió a la Argentina en la persona de CFK por haber alcanzado uno de los Objetivos del Milenio al haber logrado que menos del 5% de la población sean las que puedan pasar hambre, desde 1990 a la fecha, en nuestro país.

Lo que esta vez resulta asombroso y nos deja estupefactos, el tercer miraculum, es que la FAO nos haya otorgado un premio a las políticas, no ya del kirchnerismo que han claramente contribuido al combate a la pobreza, sino al mismísimo menemismo, a la gestión de la década de Carlos Menem y Domingo Cavallo, que es la que, creíamos, produjo el aumento vertiginoso de la pobreza en la Argentina. Vaya si en estas condiciones este premio de la FAO no es un miraculum.

En definitiva, ni Bragadino convertía polvo y agua en oro, ni la pobreza en la Argentina ? con cualquier método medianamente honesto ? se aproxima al 5% ni hay manera de explicar que la pobreza en Alemania pueda compararse con la de la Argentina y, finalmente, es irrelevante ? sea la FAO o cualquier otro organismo que lo otorgue ? un premio, como el que ha sido celebrado en estos días, que incluya políticas que han sido las responsables del desmadre social al que asistimos.

¿Cuál es la cuestión? La vocación inicial del gobierno de CFK no puede menos que ser compartida. El combate a la pobreza, lamentablemente, sigue teniendo tanta necesidad como la que tuvo al inicio de su Gobierno.

La crisis de 2001/2002 había comenzado a superarse ? al asumir Cristina en 2007 ? medida a través del desempleo, la pobreza y el envilecimiento del salario. La economía y la sociedad habían recuperado los niveles de los “mejores” momentos de los '90. No es mucho. Esos “mejores” niveles eran francamente decepcionantes respecto del potencial de bienestar social colectivo del que disponía entonces la realidad nacional. Las gestiones de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner desencadenaron energías productivas que mejoraron el empleo, el salario y achicaron enormemente una pobreza francamente espantosa y cruel.

La etapa que vino a conducir CFK habría cumplido ? en estos ochos años ? su cometido si efectivamente la pobreza hubiera retornado a los niveles que tuvo en 1974 ?sistémicamente el mejor de los últimos 40? con el Coeficiente de Gini, la equidad y la distribución de entonces. Pero lamentablemente no ha sido así.

Las muchas políticas parcialmente acertadas no lo lograron. Porque no formaron parte de políticas sistémicas, imprescindibles para erradicar la pobreza. Que es un problema de sistema. Ni una declaración ni un premio la erradican.

Un drama en alza

La pobreza en la Argentina, la que escandaliza en todo el territorio nacional, la de los ghetos de pobreza, la del fracaso educativo, la de la desesperación y el consumo de drogas, nos sigue diezmando. La pobreza es joven. Más de la mitad de los jóvenes son pobres. Más de la mitad de los pobres son jóvenes. La pobreza es la amenaza al futuro. Negar esa realidad es un juego de palabras de alquimistas.

Hicieron lo que pudieron, lo que supieron, lo que quisieron. Ya está. La tarea ahora es vigorizar la voluntad de lucha, potenciar las posibilidades y comprometer todo el conocimiento disponible para el gran combate a la pobreza que aún no ha comenzado de la manera integral que le da sentido al esfuerzo.

Lo primero es conocer cuantitativa y cualitativamente el mal que queremos combatir. Sin información la derrota es inevitable. Y el Indec, tal cual es hoy, es el primer enemigo, el primer obstáculo para ese combate porque niega el problema.

La segunda cuestión, Alemania, competividad, productividad, potencia exportadora de valor agregado. También fue un estupendo propósito. Y sigue siendo un enorme desafío. ¿A quién le cabe duda que esa batalla no la hemos ganado?

Nos hemos confundido con la benevolencia increíble de unos términos del intercambio que han aportado el 50% de aquellas tasa chinas y que, a fuerza de nada hacer en materia de inversiones, se nos ha desgranado en una primarización que hoy vuelve a ser castigada. Sufrimos el estancamiento de unos precios internacionales que nos quitan aquel premio de intercambio que, vaya a saber por qué, algunos creyeron eterno. No hay nada eterno en el terreno de los hombres. Ya está. Las exportaciones declinan. La restricción externa retorna. Retorna la deuda. La economía toca techo.

CFK habrá de partir sin haber ganado, para todos, ese estupendo premio deseado de tornar a la economía nacional en una francamente competitiva basada en la productividad y en la dotación de nuestros recursos humanos y naturales.

Buenas intenciones. Verdad. Es lo que heredamos de aquel primer reportaje. Se han hecho cosas. Pero no nos merecemos estas tasas de pobreza que tanto nos cuesta reconocer ni esta pérdida de oportunidad de construir una economía competitiva cuando la ocasión de una década se nos presentó generosa.

Siempre hay una primera lección que, elemental, sigue teniendo vigencia y que no debemos olvidar. La demanda efectiva es la suma del consumo, la inversión y las exportaciones. Ninguna política económica es consistente si no armoniza las tres, pensando en el futuro y en todas las dimensiones del presente a la vez.

Si pensamos la demanda efectiva a partir de los propósitos iniciales de CFK, tenemos un programa y esa no es una herencia despreciable aunque no sea mucha.

Eso sí, escapemos de los miraculum que, como Marco Bragadino, tientan cuando la desgracia merodea y la necesidad de creer se encandila con la idea que la mezcla de polvo y agua puede brillar, es decir, tiempos de miraculum. Pero la verdad no tiene remedio. Ni 5% ni Alemania.

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