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La sociedad digital y la segunda revolución cuántica

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11 marzo de 2020

Por Marcelo Halperin (*)

Es muy nutrida la bibliografía que vincula el sobresalto, la crispación y el agobio cotidiano en la posmodernidad con el diseño y la utilización de los sistemas de comunicación. En ese sentido, los sujetos sociales prácticamente no pueden evitar el empleo de dispositivos digitales. La condición de “usuario” supone ingresar en secuencias de encadenamientos lógicos binarios y disyuntivos, es decir, a tomar y desarrollar opciones de aceptación o rechazo.

Hace más de cincuenta años, McLuhan y Fiore anticiparon el papel determinante de los medios respecto de los mensajes cursados a través de ellos. La pretensión teórica de McLuhan fue aún más ambiciosa porque tomó como punto de partida la introducción de la imprenta (“La Galaxia Gutenberg”). Pero, sin ir tan lejos, actualmente resulta notorio el afianzamiento de los mecanismos de dominación social mediante la imposición de dispositivos digitales. Y ello implica, lisa y llanamente, la digitalización de la mente humana.

¿Qué sentido habría que atribuir a esta postulada funcionalidad social de los hábitos mentales? En principio, el escenario de la comunicación es una densa maraña de redes, donde fulguran en particular aquellas que graciosamente se llaman “redes sociales”. Para el usuario, las redes empiezan, se despliegan y terminan en pantallas de “gadgets” que son auténticas extensiones corporales (están adosadas a la mano) y psíquicas (resultan imprescindibles). En su celebrado “El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia”, Deleuze y Guattari ilustraron magistralmente la ecuación emocional activada por la incorporación del sujeto a series binarias de mensajes en un intercambio maquinal de flujos y cortes. Pero no se trata sólo de comunicaciones fragmentarias a través de las cuales se toman opciones que luego son engarzadas o acopladas y van trazando itinerarios virtuales azarosos. Recurriendo al concepto de “intencionalidad longitudinal” en Husserl, parecen aplicables al caso las contribuciones de Schutz sobre el daño padecido por la conciencia cuando se adscribe a una corriente de duración temporalmente unidireccional e irreversible, sin chance para remontar el cauce o “reflexionar”.

En efecto, al ingresar en las secuencias de vida virtual (“lifestream”, según la conocida calificación de Gelernter y Freeman), las opciones que va seleccionando el usuario deben ser convalidadas repetidamente para ganar un significado siempre precario e imposible de ser completado por alguna mirada retrospectiva.

¿Asoma una era posdigital?

En síntesis, la difusión social de una lógica digital simplificada ha introducido al sujeto posmoderno en una condición ambivalente de la que no puede sustraerse: lo conecta y simultáneamente lo aísla; alimenta el narcisismo pero también el desamparo; y la instrucción mediante información sesgada lo adiestra en el manejo de dicotomías embrutecedoras.

Así, al cabo de algunas décadas la lógica digital se ha infiltrado en la vida social mediante formatos discursivos que ya no dejan resquicios. Pero he aquí que cabalgando sobre el mismo desarrollo tecnológico que instituyó la lógica digital va emergiendo una fase posdigital y que no necesariamente sería compatible con la que por ahora prevalece.

Los tecnólogos han calificado a estas innovaciones como “segunda revolución cuántica” porque aplica a la cibernética la teoría de la física cuántica que revolucionó el conocimiento científico en el Siglo XX. El logro más llamativo que se espera de los ordenadores cuánticos consiste en multiplicar la capacidad de procesamiento de información al reemplazar el procedimiento de seleccionar y descartar datos por el de superponerlos. Ese avance permite sobrepasar los límites establecidos por las operaciones matemáticas criptográficas destinadas a resguardar distintos tipos de datos sensibles. Así se abona una nueva ilusión tecnocrática: la del corrimiento definitivo de todos los velos que aún resguardan la privacidad o confidencialidad.

Tales anticipos infunden el temor a lo desconocido, emergiendo una y otra vez el fantasma de una inteligencia artificial incontrolable. Pero lo cierto es que ya se han construido los primeros ordenadores cuánticos que, aunque a título experimental, trabajan con unidades de información que no constituyen pares excluyentes entre sí (a diferencia de los bits digitales), sino que operan superponiendo datos vertiginosamente con el objeto de procesarlos de un modo inconcebible desde los encadenamientos digitales. Hace ya más de un año, en el Consumer Electronic Show de Las Vegas, IBM comunicó que había construido un prototipo de ordenador con esas capacidades. Aquí surgen las preguntas de rigor. ¿Cuáles serían las implicaciones lógicas de una era post-digital o cuántica en las comunicaciones? ¿Sus procedimientos habrían de difundirse socialmente, como ha ocurrido en la era digital? Y si finalmente tuviera lugar esta difusión masiva, ¿cuáles serían sus efectos sociales desde el punto de vista del adiestramiento colectivo para desarrollar nuevos hábitos mentales?

Incertidumbre global e insuficiencia “tecno-lógica”

Por ahora debe reconocerse que los escarceos post-digitales están coincidiendo con demandas sociales para profundizar el conocimiento sobre distintos órdenes de amenazas que se ciernen sobre la especie humana. En tal sentido cunde un clima de incertidumbre que los recursos tecnológicos disponibles (empezando por la lógica que los informa), no parecen disipar. Las principales fuentes de incertidumbre están relacionadas con la inocultable tendencia a la destrucción del planeta como hábitat, por un lado debido distintos tipos de eventos cósmicos de probable ocurrencia y, por otro lado, ante la explotación predatoria de los recursos no renovables y el daño a la biodiversidad.

Esta incertidumbre no parece compatible con los hábitos mentales adaptados a la lógica digital dominante. Sobre una probable ocurrencia de distintos tipos de eventos cósmicos (tormentas solares, impacto de meteoritos u otros), la lógica digital está respondiendo con la multiplicación progresiva de las redes hasta configurar una conectividad global que incrementa paradójicamente los riesgos por un posible colapso de dicha conectividad.

Dentro de la lógica digital, la opción alternativa ?aunque inconsistente con la economía global? consistiría en configurar conectividades locales desacopladas entre sí. Pero en todo caso, la lógica digital orienta la construcción de opciones excluyentes haciendo inconcebible un tratamiento simultáneo de ellas, como por ejemplo diseñar una conectividad global susceptible de ser deshabilitada desde los sistemas de conectividad local. Sin embargo, para la planificación de la supervivencia humana frente a las eventualidades cósmicas debería contarse con la capacidad para compatibilizar ambos órdenes de conectividad.

Y a propósito de la explotación desmesurada de los recursos no renovables y el daño a la biodiversidad ?con graves secuelas para la salud humana?, la interpretación de datos en el marco de la lógica digital presenta hipótesis predictivas contrapuestas, dependiendo de cuales sean los datos seleccionados como pertinentes: hay un caudal de información que conduce a predicciones apocalípticas, aunque con otros datos pueden construirse hipótesis predictivas inversas, que auguran una recomposición del planeta como hábitat a través de innovaciones tecnológicas en desarrollo y catalogadas como esencialmente virtuosas. Sin embargo y antes de abordar cualquier recolección y procesamiento de datos, parece obvia la necesidad de ponderar toda la masa de información disponible ya no para elegir entre dos escenarios excluyentes (apocalipsis o plenitud tecnocrática) sino para compatibilizar las estrategias de conservación con las de transformación de los recursos disponibles. Pero a este reconocimiento decididamente no puede arribarse siguiendo la tentación mental de ir seleccionando datos mientras otros datos son descartados de manera sistemática.

¿Sustitución o coexistencia de recursos tecno-lógicos?

En resumen, las construcciones discursivas en la posmodernidad demuestran que la inmersión sistemática en operaciones digitales obedece a un formato lógico donde arraigan los hábitos mentales de manera indeleble. Pero, ¿por qué no suponer que el procesamiento vertiginoso de volúmenes cuantiosos de datos propuesto por la lógica cuántica podría finalmente sustituir este formato digital y prosperar no sólo en los laboratorios sino en el seno de la vida social, reivindicando los cánones de la filosofía y la lógica predigital?

Al imaginar una eventual “superación” de la lógica digital habría que tomar debida nota que las prácticas inducidas por ella responden ostensiblemente al sistema de dominación económica y social prevaleciente. En tal sentido bastaría vincular el carácter lineal e irreversible de las codificaciones que ordenan el lenguaje digital con la necesidad de instalar en los usuarios un deseo insaciable o adictivo para “navegar” sin pausa. Abundan las referencias bibliográficas a la voracidad consumidora y de ese modo a la depreciación acelerada de bienes y servicios que a su vez realimenta los frenéticos procesos de reproducción del capital. Y cuando los consumidores operan como agentes productivos están obligados a intervenir en los procesos de adopción de decisiones mediante dispositivos regidos por la misma lógica digital.

Desde distintos ángulos académicos se coincide sobre las penurias económicas y sociales desatadas por el ritmo afiebrado de sustitución de materiales y procesos productivos que, a la búsqueda de una rentabilidad evanescente, va expulsando de los mercados a numerosas fuentes ocupacionales consideradas tradicionales. La expansión consiguiente del gasto social requiere un endeudamiento público en ascenso y cada vez menos sustentable. Entonces debe concluirse que al ingresar en una fase convulsiva como la indicada, el sistema de dominación predominante a escala global habrá de utilizar de manera exacerbada los recursos disponibles para preservar los circuitos de la actividad económica. Y en este sentido resalta la función de la lógica digital operada mediante los mensajes que fluyen a través de redes. De modo que puede aplicarse a la lógica digital una constatación de los que analizan las músicas folklóricas: la estructura del lenguaje musical “culto” va degradándose al descender en las escalas sociales con el transcurso del tiempo y, en ese curso tiende a su simplificación. Por ello cabe suponer que una introducción gradual de la lógica cuántica en los procesamientos de datos requeridos por cenáculos del poder y del conocimiento sería compatible ?al menos temporariamente? con hábitos mentales que continuarían reproduciendo los formatos simplificados para la interacción social y ya instalados al calor de la lógica digital.

* Investigador y docente en el Instituto de Integración Latinoamericana de la Universidad Nacional de La Plata. Es autor de “(Des)velos del yo” y “El imaginario y la simbología en los sistemas de dominación” (Ediciones CICCUS), Buenos Aires 2016 y 2018, respectivamente.

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