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Recuerdos nominales de 1989

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07 julio de 2021

Por Marina Dal Poggetto

A fines de enero de 1989, recién salida del Carlos Pellegrini y transitando la disyuntiva sobre qué carrera estudiar, me encaminaba a mis primeras vacaciones con amigas en Villa Gesell.

El presupuesto que habíamos acordado entonces eran 2.000 australes cada una que nos tenían que servir para pagar la mitad restante del alquiler del departamento, y vivir los 15 días en la playa. Antes de salir de Buenos Aires, mi mamá me dio 1.000 australes y una tarjeta Banelco con la que tenía que sacar la otra mitad de un cajero automático, el único que entonces había en la villa.

Ocurrió lo que podía pasar: el cajero no funcionaba. Entonces no existían las transferencias virtuales, y la forma que encontramos fue un giro postal que tardaba dos días si se hacía “inmediato”. Obvio, para llamar a casa tuve que hacer una larga fila en la telefónica, no abundaban los teléfonos públicos, tampoco había teléfonos celulares, ni internet.

El 6 de febrero, estando en la playa, leo de reojo la tapa del diario de al lado (“Hoy Feriado Cambiario y Bancario”) y abajo aclaraba el replanteo de la política cambiaria y la liberación del dólar financiero. Sin reservas, el BCRA había soltado el dólar financiero y Argentina se encaminaba a la hiperinflación.

Adolescentes de 18 años, no nos preocupamos. En Argentina no era extraño un titular así. A la tarde, fuimos al correo a buscar el dinero que me habían enviado y estaba cerrado por paro. Creo que, fin de semana en el medio, duró cinco días, por lo que el dinero recién lo recibí un día antes de volvernos.

Todavía me acuerdo los dos billetes viejos y ajados de $500 australes que para entonces habían perdido buena parte de su valor. En el medio, recuerdo estar mirando una vidriera y como remarcaban con una etiquetadora mecánica los precios de los productos. Era una clara imagen de una inflación que ex post se ubicó en el 10% promedio mensual frente al 388% anual de 1988 y el 4.923% anual con que terminó 1989.

Desde entonces, una duplicación del dólar por mes durante seis meses; tres cambios de ministro, incluido el “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo” de Juan Carlos Pugliese y una elección presidencial que se había adelantado a mayo intentando maximizar el uso de los dólares escasos, se convertía en un boomerang por la falta de cooperación del presidente electo.

En el mes de la elección, los precios subieron casi 100% mensual y en los supermercados la gente se “robaba” los productos del changuito. Los sueldos se pagaban semanales y en el día se pasaban a dólares o directamente se abalanzaban sobre los bienes. La “velocidad de circulación” del dinero se había disparado y, literalmente, los pesos quemaban.

La campaña electoral era el “lápiz rojo” de Eduardo Angeloz contra la Revolución Productiva y el Salariazo que propiciaba un Carlos Menem que entonces no usaba traje y sí pelo largo y patillas. La silla vacía en el debate que nunca existió. Aprendí conceptos como “festival de bonos” y la existencia de una cuenta remunerada de los bancos en el BCRA. Todavía en mi colección de billetes, tengo “los resellados”. El BCRA no daba abasto para imprimir nuevos billetes con una denominación más alta.

Raúl Alfonsín debió dejar la presidencia casi seis meses antes de que venciera el mandato en medio de una hiperinflación. Recién en abril de 1991, después de una segunda híper, y un “Plan Bonex” que reestructuró los depósitos y frenó el reloj al cual crecían las cuentas remuneradas de los bancos en el BCRA, la Convertibilidad sentó las bases para estabilizar la economía y avanzar con reformas que hasta entonces eran trabadas por la política. No era el primer plan de estabilización que vivía, pero sí el primero como estudiante de economía de la UBA.

Treinta años después, y tras de una nueva crisis a la salida de la Convertibilidad, volvimos a recrear condiciones de inestabilidad, la diferencia es que esta vez el contexto global es bien distinto y el final no está escrito.

Felicitaciones al diario el Economista por sus 70 años, esperemos que en los próximos 70 pueda dedicar más tiempo a temas de desarrollo y crecimiento en un mundo particularmente desafiante y menos a seguir explicando fracasos.

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