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Latinoamérica perdida

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08 julio de 2021

Por Miguel Diamante

América Latina no la está pasando bien. La pandemia ha deteriorado aún más lo que ha sido un período de bajo crecimiento entre 2014 y 2020, colocando a la región en su situación económica, política y social más frágil en décadas.

Si bien en los últimos meses la economía ha dado señales de estar recuperándose algo más rápido a lo previsto (Oxford Economics ya proyecta una expansión superior al 6% para la zona en 2021), el producto per cápita latinoamericano tardará todavía años en recomponerse.

Además de ser la región más desigual, violenta y de más bajo crecimiento del ingreso, América Latina ahora se ha ganado un nuevo superlativo negativo: es la región que más ha sufrido el Covid-19, con mayor cantidad de fallecidos y un proceso de vacunación que viene en líneas generales bastante demorado.

Tres tendencias destacan dentro de ese escenario.

-Protesta social. Es probable que la paulatina reapertura de la economía retrotraiga a la región a la situación de mediados de 2019, cuando vimos una serie de protestas violentas (e inesperadas) en especial en Chile pero también en Ecuador y Colombia.

El dramático aumento de la pobreza durante la pandemia y las deficiencias hacen más fecundo el terreno para el conflicto social, como se ha visto con los fuertes choques registrados en Cali y otras ciudades colombianas en abril y mayo de este año. A esto se suman agravantes de larga data en la región, como disputas étnicas, la actividad del crimen organizado y zonas de total ausencia del estado.

-Ligado a lo anterior, los gobiernos gozan en general de menores márgenes de maniobra. La tradicional ventaja que los incumbents latinoamericanos han tenido en las últimas décadas se ha evaporado ante un electorado más impaciente, voluble y deseoso por encontrar nuevos rumbos.

Aunque todavía falta mucho por andar, las encuestas en Brasil muestran a un presidente Jair Bolsonaro con serias dificultades para ser competitivo hacia las elecciones generales del año próximo ante un revigorizado Lula da Silva, lo que plantearía para la mayor economía de la región un escenario similar al vivido por la Argentina en 2019.

Aunque sea tentador hablar de un resurgimiento de la izquierda y haya quienes incluso se encantan con la idea de una nueva “marea rosa”, la realidad es que mucho de este swing está asociado a que gobiernos de centro-derecha han gobernado mayoritariamente en los últimos años.

A priori, la izquierda podría alzarse en los próximos 18 meses con los gobiernos de Chile y Colombia, además del caso de Brasil y el reciente triunfo aparente de Pedro Castillo en Perú. Pero no debería descartarse a la vez que gobiernos de izquierda también vean su posición debilitada por ese sentimiento anti-establishment que domina en nuestras sociedades: la victoria de Guillermo Lasso en Ecuador y de Luis Lacalle Pou en Uruguay el año pasado son recientes ejemplo de ello.

Incluso la elección de medio término en México el mes pasado, donde el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador ratificó su liderazgo político claro, encendió algunas alarmas para el gobierno al perder su mayoría calificada en la cámara de diputados y recibir una inesperada paliza en la Ciudad de México, bastión tradicional de la izquierda desde finales de los 90s.

Entonces, no es tanto que la izquierda esté de vuelta sino que quienes están en la administración pública tienen que enfrentar a votantes que exigen crecientemente resultados más rápido. Latinoamérica es, ante todo, una entidad claramente heterogénea a pesar de los elementos comunes que comparten sus países.

La tercera tendencia es un clima general más negativo para los negocios y las inversiones, que ha alcanzado incluso a las cuatro economías más dinámicas y pro-business de la región, la llamada Alianza del Pacífico. Colombia acaba de perder su preciado grado de inversión y en Perú, la llegada de Castillo plantea por primera vez un cambio en el modelo económico que ha garantizado la estabilidad macro en las últimas décadas.

A la vez, Chile está reescribiendo su constitución con fuertes influencias de la izquierda y tras un significativo debilitamiento de su sistema de pensiones y en México, López Obrador ha hecho de su nacionalismo económico y el conflicto permanente con el establishment la mejor propaganda para invertir?en otro lado.

Las dificultades por cerrar cualquier brecha fiscal vía ajuste de gasto público y una aceleración de la inflación que impacta sobre todo en alimentos y combustibles (con su creciente subida de tasas de interés) harán que los gobernantes tengan cada vez menos tolerancia por decisiones “tecnocráticas” y más incentivos para soluciones políticas que puedan no tener demasiada lógica económica. Las empresas ?en particular las multinacionales- tendrán pues que prepararse para navegar un clima más enrarecido o, incluso, francamente hostil.

A estas tres tendencias regionales les tenemos que sumar además el irresoluble problema venezolano, la consolidación de gobiernos abiertamente autoritarios como en el caso de Nicaragua (y crecientemente Bolivia y El Salvador) y una crisis migratoria en Centro América que no se detendrá pese a la buena voluntad de la administración del Presidente Joe Biden en Estados Unidos.

Sin dudas, las complejidades tradicionales de países no aptos para principiantes se han vuelto incluso más difíciles.

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