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Demeritocracia

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27 octubre de 2020

Por Pablo Mira  Docente e investigador de la UBA

Uno tiende a creer que hay ciertos temas que solo se discuten en Argentina. Somos, se insiste, el único país del mundo donde todavía debatimos?(complete el lector a gusto). Hace poco salió a la luz la cuestión de la meritocracia, disparando algunas reflexiones interesantes pero también lugares comunes. El lugar común menos justificado, por supuesto, es que solo aquí nos preguntamos por los méritos de la meritocracia.

Interesantemente, la discusión sobre la meritocracia y sus implicancias está más viva que nunca. Tras el magnífico libro “Capitalism Alone” del economista Branko Milanovic, que disecciona y critica el sistema “meritocrático” de Estados Unidos, en 2020 se publicaron dos textos más que ponen en tela de juicio una idea que a primera vista luce irreprochable. La percepción está bien justificada: el proyecto meritocrático resalta los valores del trabajo duro, de la responsabilidad personal y también la transmisión de beneficios a las generaciones venideras. Estos principios son admirados y se intentan replicar en la mayor parte del mundo, incluso en China.

Pero el experimento social de la meritocracia tiene sus bemoles. El año pasado, el profesor de Derecho de Yale Daniel Markovits atacó la falsa promesa de la meritocracia en su libro “La Trampa Meritocrática”. Para él, hoy en día la meritocracia se ha convertido en un mecanismo de concentración y transmisión dinástica de la riqueza y los privilegios. El vehículo para este resultado, afirma, es el sistema educativo. La élite dedica una enorme cantidad de esfuerzo y dinero para que sus hijos accedan a la educación más cara y elitista, que comienza en el preescolar y termina en el posgrado, para asegurarse de que sus hijos se mantengan en la cima. Markovits estima el total de estos gastos educativos en alrededor de US$ 10 millones, y basado en esto se permite comparar la meritocracia actual con la antigua aristocracia.

Y hace pocos días el filósofo político de renombre mundial Michael Sandel publicó “La Tiranía del Mérito”, sugiriendo que aun cuando la meritocracia funcionara, sería desastrosa para la sociedad. Sandel invita a practicar el experimento mental de una sociedad perfectamente meritocrática. ¿Qué observaríamos en ella? Bueno, los ganadores estarían en la cima gracias a su merecido esfuerzo, ¿pero qué pasaría con los demás? Los perdedores no solo tendrían mucho menos acceso a los recursos que los ricos, sino que estarían en ese lugar “porque lo merecen”. Este estado de cosas impone nefastas consecuencias psicológicas para quienes quedaron rezagados, que deben contentarse con echarle la culpa a su mala suerte en la lotería genética.

Sandel explica que la idea de mérito propio en la obtención de beneficios en el sistema capitalista es una ilusión. Esto no es porque el sistema funcione mal, sino todo lo contrario. El sistema tiende a premiar en exceso al que, por cualquier razón, vende las habilidades que la sociedad desea comprar en ese momento. Consideremos el caso de Michael Jordan. ¿Fue un arduo trabajador? Seguro. ¿Tiene un talento notable? Totalmente. ¿La gente disfruta viéndolo y le paga por eso? Por supuesto. Ahora, la última pregunta es diferente de las otras dos, porque no tiene nada que ver con el mérito. Si Jordan hubiera nacido hace 200 años, sus habilidades físicas y motrices no le interesarían a nadie más que a los esclavistas. Pero para hacerlo menos dramático, supongamos que en Estados Unidos el básquetbol fuera tan importante como lo es en Argentina el béisbol, ¿hubiera Jordan amasado la misma fortuna? Sabemos que no, porque se probó para jugar a este deporte y no era ni de lejos tan bueno como para el básquet.

La meritocracia pura como objetivo de la organización social no es suficiente porque, entre otros problemas, asume que el reconocimiento económico en el capitalismo deviene del esfuerzo personal. Pero esto no es así, el éxito en el sistema se logra convenciendo a la sociedad de nuestra valía, y esto depende en esencia del contexto social, económico, geográfico y político en el que nos encontremos.

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