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La crisis no es afuera

Cada vez que ese viento de cola se detiene ni siquiera podemos permanecer en el mismo lugar: retrocedemos. Las crisis, del Pangolin al petróleo, son para nosotros viento de bolina que nos empujan a la red enmarañada de problemas que nunca hemos decidido resolver.

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Carlos Leyba 13 marzo de 2020

Por Carlos Leyba

La palabra pánico está al orden del día. La asociamos con la idea de miedo, extremado y colectivo.

Las primeras señales del pánico, que también se manifestó bursátil, fueron las del contagio de un virus de especies animales que, por mutación, se hizo transmisible entre humanos.

La aparición fue en China, un freno al motor de las primeras décadas del Siglo XXI. La respuesta de ese Estado fue la cuarentena de una región.

Después el cierre de la frontera rusa. Luego la explosión italiana y el cierre de los vuelos de Europa a Estados Unidos. Por un tiempo el mundo tiende a poner paréntesis en el desarrollo lineal que parecía incontenible. Un inexplicable Pangolin lo contuvo, al menos, por un tiempo.

El Pangolín, un pequeño mamífero conocido por sus escamas y amenazado de extinción, podría ser un animal clave en la transmisión al hombre del nuevo coronavirus.

A pesar de una confesada e inexplicable demora ministerial tenemos una reacción social de autoprotección importante. Pero ya tenemos casos autóctonos. Es preocupante. Nuestro Jujuy cierra por quince días el dictado de clases.

El virus se expande planetariamente hasta dónde ha llegado la civilización. La demora en el desarrollo del arma protectiva o vencedora, promueve la distancia para detener el contagio. Cambios en las normas cotidianas: ni la mano, ni el beso. El riesgo verdadero es el colapso de los sistemas sanitarios no preparados para este ataque sorprendente escapado del mundo animal. Justamente el pánico surge de lo que no se puede prever.

El pánico a los mercados impulsa a la baja los valores que representan la dinámica económica y que descuentan el retroceso de la actividad. Lo peor, la profecía autocumplida como derivación de los problemas logísticos de la diseminación planetaria de todas las partes, bienes, insumos, que compenen la cadena de valor de todos los bienes y de todo el sistema productivo transformado por la globalización. Hay un pánico material, el temor, a la interrupción de las cadenas.

Aquella atomización locativa que se predicaba como la fuente de la productividad, el resultado de la más eficiente asignación de recursos, se enfrenta a la verificación de que todo lo que se procuraba se trata, en principio, de un caso especial y que sólo sería válido en esas condiciones cuya obtención no es inexorable: el enfrentamiento China, Estados Unidos; el coronavirus o la cuestión del petróleo, todo en poco tiempo pone en duda la generalización “urbi et orbi” de lo absolutamente benéfico de ese modelo de cadenas internacionalizadas atomizadas.

Por ejemplo, los barcos de materias primas de nuestros productos de exportación que no se descargan en puertos bloqueados o que dejan de comprarse o que dejan de pagarse y que podrían cortar las cadenas de pago hacia adentro, conforman una amenaza hasta ayer no previsible.

La dependencia de la capacidad de compra atada al progreso y al pago de unas pocas naciones, es decir, todos los huevos en pocas canastas, es la debilidad derivada de la especialización simplificada. Un verdadero disvalor que, muchos economistas argentinos, han promovido y promueven, sin haber logrado entender que si se tienen pocas letras del abecedario pocas palabras se pueden escribir y pronunciar y en ese caso, la conversación económica se torna monosilábica. Primitiva. La especialización construye sociedades primitivas y por lo tanto débiles, frágiles, contagiables.

Por otro lado, la dependencia propia de las actividades armadoras que sólo pueden existir en la medida que llegan las partes constitutivas de la cadena de valor a la que pertenecen, procedentes de otros ámbitos, es una condición de fragilidad estructural de todo aquello que no surge de la explotación de la naturaleza. La industria armadora, y a eso estamos reducidos con pocas excepciones, está sometida a la provisión de suministros externos. El peso de la interrupción de suministros es la medida de la fragilidad de lo que no es pura explotación de la naturaleza.

Es demasiado prematuro y tal vez agorero, imaginar que las consecuencias de la desaceleración de la economía, el impacto del coronavirus, podrían reducir nuestra capacidad de venta de nuestra naturaleza y la obtención de recursos decisivos. Tal vez también sea extremadamente pesimista imaginar siquiera que las provisiones de las cadenas, que componen los bienes de los que somos armadores, habrán de, o podrán, interrumpirse. Tal vez nada de esto ocurra.

Pero sin duda el temor que hoy acusan los mercados, sensibles, volátiles, no nos ofrecen un escenario de confort futuro. No será la suerte de todos. Aquellos capaces de generar el espectacular negocio de la compra a la baja y la venta a la suba, estarán de para bienes. Aunque no es menos cierto que siempre la especulación, aunque genera ganancias, produce pánico para la inmensa mayoría.

Pues bien. No somos nosotros responsables de lo que ocurre en el planeta y menos del serendipity del coronavirus y su furiosa expansión. De ninguna manera.

Pero sí somos responsables por no haber trabajado en multiplicar el número de nuestros mercados y de no haber extremado el valor agregado de nuestros productos de la naturaleza: por ejemplo, hicimos una agricultura cada vez más sojera, una producción de proteínas menos animal. Durante el kirchnerismo liquidamos 10 millones de cabezas de vacunos supuestamente “para defender la mesa de los argentinos”. Primarizamos y especializamos las exportaciones y las encajamos en pocos mercados por no haberlas valorizado en términos de procesamiento.

Somos responsables de haber permitido perder la integración local de la industria automotriz o de haber destruido la industria ferroviaria y el sistema ferroviario y haber perdido la flota marítima y haber destruido la industria naval generando déficit permanente. Esas responsabilidades nuestras nos han hecho un país frágil.

La crisis del Pangolin que golpea a una economía mundial que arrastraba problemas de deterioro del incremento de la productividad, problemas de distribución e inequidad, con una conflictividad social creciente y contradicciones como las que surgieron en las principales economías planetarias, lo que evidencian los problemas del modelo implícito de integración China - Estados Unidos, el Brexit respecto de la economía europea y ahora la nueva geopolítica del petróleo.

El coronavirus es algo nuevo y distinto y opera como un acelerador. ¿Es nuevo? La gripe aviar tuvo más consecuencias fatales, pero, dicen ?palabras de Angela Merkel? que hasta el 60% de un país puede ser contagiado por este virus.

Umberto Eco en 1972 escribió un ensayo, tan breve como iluminador, llamado “La nueva Edad Media”. Eco analizaba el trabajo liminar de Roberto Vacca cuya tesis ? resumía Eco ? era que “la degradacio?n de los grandes sistemas ti?picos de la era tecnolo?gica que, demasiado vastos y complejos para ser coordinados por una autoridad central y tambie?n para ser controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, esta?n condenados al colapso y, por interacciones reci?procas, a producir un retroceso de toda la civilizacio?n industrial”.

¿Es una profecía? No lo sé. Pero en todo caso las cuestiones problemáticas del sistema global, su compleja administración, nos obligan ? y el escenario del coronavirus, que seguramente será transitorio, sólo contribuye a ponerlo en blanco y negro - nos obliga a privilegiar, en el diseño político, la prioridad de la definición del rumbo de la navegación interior. Ser capaces de superar las contingencias sea del coronavirus sea de la crisis global de la economías por cualquiera de las causas posibles imaginables o no, nos obliga a definir un rumbo de navegación interior.

Sin duda que toda política, como señalaba el general Juan Perón, es política internacional. Pero eso supone que la definición de la Nación está clarificada, esclarecida, aterrizada en sus fases prácticas, materiales. Esta situación crítica nos abre nuevamente estos interrogantes.

¿Dónde radica la cohesión de un país en el que hay territorios, provincias, en las que las condiciones materiales de vida, los ingresos, la salud, la educación, la habitación, hasta la distracción, imita las condiciones del primer mundo y, a horas ? cuando no a minutos ?, las condiciones materiales de vida naufragan escandalosamente, la pobreza y la dependencia de la ayuda pùblica constituye el único medio de vida, la salud es una ruleta rusa , la educación es el nombre de algunas comidas y el hacinamiento generador de la violencia es la política habitacional? ¿Quién cree que, en esas condiciones, volvamos al virus, el “cuidado” nos puede preservar?

O pongamos kilómetros y no horas. Las provincias del norte, donde radican mayorías de argentinos de siglos en esta tierra, los que se mestizaron desde la conquista y nos legaron la tonada, como recita Esteban Agüero, y que dieron y dan y están condenados a la entrega de su producción y su trabajo en estado primario por la molicie del Estado, la política, que no ha pensado, desde hace años, en navegar el rumbo interior por romper la colonización interna en que vivimos y permite a la Ciudad de Buenos Aires gozar de un nivel de vida que ? digan lo que digan ? se basa en el trabajo y la historia de toda la Nación y no sólo de lo que ? sin duda con mérito ? logran los porteños.

Esta dicotomía que nace y se mantiene por el ocio estructural de la política de no pensar en el país todo, del que pareciera no se siente parte, es lo que nos hace vulnerables a todos los episodios en los que no sopla el viento de cola que, sin el menor esfuerzo de la política, nos hace creer que estamos avanzando.

Y cada vez que ese viento de cola se detiene ni siquiera podemos permancer en el mismo lugar: retrocedemos. Las crisis, del Pangolin al petróleo, son para nosotros viento de bolina que nos empujan a la red enmarañada de problemas que nunca hemos decidido resolver.

Hoy ? es verdad ? la deuda, los compromisos incumplidos, los fracasos estrepitosos de los anteriores gobiernos de los últimos 45 años, nos pesan y nos enfrentan al presente como si estas urgencias fueran lo único de que ocuparnos.

Despertemos, si no pensamos la navegación interior, el afuera terminará por consumirnos. Sin pensar el adentro jamás tendremos una respuesta convincente para el afuera, hoy la deuda.

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