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China se acerca a los aliados que ningunea Estados Unidos

Cuando uno trata con Trump, la confianza y la esperanza no son lo último que se pierde.

25 junio de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Aunque en el Gobierno de Argentina nunca se manejó el intento de reinserción al mundo con el talento de un Carl von Clausewitz, algunos de sus miembros entendieron, poco a poco, que la próxima Cumbre del Grupo de los 20 (G20) de Osaka, Japón, parece tentada a retomar una parte de la agenda sustantiva que se negaron a emplear la canciller Angela Merkel y el presidente Mauricio Macri. Uno de los que percibió el hecho fue el canciller Jorge Faurie, quien hizo una referencia lateral al tema en la llamativa conferencia de prensa que protagonizó, en la sede del CARI, el pasado 17 de junio.

Como resultó claro desde el principio, cada uno de los dos mandatarios que precedieron al primer ministro Shinzo Abe al mando del G20, se dejaron llevar por el impulso de administrar su sumbre dando prioridad a la idea de montar un clima de “buena onda” y de unidad entre los líderes, en lugar de promover el contacto de los líderes con las soluciones que son necesarias para resolver los acuciantes problemas mundiales. Ninguno de ellos quiso tomar el riesgo de toparse con la imprevisible y confusa gestualidad de Donald Trump. Temían, por muy buenas razones, que si se hubiese efectuado un profundo ejercicio de diálogo y cooperación, el foro hubiera dejado de existir o habría perdido definitivamente el papel referencial que adquirió en su primera etapa.

Así se explica la decisión de recortar los últimos temarios del G20 de todo debate sobre los problemas y las amenazas calientes que entonces ya proliferaban con bajo perfil en todo el planeta y hoy son parte de una realidad que se abre paso con megáfono y no demanda mayor explicación. Tanto Merkel como Macri decidieron sembrar un conspicuo manto de silencio sobre los asuntos vinculados con la secular lucha contra el proteccionismo comercial, el gran dolor de cabeza de toda la humanidad y el tema que despierta eléctrica divergencia entre las dos mayores potencias económicas (China y Estados Unidos) que no se cansan de alentar su propia versión del virus mercantilista. Así quedó el foro que en sus primeros años se dedicó a diluir o resolver, en muchos aspectos con gran éxito, la crisis financiera, energética, alimentaria, ambiental y climática que explotó en 2008. Lo cierto y triste es que Merkel y Macri nunca se propusieron apuntar los reflectores al debate de los temas que realmente eran de interés global.

La antedicha frivolidad política dejó sin atender un escenario hoy chamuscado por las guerras comerciales, las atrocidades del cambio climático y la catastrófica moda populista que conduce a un pantanoso Brexit y a otros experimentos que desestabilizan a Europa y a los demás rincones en conflicto, lista que incluye el ninguneo y el persistente sabotaje al funcionamiento de las instituciones multilaterales de patente utilidad.

Hoy el prestigio de Tokio estaría golpeado si reedita la experiencia de llevar el diálogo del G20 a una especie de taller literario sobre la economía digital, la inteligencia artificial y el empoderamiento de la mujer (los items supuestamente prioritarios de la inminente Cumbre del G20 que sesionará oficialmente este fin de semana). En consecuencia, la espera será corta para saber si el intento japonés por enriquecer en algo la calidad de la agenda fue sincero, real y posible.

Si un observador deseara tomar contacto con una prueba de los anteriores comentarios, le bastaría acudir a la reciente reunión sectorial de los ministros de Comercio y Economía Digital del G20 que se desarrolló entre el 8 y 9/6/2019, cuando el ministro anfitrión japonés, Hiroshige Seko, complementó la Declaración Ministerial, con una breve y contundente declaración personal. En el segundo párrafo de ese documento, consignó, en tres de los cuatro puntos, que muchos ministros del foro (obviamente no todos), se pronunciaron por la necesidad de mitigar los efectos adversos de las presentes tensiones comerciales (leáse, guerras comerciales); de trabajar colectivamente sobre los hechos que esmerilan la confianza y el sentimiento inversor y de asegurar que las medidas comerciales sean consistentes con las reglas de la OMC (ninguna de las decisiones comerciales adoptadas por Trump y sus adversarios pasarían un test bien hecho de legalidad OMC).

¿Subirán los insumos de esta naturaleza a la Declaración final de Osaka que habrán de adoptar los Líderes del G20? ¿Estará Argentina entre las naciones que respalden el sentimiento de “muchos ministros”? El lector puede juzgar este episodio sabiendo que, con anterioridad, sugerí repetidamente que se usara en Buenos Aires, al conducir el foro, el atajo de una declaración personal del presidente Macri para identificar todo aquello que no se haya podido subir, con buena línea, a la Declaración de esa cumbre, algo que el Jefe de la Casa Rosada no hizo y, sin perder la calma ni el pudor, el ministro japonés que presidió los debates comerciales asumió con gran energía. Ahora sólo puedo agregar, ¿vieron que “sí, se puede” imberbes?

La semana pasada también permitió recibir señales específicas de que China y la Unión Europea (UE) no se resignan a seguir pendientes del difícil trato con Washington y están haciendo amplios progresos en las negociaciones de un Acuerdo (bilateral) Comprensivo de Inversiones que se caracteriza por el hecho de que los avances no se refieren sólo a la profundidad y detalle de las reglas, sino también a la cobertura de los sectores amparados por tales disposiciones, bajo la suposición de que Pekín está decidido a incluir actividades antes reservadas a los capitales del país. Adicionalmente, comunicó que ya no desea avanzar en el panel que le hizo a la UE por la interpretación del texto del Protocolo de Accesión de China a la OMC, referido a su status legal de economía de mercado en los casos de dumping. Esa medida también favorece a los Estados Unidos, país que pidió ser tercera parte interesada en la referida disputa legal. Y si bien esta decisión parece un gigante regalo de China a la UE y a Washington, no es para tanto. Pekín sabía perfectamente que las conclusiones del panel eran totalmente adversas a sus puntos de vista y que los fundamentos compilados en su contra habrían resultado muy difíciles de rebatir.

Otro aliado de Estados Unidos, Japón, parece ser consultado por el Gobierno de China a la hora de tratar con Washington. Tokio tiene desde 1989 un acuerdo de inversiones con Pekín del que también es parte Corea del Sur. Las disposiciones de tal instrumento incluyen una cláusula de multilateralización automática (o sea de Nación más Favorecida) de las ventajas que China pueda otorgar a terceros países, de manera que los progresos que Pekín conceda en el marco del eventual Acuerdo Comprensivo con la UE, deberían ser aplicados a Japón y Corea del Sur sin negociación adicional (a esto se lo suele llamar free riding, o sea una ventaja sin reciprocidad directa de los beneficiados). El problema es que tal acuerdo no incluye la cláusula standard que en estos días rige las relaciones entre el inversor y el Estado anfitrión bajo las normas de un apropiado mecanismo de solución de diferencias.

La semana que pasó también aportó buenas novedades en México y quizás en Ottawa. El congreso mexicano ratificó el nuevo NAFTA (T-MEC en castellano) y el Primer ministro de canadá, Justin Trudeau, anunció que se aprestaba a llamar a sesiones extraordinarias del Parlamento para seguir la senda encabezada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Donde la cosa no está tan clara es en Washington. Si bien ahora al Jefe de la Casa Blanca le agarró el síndrome del apuro ratificatorio, y en el Congreso parece haber buena química sobre el tema, el trámite no se ve tan sencillo, limpio y directo.

Por último, los analistas no deberían pasar por alto la columna elaborada por Hugo Perezcano Díaz, quien publicó en el diario Globe and Mail de Toronto y fue difundida por el Centro para la Innovación de la Gobernabilidad Internacional (cuya sigla en inglés es CIGI y tiene sede en Canadá) acerca de lo que califica como la infundada algarabía que circunda al nuevo NAFTA.

Según la nota, el texto del acuerdo no supone una real modernización de las reglas comerciales de la región, ni levanta el nivel alcanzado en el Acuerdo sobre de Asociación Transpacífica, que aprobaron en su versión original los tres miembros de América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México). Al contrario, las reglas de origen para el sector automotriz del nuevo NAFTA (el USMCA o T-MEC), hoy en vías de ratificación, son más restrictivas que las normas que se propone reemplazar. Además sostiene que, con o sin acuerdo, el gobierno del presidente Trump demostró estar dispuesto a hacer cosas como lanzarse a la guerra comercial con varios países, China entre otros, y a utilizar la política comercial para resolver un supuesto problema migratorio.

El Jefe de la Casa Blanca no sólo dijo sin tapujos que en el futuro Washington seguirá actuando del mismo modo sino que, en una nota complementaria (side-letter), anticipó que se propone recurrir, cuantas veces le parezca necesario, a las medidas comerciales que permitan alcanzar objetivos de seguridad nacional, a sabiendas de que ello podría gen erar represalias simétricas. Esto último es sólidamente objetado en el Congreso de Estados Unidos.

Como se ve, cuando uno trata con Trump, la confianza y la esperanza no son lo último que se pierde.

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