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Ahora tenemos una economía trimonetaria: pesos, dólares y también Leliq

Tenemos un sistema trimonetario de pesos, dólares y Leliq, intercambiables fluidamente entre sí pero en un equilibrio inestable e impredecible entre sus stocks. Su génesis es fruto de décadas de inflación y lleva a buscar sustitutos a la moneda nacional como depósitos de valor.

27 marzo de 2019

Por Ramón Frediani Economista

El dinero cumple tres funciones en la economía: unidad de cuenta, medio de cambio y depósito de valor. Cumple la primera al expresar el valor de los bienes y servicios en el mercado interno. La segunda función -dinero transaccional- la ejerce para evitar los infinitos inconvenientes que ocasionaría el trueque, si el dinero no existiera.

La tercera función -depósito de valor- la cumple para preservar su valor a lo largo del tiempo, ya sea para cubrirse de la inflación, las devaluaciones cambiarias o del deterioro ocasionado por el precio del transcurso del tiempo (la tasa de interés). Prácticamente en casi todo el mundo, las tres funciones las cumple simultáneamente una misma moneda nacional y un único sistema monetario, traducible a los demás sistemas monetarios del resto del mundo a través de los tipos de cambio.

La primera función es obvia y la cumplen todas las monedas, incluso la nuestra. La segunda función - medio de cambio o dinero transaccional- se satisface también sin inconvenientes salvo ante hiperinflaciones o guerras prolongadas, cuando el papel moneda es reemplazado por un bien físico de valor relativamente estable como sustituto y de aceptabilidad general (dinero-mercancía), o por monedas alternativas de otros países.

Si bien las Leliq poseen menor liquidez que el dinero fiduciario en circulación (papel moneda) y no son transaccionales, conceptualmente son cuasi-dinero (cuasi-líquidas) al poder convertirse inmediatamente en dinero si no se renueva todo o parte del stock diario de sus vencimientos en poder de los bancos al depender estrechamente del nivel de los depósitos bancarios. En tal sentido, pueden interpretarse como un caso especial de dinero secundario, en cierta medida equivalente al creado por los bancos a través del multiplicador bancario.

En pocos días el stock de las Leliq estará en un equivalente a U$S 25.000 millones emitidas a un plazo de 7 días corridos y el stock diario de sus vencimientos es próximo a U$S 3.600 millones. En otras palabras, en 24 horas o a lo sumo 48 horas ese stock diario de Leliq vencidas puede transformarse en dinero en poder del público.

Pero tanto, el dólar como las Leliq son imperfectos para cumplir en plenitud la función de depósito de valor. Las Leliq, e indirectamente los depósitos bancarios que las financian, protegen de la inflación en la medida que la tasa de interés neta de impuestos iguale o supere la tasa de inflación, pero no resguarda su valor en términos de una moneda fuerte tomada como referencia (dólar) si la tasa de devaluación del tipo de cambio supera a la tasa de interés de interés neta de impuestos. A su vez, el mantener dólares como depósito de valor, nos cubre ante devaluaciones, pero no nos cubre de la inflación interna si ésta es mayor a la tasa de devaluación del tipo de cambio.

Dólares, Leliq y pesos son fluidos monetarios que se intercambian diariamente abrazados estrechamente, un Triángulo de las Bermudas, cuyos valores fluctúan en torno a sus respectivos precios: tipo de cambio, tasa de interés y recíproca (o inversa) de la inflación respectivamente. Si se modifica uno, automáticamente se modifican los otros y es obvio que el BCRA no puede manejar a los tres simultáneamente.

Ahora hay poco dinero en circulación, por la meta de crecimiento cero de la base monetaria hasta fin de año, pero ello no impide que haya inflación pues en la economía del Siglo XXI hay dinero digital que permite transacciones por home-banking mediante cobros y pagos instantáneos vía transferencias electrónicas entre deudores y acreedores, sin necesidad del dinero físico. Y si éste es insuficiente, se lo expande con descubiertos en cuenta corriente, préstamos personales instantáneos otorgados por cajeros automáticos, tarjetas de crédito que traen al presente ingresos del futuro, emisión de dinero privado (tickets canasta), etc.

El dinero transaccional fiduciario existente (el dinero en circulación más el que está en poder de los bancos) suma $ 1,3 billones (U$S 31.000 millones) y las Leliq $ 1,05 billón (U$S 25.000 millones). A su vez, el stock de dólares en poder del público está distribuido entre: (a) depósitos bancarios (U$S 35.500 millones), (b) cajas de seguridad bancarias y no bancarias y (c) tenencias de efectivo en empresas y personas (“Colchón Bank”). Estas dos últimas categorías poseen un stock desconocido, pero estimado tentativamente en alrededor de U$S 15.000 millones, por lo que el stock de dólares dentro del país como moneda de depósito de valor sería aproximadamente de U$S 50.000 millones, sin contar el stock existente en el exterior.

Hay pocos antecedentes de sistemas bi-monetarios; sólo en casos extremos de hiperinflaciones y vigentes durante cortos lapsos de tiempo, por lo general no más de 2 años, como fueron las hiperinflaciones de Rusia (1922-1924), Hungría (1945-1946), Yugoeslavia (1992-1994), Nicaragua (1991-1992), Ucrania (1992-1994) y Zimbawe (2007-2009). Incluso existió el extremo de tener sistemas pluri-monetarios como en Argentina (2001-2003), cuando nuestro peso circulaba junto a bonos-dinero provinciales de curso legal emitidos simultáneamente por 15 provincias, record sólo superado por Alemania durante la República de Weimar, con la emisión de cientos de dineros alternativos (Notgelds) a la moneda oficial ? el papiermark- emitidos por municipios y grandes empresas privadas durante la hiperinflación alemana del 12 de agosto de 1922 al 15 de noviembre de 1923, lapso de 15 meses en el que el tipo de cambio frente al dólar pasó de 4 marcos a 4 billones de marcos.

Sistemas bimonetarios o, peor aún, trimonetarios, son coartadas anti-sistema, excentricidades que obnubilan la racionalidad y dificultan a los bancos centrales alcanzar sustentabilidad y éxito en sus metas monetarias y cambiarias. Agregan ruido sistémico, inhiben la inversión productiva por ser experimentos audaces y bizarros con consecuencias imprevistas tanto para la población como para los mercados, más allá de la lógica y el orden que debe prevalecer en la economía.

Ni la teoría económica se ha tomado el trabajo de analizarlos en profundidad. Otorgarles jerarquía y reconocimiento sería una involución científica, un volver al pensamiento mágico, equivalente a retroceder, por ejemplo, de la astronomía a la astrología. Ningún país serio tiene un sistema bimonetario (mucho menos trimonetario) y en los pocos casos que existió fue por una emergencia ante un colapso nacional excepcional no mayor a 2 años, nunca durante décadas como en Argentina, donde el dólar como depósito de valor existe, compite con la moneda nacional y tiene aceptabilidad general desde hace al menos 45 años.

Hoy la economía argentina transcurre con un sistema tri-monetario de pesos, dólares y Leliq, intercambiables fluidamente entre sí pero en un equilibrio inestable e impredecible entre sus stocks. Su génesis es fruto de décadas de una tenaz inflación que no cede y lleva a buscar sustitutos a la moneda nacional como depósitos de valor. Esto no es neutral en materia de nivel de actividad y empleo, ya que el crecimiento del stock de las dos monedas para depósito de valor (dólares y Leliq), ocurre a expensas de reducir el stock de la moneda transaccional (pesos), con efecto recesivo al anestesiar a la producción y el empleo reprimiendo la demanda interna sin alcanzar nunca el objetivo perseguido: derrotar la inflación.

Y no se alcanza porque el BCRA insiste en políticas basadas en un mal diagnóstico: que tenemos inflación de demanda cuando en realidad hoy tenemos inflación de costos: mayores costos impositivos, financieros, logísticos y de insumos básicos por interminables reajustes mensuales de gas, combustibles, electricidad, transporte. Es de demanda cuando en los negocios hay cola de clientes y es de costos cuando los vendedores, cruzados de brazo, esperan clientes. Esta última fotografía, más elocuente que mil palabras, es hoy el panorama más frecuente.

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