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La impensada lección política del plebiscito en Colombia

Los 53.894 votos de ventaja que obtuvo el “no” el pasado 2 de octubre han sepultado de manera definitiva el acuerdo pacientemente tejido durante cuatro años entre los negociadores de Juan M. Santos y de las FARC. A partir de ahora, Alvaro Uribe será clave.

05 octubre de 2016

por Rubén Manasés Achdjian (*)

Afirmar que, desde sus orígenes, la historia de Colombia ha sido forjada en un persistente clima de violencia política no agrega nada sustantivo a ningún análisis: es una evidencia incontrastable sobre la cual ya se ha escrito mucho y aún se sigue escribiendo.

Tampoco agrega nada argumentar que, en un país que desde hace más de medio siglo atraviesa una guerra interna, el llamado a un plebiscito para aprobar o rechazar un acuerdo de paz constituye un tema de primer orden nacional, regional e internacional.

Además de estas dos obviedades, cualquier analista podría cometer un grueso error de apreciación al sostener que, en un país con las características de Colombia, el apoyo popular en favor de la paz sería ?sin dudas y bajo toda circunstancia? la opción preferida por una abrumadora mayoría.

Pero?

Pues bien, la reciente lección colombiana puso en evidencia el riesgo de hacer pronósticos basados en obviedades y apreciaciones erradas. Los resultados del plebiscito del 2 de octubre dejaron en claro que, aunque castigada por la guerra y la violencia política, poco más de la mitad de las sociedad colombiana no está dispuesta a aceptar cualquier tipo de paz.

Pocas semanas antes del plebiscito, los sondeos de las principales consultoras de opinión (Ipsos, Invamer Gallup, Datexco y Cifras & Conceptos) anticipaban un rotundo triunfo del “sí”. Contra todos estos pronósticos, finalmente triunfó la opción de rechazar los acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC. Y aunque el “no” prevaleciera por un margen insignificante ?un poco más de 50.000 votos sobre 13 millones emitidos?la iniciativa hoy se encuentra en punto muerto.

En su apreciación estratégica inicial, el Gobierno colombiano daba por descontado que el “sí” se iba a imponer ampliamente. Si hubiesen existido márgenes razonables de duda, el presidente Juan M. Santos hubiese desistido seguramente de la idea de llamar a un plebiscito que, dicho sea de paso, no estaba legalmente obligado a realizar.

Así lo entendió, también, una gran parte del sistema político colombiano que se inclinó a favor de aprobar los acuerdos de paz mediante una consulta popular. El oficialista Partido de la U, Cambio Radical y el MIRA militaron en favor del “sí” en tanto que el Centro Democrático (liderado por el ex presidente Alvaro Uribe) y un sector del viejo Partido Conservador alineado detrás de la figura del procurador general, Alejandro Ordoñez, cerraron filas detrás del “no”.

El abstencionismo

¿Qué sucedió en Colombia para que un hecho político que estaba destinado a ocurrir sin mayores contratiempos finalmente no ocurriera?

En primer lugar, el bajo nivel de participación electoral parece haber influido de manera decisiva en el ajustado triunfo del “no”. En el plebiscito votó apenas el 37,43% del total del electorado habilitado para hacerlo. La abstención masiva jugó en contra del oficialismo y sus aliados y terminó siendo el gran elector de la jornada plebiscitaria. Algunos datos reflejan los extremos de este fenómeno: en el Municipio de Uribia (Departamento de La Guajira) la concurrencia a las urnas fue del 3,4% del padrón y en Aracataca (la ciudad natal de Gabriel García Márquez) fue menor al 6%.

En segundo lugar, el discurso político que apelaba al rechazo a los acuerdos de paz se instaló con más fuerza en los grandes conglomerados urbanos y en los segmentos electorales de mayor edad. En 21 de los 34 departamentos electorales, triunfó el “sí”, en muchos casos de manera holgada y, en otros, muy ajustada. Sin embargo, en ciertos departamentos altamente poblados (Antioquía, Cundinamarca y Santander, por ejemplo) hubo una alta participación electoral (igual o superior al 39% del padrón), pero allí los ciudadanos se inclinaron por el “no”, revirtiendo el resultado obtenido por el “sí” en otros departamentos destacados, como Bogotá y Cauca.

La lección que se desprende de este punto en particular es que las locaciones rurales directamente afectadas por la guerra endémica votaron mayormente a favor de los acuerdos de paz, pero sus votos fueron neutralizados por los que se emitieron en los grandes centros urbanos, actualmente lejanos a la acción de las fuerzas insurgentes pero refractarias a avalar cualquier entendimiento con ellas.

En los municipios y departamentos más poblados los votos se polarizaron. En Medellín (Antioquía) votó el 46% del electorado y allí el “no” obtuvo más de 430.000 votos (63% del total), mientras que en Cali ?donde la abstención fue mucho mayor- el “sí” obtuvo un triunfo más ajustado, con un total de 320.000 votos (el 54%). Medellín, recordémoslo, es la segunda ciudad del país y de donde es oriundo el ex presidente Uribe.

El porcentual de concurrencia electoral en Bogotá fue idéntico al de Medellín: en la capital votaron poco más de 2,5 millones de ciudadanos sobre un padrón de más de 5,5 millones. Si bien allí el “sí” obtuvo 1,4 millones de votos, el “no” logró superar la barrera del millón de sufragios, un resultado impensado tanto para las principales consultoras como para el propio Gobierno.

En resumen, el altísimo nivel de abstención fue la pieza clave que explica el triunfo ?ajustado, pero triunfo al fin? del “no” en el reciente plebiscito colombiano. Por cierto, este fenómeno no constituye un dato novedoso en la realidad electoral del país. Las estadísticas de las seis últimas elecciones presidenciales muestran que el promedio de concurrencia a las urnas durante el período 1994-2014 fue del 44%, con un piso de 33,7% y un techo de 51,1%. En la primera vuelta de las últimas elecciones (mayo de 2014) asistió a las urnas el 40,6% de los ciudadanos habilitados para votar y el actual presidente Santos ?quien iba por su reelección? obtuvo apenas el 25,7% de los votos, cerca de 460.000 menos que los que logró sus contendiente, Oscar Zuluaga (Centro Democrático). Finalmente, Santos logró captar 4,5 millones de votos dispersos y se impuso en el balotaje. Lo que se busca poner en relieve es de qué manera la abstención electoral constituye un fenómeno crónico que explica la volatilidad del sufragio colombiano.

El día después

Ante el revés sufrido en el plebiscito, el Gobierno reaccionó con rapidez. Con los guarismos definitivos en la mano, Santos salió a declarar que él era el garante de la estabilidad democrática y que el resultado de las urnas no debería afectar dicha estabilidad. Y agregó que, pese al resultado, conserva intactas sus facultades para buscar y negociar la paz.

Otro tanto hizo la conducción de las FARC-EP. En un brevísimo aunque contundente comunicado, el secretariado nacional de la fuerza insurgente señaló que mantiene “su voluntad de paz y su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”. El comunicado concluye con un claro mensaje hacia la sociedad, pero con mayor énfasis hacia la coalición política que responde a Uribe. “Al pueblo colombiano que sueña con la paz ?dice el comunicadoque cuente con nosotros. La paz triunfará”, sentencia.

Claramente, el gran vencedor de la jornada ha sido el ex presidente y actual senador Alvaro Uribe. Representante de la línea dura frente a los insurgentes, fue eficaz en construir un discurso que afirmara una vocación por la paz pero que, al mismo tiempo, pusiera el foco en las “excesivas concesiones” hechas por el Gobierno a las FARC. Frente al plebiscito, Uribe supo representar y movilizar hacia las urnas a una parte de la ciudadanía que aún guarda viejos y muy profundos enconos hacia los históricos insurgentes. Es comprensible: una larga guerra que produjo hasta la fecha más de 170.000 civiles muertos y 4 millones de desplazados, deja improntas difíciles de remover. Uribe supo apelar con éxito a estas heridas que atraviesan, en mayor o menor medida, a toda la sociedad colombiana.

Los 53.894 votos de ventaja que obtuvo el “no” el pasado 2 de octubre han sepultado de manera definitiva el acuerdo pacientemente tejido durante cuatro años entre los negociadores de Santos y de las FARC. A partir de ahora será otro el escenario y bajo estas nuevas circunstancias, es Uribe quien hoy está en mejores condiciones para imponerle al resto de los actores el ritmo y los límites de una nueva instancia de negociación cuya fecha de inicio aún es incierta.

(*) Politólogo

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