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El petróleo (y el poder) ruso están en declive

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04 mayo de 2020

 Por Claudio Robelo Guzmán (*)

Las ramificaciones de la crisis económica global y la pandemia continúan con serias consecuencias para el mercado de hidrocarburos y sus productores. Las cuarentenas en distintos países afectan a más de la mitad de la población mundial y redujeron el transporte de personas y bienes junto con la demanda de combustibles.

Por otra parte, los países productores de hidrocarburos, a pesar de la alta dependencia que tienen sobre las exportaciones, buscan estrategias para sobrellevar la situación en el contexto de crisis económica generalizada. Esto llevó a un acuerdo OPEP+, que reúne tanto a países miembros de la OPEP como no miembros, y establece un precio por barril inimaginable, menor a US$ 0. Toda esta situación enmarca un escenario difícil para Rusia, uno de los gigantes del mercado.

El resurgimiento ruso en el plano mundial durante la década de los 2000 se debió principalmente a la exportación de hidrocarburos a Europa, un mercado en el que era competitivo y con reservas de fácil acceso. El declive de reservas tradicionales y un mercado donde los márgenes de ganancia se reducen cada vez más por la competencia entre productores señalan que la era de poder ruso basado en petróleo barato puede estar llegando a un punto de inflexión.

El escenario de elevadas inversiones necesarias para la explotación de nuevos depósitos y mejora de la infraestructura presente, las sanciones económicas internacionales sobre insumos del sector energético y las ineficiencias ya existentes en el sector ponen a Rusia ante una ventana de oportunidad que se está cerrando rápidamente.

Por un lado, el encarecimiento de la producción parece inevitable. La necesidad de encontrar nuevos depósitos requiere de grandes inversiones e incentivos fiscales para desarrollar las operaciones en zonas alejadas y de difícil acceso. Potenciales pozos en los mares Caspio, Negro, o hasta en el Artico, pueden ser prometedores para sostener a largo plazo la producción, pero en el corto plazo son inviables.

Formas no convencionales de extracción como el fracking tampoco son alternativas viables, dado que la industria rusa no ha optimizado sus equipos para embarcarse en estas operaciones de forma eficiente. A diferencia del caso estadounidense, el sector energético ruso altamente oligopolizado y tutelado por el Estado, no brindó espacios para que productores independientes pudieran innovar en la explotación más eficiente de depósitos no convencionales.

Por otro lado, la infraestructura deficiente actual tampoco contribuirá en aminorar el declive ante una caída en la producción. El sistema de refinerías rusas es ineficiente y más contaminante que sus pares europeos y hace que los compradores prefieran el crudo en lugar de productos refinados. De esta forma, los márgenes de ganancia son menores para Rusia y la dejan más vulnerable a las variaciones de mercado sobre el precio del barril. En una época de producción barata no afectan radicalmente el panorama, pero con una ventana de ganancia decreciente esa ineficiencia y la inversión para enmendarla es crítica.

Aun cuando la voluntad y el dinero para hacer las reformas esté disponible, es necesario contar con los insumos para llevarlas adelante, la mayoría de los cuales no se producen en Rusia sino que deben ser importados. Sin embargo, las sanciones económicas impuestas sobre el gobierno de Putin por sus diversas empresas geopolíticas impiden el ingreso de estos insumos vitales.

Todos estos elementos conforman un sector de producción de combustibles altamente inestable a mediano y largo plazo, un ancla seriamente inestable para la estrategia de proyección de poder rusa.

Tal vez la clave para el futuro ruso en el mercado energético será su capacidad para asegurar lazos con China. La estrategia del Kremlin parece avanzar en esta dirección. Solo en 2020 Rusia aumentó 50% los aportes de energía a China, llegando a 15% del total de demanda de ese país. Esta tendencia seguramente se profundice a medida que China busque reemplazar el carbón por petróleo y minimizar sus vulnerabilidades en el flujo proveniente por vías marítimas en el meridional chino de fácil interrupción y sujetas a tensiones por reclamos territoriales.

Aun con esta alternativa, el largo camino al desarrollo conserva serios pendientes para Putin, a pesar de que las expresiones de poderío internacional de notas revanchistas no esperaron mucho en manifestarse luego del declive ruso de los '90. El motor de estas expresiones de poder ha sido un contexto de reservas de petróleo de fácil acceso, un mercado hambriento y un margen de ganancia suficientemente amplio para financiar el expansionismo geopolítico.

Esta estrategia parece estar llegando a su agotamiento con algunas alternativas futuras, como el acercamiento a China en un rol secundario o una reforma económica más en el bienestar que en el poderío, como el modelo noruego en la creación de fondos soberanos a partir de las ganancias del petróleo. Cualquier reorientación dependerá del desarrollo político interno ruso y principalmente de las probabilidades de Vladimir Putin de permanecer en el poder gracias a las recientes reformas constitucionales. En caso de que el mandatario deje el cargo en 2024 lo más probable será que prefiera mantener el status quo antes que encarar sacrificio de inversiones a largo plazo.

Aun así, el manejo interno de la economía rusa de cara a la crisis del Covid-19 está dando señales de un liderazgo fuerte desde el Kremlin con escasos incentivos económicos al sector privado y frugalidad fiscal. La crisis económica puede dar el puntapié inicial para desarrollar reformas poco populares, pero dependerá de un delicado balance en el que la situación no salga de control y lleve al colapso.

De cualquier forma, el motor del poderío ruso se encuentra próximo a transformaciones traumáticas y, con él, su proyección de poder en zonas como Asia central, Siria, Ucrania y los países bálticos.

(*) Profesor en la UCA y Maestrando en Defensa Nacional

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