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Teoría Monetaria Moderna: Alberto tiene y no tiene razón

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Por Gonzalo Martínez Mosquera

El pasado 7 de mayo, el presidente Alberto Fernandez, junto a su ministro de Economía, Martín Guzmán, anunció una serie de medidas económicas y sociales.

En su discurso dejó una frase que inmediatamente generó ruido en las redes sociales. Dijo: “No hay dinero que alcance para poner en el bolsillo de nuestra gente, si cada vez que ponemos dinero, los precios siguen subiendo.”

Enseguida se convirtió en el hazmereir de varios economistas de raigambre más o menos ortodoxa para criticarlo por semejante afirmación.

Según el rezo monetarista, “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario” y, por lo tanto, la solución para reducirla es eliminar el déficit financiado por emisión monetaria. La afirmación de Fernandez se vuelve, por tanto, una tautología que pareciera dejar en ridículo al presidente.

Pero las críticas monetaristas están mal orientadas y su remedio, intentar cerrar la diferencia entre gasto y recaudación, es irrealizable políticamente (como lo verificó Cambiemos) y tiene las patas cortas.

¿Por qué no es realizable políticamente?

Para simplificar voy a llamar a todo lo que no es el gobierno federal, “sector privado”. Eso incluye empresas privadas, clubes, colegios, gobiernos provinciales y municipales, etcétera.

¿Cuál es el ingreso neto en pesos de aquel sector privado? El déficit fiscal que, desde el punto de vista privado, es su ingreso neto (ingreso menos su egreso). Cuando uno intenta reducirlo está, por tanto, reduciendo aquello que le permite al sector privado generar demanda agregada para ocupar los recursos desempleados. Si, al hacerlo, el Gobierno está desocupando recursos por la baja en su gasto. Lo que se necesita para que no queden desocupados es que haya un sector privado pujante que los reciba con las manos abiertas.

¿Cómo se puede pretender que lo haga cuando está perdiendo su fuente de ingresos? Al contrario, quien se encuentra en esa situación tiende más a expulsar recursos que a contratarlos. Es por ello que el descontento social tiende a crecer con la eliminación del déficit y eso cuesta elecciones. Es políticamente irrealizable.

Pero incluso aunque se tuviera el apoyo electoral, la eliminación del déficit tiene patas cortas. Un sector privado débil, por la pérdida de su ingreso, reduce su capacidad contributiva generando una baja de recaudación que elimina aquel “esfuerzo” por el lado del gasto público.

Pareciera tener sentido la queja del presidente. Es como un callejón sin salida.

¿Y qué hacemos entonces?

La respuesta viene por otra frase del Presidente. Cuando estaba terminando su discurso se quejaba diciendo: “El Estado está haciendo un esfuerzo, cuéntenme el resto que esfuerzo van a hacer?”.

Acá sí que Fernández no tiene razón. El Estado no hace ningún esfuerzo cuando gasta, al contrario, es el sector privado el que lo hace.

Pensémoslo. El Estado no tiene ningún recurso originalmente. Es el sector privado, la sociedad, la que se los provee. Cada vez que el gobierno federal gasta y contrata a uno de ellos, el sector privado es el que los pierde. Es este y no aquel el que, en definitiva, hace ese esfuerzo.

Cristina se definió alguna vez como una abogada exitosa. Supongamos que efectivamente lo sea. El hecho de que ella sea vicepresidenta, la exime de la necesidad de vender sus servicios de abogacía.

El sector privado pierde, por tanto, un abogado a quien contratar y el resto de los legistas, que perdieron a una competidora, pueden cobrar más caros sus servicios. Es el sector privado el que ahora deberá hacer un esfuerzo mayor para contratar un abogado. Mucho más si el sueldo que recibe aquella en el Estado fuera superior al que percibiría si no fuera vicepresidenta.

Pero el sector privado tiene un límite. Y cuando se llega a ese límite, el sector público pierde la posibilidad de “extraer” recursos adicionales, a los precios vigentes. Para hacerlo tiene una sola opción. Ofrecer pagar precios más altos a los que venía ofreciendo. Es allí donde el Estado reduce el valor de su moneda y es esa la causa última de la inflación.

No, reducir el problema a la simpleza de “eliminemos el déficit para bajar la emisión y así reducir la inflación” no es una propuesta útil ni factible. La solución no va por el lado de bajar el déficit fiscal.

¿Y entonces?

La incógnita que hay que resolver es cómo fortalecemos a aquel sector privado para que pueda proveer los recursos que el Estado le pide sin debilitarse por la pérdida de ingresos.

Y la respuesta puede reducirse a una sola palabra: productividad. La gran ausente en el discurso de Alberto, Guzmán, Matías Kulfas y compañía.

¿Cómo se logra?

En primer lugar, bajando el gasto. Sí, lo que hay que hacer es bajar el gasto, sin bajar el déficit fiscal. De esa manera el sector privado sigue con demanda agregada suficiente para recibir los recursos que expulse el sector público.

Eso a la vez destinaría aquellos recursos a sectores productivos de la economía.

¿Es preferible tener un presidente y perder un abogado, o un ingeniero, que estarían disponibles para el sector privado? Claro que sí. Pero la ley de rendimientos marginales decrecientes también afecta a esa decisión. Cuantos más recursos pasamos del lado privado al público el beneficio para la sociedad como un todo se reduce.

Otras fuentes de productividad son: la apertura de las importaciones, las desregulaciones, la eliminación de controles excesivos, las privatizaciones, la simplificación impositiva, entre otros. Pareciera que van en la dirección contraria a la que está tomando este Gobierno, ¿no? Y claro, eso se refleja en los precios.

Impulsemos la productividad y la baja de la inflación se dará por añadidura.

¿Y Cambiemos?

Voy a decir algo polémico. Yo suscribo aquello de que Cambiemos tuvo el mejor equipo de los últimos 50 años. Por lo menos en la micro.

Trabajé 14 años en Techint. De ese grupo empresario Cambiemos se llevó a varios. Y no se llevó a cualquiera sino a los mejores. Por algo al de Cambiemos lo llamaron “el gobierno de los CEO”. Conocí muchos CEO en mi vida y créanme, nadie llega a serlo de regalo.

Como hincha de River agradecí al cielo que Macri se fuera de Boca. Fue el presidente más exitoso que tuvo aquel club en su historia. Lo llevó a ganar varias copas internacionales. Un verdadero milagro para ese club de barrio. Ningún tonto.

Un ícono que, creo, resume al Gobierno anterior fue la gestión de Federico Sturzenegger y mi amigo, Lucas Llach, al frente del BCRA.

En la micro tuvieron uno de los éxitos más rotundos de todo el Gobierno anterior por su manejo de la incipiente industria fintech. Argentina tiene hoy uno de los sistemas de pagos más avanzados del mundo gracias a aquella dupla. Sí, somos envidia mundial, aunque sea en ese aspecto.

En la macro, sin embargo, intentaron bajar la inflación con una política de tasas de interés positiva. Según la TMM, o por lo menos de Warren Mosler, su “creador”, subir la tasa es inflacionario y reducirla deflacionario. Esto lo expliqué el 23 de junio de 2020 en El Economista y, en mi opinión, fue la causa que le costó el puesto a Sturzenegger.

Bien en la micro, mal en la macro, un resumen de Cambiemos.

Alberto tiene razón en quejarse de que “meter” más pesos viene acompañado de una suba de precios. Pero el problema de fondo no es la emisión, el problema es que está intentando extraer recursos de un sector privado asfixiado por su propio Gobierno.

Lo que necesita es darle aire para que aquel pueda entregarle bienes y servicios a cambio de esos pesos emitidos. Para ello debe imitar a Cambiemos en la micro y no cometer sus errores macro, principalmente el de eliminar el déficit fiscal.

La grieta nos destruye como nación y en lo económico no nos deja ver la luz al final del túnel. Creo que desde lo técnico ninguno tiene toda la razón. La solución está en la síntesis.

Ojo, la síntesis no es ir de un lado a otro en función de para donde vaya la marea. Esa actitud es incluso peor que la grieta misma.

Síntesis implica ver que cada lado puede tener parte de la solución. Ojalá alguien se saque las ojeras, tome esa bandera y la lleve adelante. Mientras no ocurra seguiremos en la eterna dialéctica de la ilusión y el desengaño.

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