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La estabilidad, el crecimiento y las inversiones?aún ausentes

Una política monetaria no expansiva es necesaria, pero no suficiente para reducir la inflación y estabilizar expectativas. Los '80 nos han enseñado que el gradualismo, con o sin acuerdos sociales, no es efectivo para detener el componente inercial de la inflación.

Héctor Rubini 01 septiembre de 2016

por Héctor Rubini (*)

Ha transcurrido ya un tercio del segundo semestre, y el escenario de estanflación no muestra cambios significativos. Las audiencias públicas por las tarifas de gas, y de electricidad, tal vez aporten una pausa inflacionaria para el próximo mes, pero no mucho más.

La actividad económica estaría desacelerando su caída, pero no es claro cuándo se revertirá de manera permanente la recesión en curso. Las restricciones heredadas de la administración anterior no podrán alterarse demasiado al menos hasta principios de 2018 en caso de que el oficialismo triunfe en las elecciones legislativas del año próximo. Pero sin revertir la estanflación todavía en curso, no será difícil inclinar las preferencias del electorado, especialmente del más afectado por suspensiones, despidos y/o la caída en su ingreso disponible.

Herencia y agenda

La herencia de una economía distorsionada por controles y regulaciones ineficientes torna inevitable cambios y ajustes que a los beneficiados del régimen anterior les signifiquen la pérdida de ingresos, cuando no de privilegios. En no pocos casos obliga a reducir gastos y a maximizar la búsqueda de oportunidades para recuperar ingresos. En una economía estable no es siempre fácil, pero en recesión la probabilidad de éxito desciende semana tras semana.

Mientras se desacelera el consumo y el ritmo de exportaciones, se impone la necesidad de reactivar la inversión pública y privada. Marcos regulatorios transparentes y eficientes no se pueden elaborar en pocas semanas, menos cuando se descubren ilícitos de todo tipo en la gestión de la administración anterior. Se impone entonces la necesidad de reformas regulatorias promercado, baja de impuestos y gasto público corriente, dado el voluminoso déficit fiscal heredado, y caída permanente de la inflación. Inducir una baja de las tasas de interés y recuperar un tipo de cambio real alto y competitivo son dos imperativos fundamentales del empresariado exportador y del que compite con importaciones.

Las políticas en curso no lograron contrarrestar plenamente el impacto negativo de la debilidad de la demanda externa sobre la economía real. A esto se agrega la suba de combustibles, fletes y tarifas públicas en escalones sucesivos que ha deteriorado ingresos reales y creado el campo propicio para una intencionada agitación social cada vez más desembozada y agresiva.

Revertir esto exige, ciertamente, reducir la tasa de inflación, recuperar competitividad y volver a crecer. Los errores cometidos en materia tarifaria conducen ahora a cierta pausa transitoria en los ajustes de precios, pero esto no significa que no habrá futuras nuevas subas (y apreciables) de tarifas públicas. La única forma de evitarlo es mediante un fuerte aumento de endeudamiento público con inversores del exterior u organismos internacionales para financiar las inversiones de generadoras y distribuidoras de gas natural y electricidad. Sin embargo, ello exige meses de demora y no sale tampoco gratis. Lo que debería tenerse en claro es quién pagará y en qué medida la normalización tarifaria. O lo pagan los usuarios actuales, sacrificando ingreso real en el presente y en los próximos dos o tres años, o lo pagan con impuestos tanto usuarios como no usuarios de generaciones futuras, que deberán pagar capital e intereses de ese nuevo endeudamiento público. ¿Con exportar soja alcanzará para conseguir dólares sin iniciar el camino hacia un nuevo default? ¿Quién lo sabe?

Mientras tanto, en el corto plazo ingresamos a los meses de menor ingreso de divisas. ¿Cómo recuperar competitividad hasta que no termine la seguidilla de ajustes de tarifas, combustibles, transporte y, desde febrero próximo, salarios?

Hacia adelante

Una política monetaria no expansiva es necesaria, pero no suficiente para reducir la inflación y estabilizar expectativas. La experiencia de los '80 nos ha enseñado que el gradualismo, con o sin acuerdos sociales, no es efectivo para detener el componente inercial de la inflación y limitarla a un factor de propagación secundario y poco relevante. Sin cambio alguno en la dinámica actual, se torna a su vez inviable recuperar competitividad vía devaluaciones, salvo que se acepte incurrir en inevitables saltos inflacionarios. En otras palabras, la administración anterior contribuyó con el atraso cambiario y tarifario, tasas de interés reales negativas y una política redistributiva divorciada de todo indicador de productividad, a inflar salarios en pesos y en dólares. Superado ese régimen, no es nada fácil revertir ese cuadro sin baja de impuestos ni de gasto público corriente, ni incentivos precisos y convincentes a la inversión privada.

El desafío de reducir los salarios y los precios de bienes no transables en dólares, pero al mismo tiempo mejorar los salarios reales en pesos, con la actual dinámica de paritarias con mayor frecuencia exige un plan coordinado.

Esa coordinación todavía deseada, debería observarse entre la política monetaria, la cambiaria, la fiscal, la salarial y la de tarifas públicas y otros precios regulados. Descartada, hasta ahora, toda política de shock, y con un BCRA rumbo a metas de inflación, la coordinación de políticas y de discursos se torna más que necesaria.

Sin embargo, el reciente contrapunto entre el ministro de Hacienda y Finanzas Públicas y el titular del BCRA han pulverizado toda esperanza y recrudecido cierto reclamo en el sentido de?“ministro de Economía, se necesita?”. Hasta que no se reduzcan estos mensajes que prenuncian futuras disfuncionalidades, no se podrán estabilizar las expectativas de precios ni de bienes, ni de factores de producción, ni de activos financieros.

Sin certidumbre sobre el rumbo de las tarifas públicas, y a la espera de futuros nuevos “saltos” en los próximos 6-9 meses, la falta de coordinación entre las políticas fiscal y monetaria, sería la peor noticia en presencia de incertidumbre sobre el rumbo de las tarifas públicas y del ingreso real de asalariados y no asalariados. Máxime cuando además no se observa una agresiva baja de impuestos ni de tasas de interés. Obviamente, bajo tales condiciones, el eventual anuncio de un programa de metas de inflación, está herido de muerte ya antes de nacer.

En fin, la realidad manda y no es fácil revertir años de populismo irresponsable. Pero se hace cuesta arriba retornar sin coordinación de políticas ni de procedimientos. Parafraseando el nombre de la coalición gobernante, Cambiemos algo tendrá que cambiar y, si no, la evolución de la economía y del conflicto social obligará a hacerlo sobre la marcha.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la USAL

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