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¿El mundo va hacia el fin de la globalización?

Héctor Rubini 10 noviembre de 2016

por Héctor Rubini (*)

Las urnas “hablaron” en Estados Unidos, y consagraron a Donald Trump como nuevo presidente de ese país. El recelo y la incertidumbre que despierta no son nuevos. Ya vienen de su anterior militancia en el Tea Party, una línea interna del Partido Republicano de ideas económicas liberales y propuestas divergentes sobre otras cuestiones como la legalización del aborto o el matrimonio gay. Su expresión parlamentaria ha sido un grupo de 50 legisladores del grupo “Hell no!” (algo así como “De ninguna manera”) que fogoneó durante años la rivalidad (cuando no el odio) frente a los demócratas y a las políticas de Barack Obama.

La derrota en las legislativas de 2014 de varias figuras del Tea Party, como Sarah Palin y Michelle Bachmann, abrieron el camino a la lucha entre potenciales líderes para no menos de 20% de la población que manifestaba su disconformidad general: con Obama, con los políticos del Partido Demócrata y también con el establishment de políticos republicanos. Mitt Romney, John McCain, los Bush y Bob Dole también empezaron a ser “mala palabra”. Ese 20% de los votantes, esas “bases”, necesitaban un líder también harto de los moderados y ambiguos del estabnlishment, y con slogans antisistema.

En el momento clave Su progreso en las internas hasta su consagración como candidato mostraban que su predicamento no descendía, y ya en abril pasado publicamos un artículo preguntándonos aquí en El Economista “¿Y si gana Trump?” . Desde entonces, la aceptación de su marketing “vale todo” no declinó. Nadie prestó real atención a sus precarias propuestas económicas limitadas a la baja de impuestos a los sectores de mayores ingresos y barreras al comercio exterior y a la libre circulación de personas. Tampoco a su pésima educación, muy nutrida de insultos, desprecio a las mujeres, y un toque de xenofobia racista nunca disimulada con sus comentarios contra musulmanes y latinoamericanos, y su ridículo proyecto de un muro sobre la frontera con México.

Era necesario para mostrarse de manera dura y convincente ante un electorado decepcionado por el funcionamiento de la economía, y también con una candidata demócrata como Hillary Clinton. Como observamos en otro artículo en agosto pasado, sus propuestas políticas, y fundamentalmente económicas, no tenían atractivo alguno, y tampoco su marketing de campaña. Dio permanentemente imagen de una figura distante, arrogante, a la defensiva frente al escándalo de sus e-mails cuando fue secretaria de Estado y frente a las acusaciones sobre su poco y nada transparente manejo de la Fundación Clinton. Las cifras de los votos muestran claramente que una elevada población de mujeres y latinos optó, contra lo generalmente esperado, votar por Trump, y no a Hillary.

Simbólicamente, al menos, el triunfo de Trump es percibido como el inicio del fin de la nueva globalización iniciada a fines de los '80, y el advenimiento de un mundo con dificultades para el librecomercio y la libre movilidad de personas. No es claro qué hará con precisión, dado que se desconoce la composición de su potencial gabinete, y de su equipo económico. Más de 700 renombrados economistas firmaron en noviembre una carta abierta llamando a no votar a Trump, destacándose nombres como los de Daron Acemoglu, Andrew Atkeson, el italiano Michele Boldrin, los chilenos Ricardo Caballero, Sebastián Edwards, Oliver Hart (premio Nobel de este año), Robert Merton, y el argentino Iván Werning. Pero, también en septiembre, otros 300 economistas habían firmado una carta abierta contra las propuestas económicas de Hillary Clinton, destacándose los nombres de Michael Boskin, John Boyd, Charles Calomiris, Gregory Chow, Eugene Fama, Arthur Laffer y Deepak Lal, entre otros.

Más claridad

Da la impresión de que habrá que esperar varias semanas hasta que el presidente electo defina su equipo de gobierno y los lineamientos de su primer año en el cargo. No es del todo claro si arrancará con una agenda ofensiva, especialmente en materia comercial, para lo que en principio se prevé una renegociación del NAFTA, y la probable suspensión de las negociaciones del Tratado Transatlántico de Libre Comercio con la Unión Europea. Tampoco es claro si se lanzará a atacar a China como manipuladora del comercio internacional, ni si respetará los lineamientos de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Hasta tanto no quede claro, llevará un tiempo que se reduzca la volatilidad de los mercados de capitales, y cierto “vuelo a la calidad y a la liquidez”, vía venta de activos riesgosos, compras de metales preciosos y bonos del Tesoro.

Todo indica que al menos en diciembre la Reserva Federal aumentaría al menos unos 25 puntos el techo de la tasa de fondos federales y estará a la expectativa de los anuncios de un nuevo gobierno, que además cuenta con mayoría propia en el Congreso. Con el correr de los días recién se podrá conocer si la nueva administración iniciará su gestión con la agresividad globalifóbica anunciada en la campaña.

En caso afirmativo, las subas de tasas de interés y la mayor aversión al riesgo a nivel global complicará en diverso grado el acceso a financiamiento externo de los gobiernos de las economías emergentes. Especialmente de los que han optado por no reducir el déficit fiscal y financiarse casi exclusivamente vía endeudamiento con no residentes. Ciertamente, las expresiones de funcionarios de nuestro Gobierno a favor de Hillary Clinton no pudieron ser menos inoportunas, pero lo relevante es conocer el equipo económico que acompañará a Trump y su agenda inicial. En particular, si seguirá o no los lineamientos proteccionistas, confrontativos y chauvinistas que le han permitido llegar a la Casa Blanca con más comodidad que lo esperado, y sembrar la expectativa a nivel mundial, de que su mandato puede ser el inicio del fin de la globalización comercial y financiera de los últimos treinta años.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la USAL.

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