El Economista - 73 años
Versión digital

vie 26 Jul

BUE 13°C

Buscando la llave

Carlos Leyba 23 diciembre de 2016

por Carlos Leyba

La pregunta más repetida, plena de ansiedad, es si en 2017 la economía crecerá. Y la respuesta sin excepciones es que sí. El PIB del año próximo será mayor que el de 2016. Pero ese PIB acrecentado dará lugar a un producto por habitante tal vez menor al de 2010. ¿Somos conscientes de lo crítico de esa situación de retroceso y estancamiento?

Detrás del PIB

Ese crecimiento de 3% o 4% será un alivio mayor, pero es la consecuencia biológica de un rebote. No nos saca de la situación crítica porque un rebote por sí no ayuda a superar los conflictos más comprometedores y lo que sí arriesga es a confundir rebote con crecimiento.

Durante estos años, la población creció más que el promedio del incremento del valor agregado neto: no olvide que nos consumimos muchos stocks.

Crecer es una buena noticia. Pero crecer un año no resuelve los problemas de varios años de malas noticias silenciadas por los gobiernos y descontextualizadas por los analistas más leídos. Baqueanos que tapan el rastro.

El conformismo que nos domina, el miedo a reconocer dónde realmente estamos, es consecuencia de la enorme dificultad de darle solución. La repetición del mismo diagnóstico y los mismos remedios, es la causa de la inmensidad de la pobreza que erosiona los cimientos de la sociedad. Y esa repetición es la consecuencia de la incapacidad colectiva de encontrar la llave del crecimiento. La buscamos, como el borracho, bajo el farol iluminado de la esquina a pesar de que todos sabemos que la hemos perdido al intentar abrir la puerta del crecimiento que está a la mitad de la cuadra.

Los borrachos

El farol de la esquina tiene colgadas frases, no la única, del tipo “inserción en el mundo” que, más allá de la obviedad, sin visión sistémica se convierte en una clase vacía. Deberíamos prohibir repetir lugares comunes, que nos han costado mucho, en un mundo que competirá con mayor virulencia por la captación de mercados.

Todo esto remite a la cuestión instalada de Mario Vargas Llosa que se traduce en “cuándo se jodió Argentina”.

Un prestigioso dirigente empresario, que no lo nombro para no comprometerlo, dice que desde 1980 el crecimiento ha sido cero. Podemos ir más atrás. Pero una generación entera es más que suficiente para ubicarnos en la crónica del tiempo de la desgracia.

No crecimos y como consecuencia aumentó la pobreza (en cuarenta años de 800.000 a 13 millones) por cancelación expresa de oportunidades y ello arrastró a un colosal deterioro de la estructura del Estado y a la caída de su productividad.

La debilidad del Estado está asociada a los fracasos acumulados en la educación masiva medida en comparaciones internacionales, al agigantamiento de la inseguridad y al hecho gravísimo de que el país va quedando cautivo de oligarquías improductivas de concesionarios que se han hecho cargo de actividades que antes fueron estatales”.

Carlos Pagni, a quien es imposible acusar de enemigo de Mauricio Macri, lo dice cuando nos recuerda que “el Ministerio de Justicia y Seguridad porteño reporta a Daniel Angelici, quien además de presidir Boca, explota bingos” (22 de diciembre en La Nación). Todos esos son males que se entierran en el barro del estancamiento.

Crecer (y más)

El crecimiento es el territorio desde dónde se pueden resolver los problemas sociales profundos. Si es así, ¿el crecimiento puede esperar? Obviamente que cada año perdido aleja la solución de los problemas de la misma manera que cada año más, viviendo en las condiciones de pobreza, aleja la posibilidad de salir de ella. El tiempo cuenta y mucho. La pobreza deteriora la capacidad de vivir plenamente porque elimina la capacidad de proyectar la propia vida. Y la falta de crecimiento, en una economía, deteriora la estructura todos los días un poco más. Es obvio. Nada nuevo.

¿Pero qué es lo que hace que no estemos comprometidos en un debate profundo por cómo crecer? "Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas...y si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido" (“A través del espejo” de Lewis Carrol).

Esta frase sintetiza dos cuestiones centrales de la política económica. La primera tiene que ver con el propósito de mantener el nivel de vida comparado con las economías nacionales que pertenecen al mismo círculo de nuestra periferia. El segundo apunta a la convergencia respecto de aquellas economías de mayor nivel de desarrollo y que pertenecen al “centro”.

Centro y periferia

La convergencia de la periferia al centro es la idea que preside, salvo excepciones, la acción de todos los policy-makers hoy y hace décadas. El centro ha ido cambiando de ocupantes al paso de los años y de la misma manera quienes ocupan los distintos círculos de la Periferia.

No hay una sola medida para localizar la posición de cada Nación sea en el área del centro o en los distintos círculos de la periferia.

Todas las mediciones adolecen de la pretensión de exactitud y de la realidad de ser simples aproximaciones.

Puede ocurrir que una Nación se encuentre en el mismo centro por el tamaño, la capacidad tecnológica, la capacidad de generar capital y al mismo tiempo estar en niveles de equidad o de pobreza que, miradas de ese ángulo, deberían estar en la periferia. No es sencillo.

La ráfaga de inequidad, desempleo, conflictos sociales de las últimas décadas ha desvencijado a muchas economías que aún gozan del privilegio del tamaño, de la capacidad tecnológica y de generar capital.

Muchos problemas propios de la periferia, en estos años, han llegado al centro. Pero ha sido la condición de centro (tamaño, tecnología, capital) la que les permitió en su momento alejarse de los problemas de la periferia. Y, sin duda, esa condición es la que habrá de permitirles, condición necesaria aunque no suficiente, volver a superar esos problemas.

En la recreación de las condiciones de centro reside la posibilidad de escalar en los círculos de la periferia en dirección al centro.

Desde esa comparación, ¿qué nos pasó para alejarnos del centro? Hemos experimentado una asombrosa caída de la tasa de inversión. Los países que más han crecido en las últimas décadas, que han experimentado un incremento sostenido de su productividad urbana, medida a través de su participación en el comercio internacional de manufacturas, y que al mismo tiempo han mejorado la distribución interna del ingreso, son aquellos que casi duplican nuestra actual tasa de inversión. Esa es la medida de nuestro atraso en el proceso de crecimiento.

Confusión e ideas

En los días que corren hay una confusión de lenguaje que es notablemente perniciosa. Nuestra economía urbana, y particularmente la manufacturera, está condicionada por una importante capacidad ociosa. Estructuras disponibles para un mayor nivel de producción.

Lo que aqueja a esos sectores es la “desactivación” y hay que reactivarlas. Sin duda. Volver a poner en acto ese potencial ya acumulado que implica maquinarias, conocimientos y personal calificado para ello que hoy están ociosos. Es sin dudarlo una pérdida de recursos y una pérdida de bienestar colectivo a la que la visión keynesiana de la macroeconomía le aportó su terapia.

La política de ingresos, de crédito y de gasto público deben comprometerse para producir esa reactivación que implica promover todos los ítems de la demanda global privada y pública. Allí la promoción del consumo es un punto importante. Obviamente, ex post, el consumo privado representa 58% de la demanda global y un incremento de 10% implica, lo demás constante, un incremento del 4,6% en el PIB y 1,2% en importaciones.

En este marco de recesión y estancamiento prolongado, resulta obvio que la prédica por un aumento en el consumo privado implica una apuesta fuerte a la reactivación.

Pero para que esa reactivación de la demanda se materialice en expansión del PIB, las condiciones de competencia en el mercado local deben ser tales que, esa expansión, no se convierta en un incremento absorbido por las importaciones que, por un lado, deteriore el balance comercial y que por el otro incremente la capacidad ociosa y termine desplazando definitivamente sectores de la producción local. La elasticidad producto de las importaciones en los últimos años K estuvo en niveles extraordinarios: vale decir “crecer” sin más, es decir sin tener en cuenta dirección y administración de la reactivación, implica prepararse para un nuevo stop por balanza de pagos.

Sutilmente nos desbarrancamos en una enorme confusión. Para crecer hay que acumular. No hay crecimiento sin inversión. Y el consumo, así sin más, es una excelente herramienta de reactivación, pero -sin aditamentos? no es una herramienta del crecimiento.

¿Salimos?

La economía argentina está estancada desde hace décadas y en un período recesivo desde 2010 por la simple razón que la tasa de inversión es menor a la tasa de excedente local y menor al nivel necesario para la reproducción del sistema, que sólo está en estado vital si ocurre lo obvio: el crecimiento sostenido de la Población Económicamente Activa (PEA), el incremento del número de personas ocupadas en empleos productivos y una reducción de la tasa de desempleo real. Esto es las unidades del sistema de productividad media o alta, comparativamente hablando, deben absorber el desempleo no coyuntural, el sub empleo, los empleos informales y provocar el traspaso del empleo improductivo o de baja productividad.

Eso requiere una masa de inversiones anuales por el término de no menos de 6 años que duplique la actual tasa de inversión y orille el 30% anual. La base de ese proceso inversor debe surgir de excedentes locales. La inversión extranjera es, cualquiera sea la voluntad de los gobiernos, complementaria.

Para que los excedentes locales fluyan a la inversión debe crearse las condiciones imprescindibles. Las que rigen en todos los países del centro y en muchos de la periferia. Condiciones de promoción al capital, condiciones financieras y fiscales. Es obvio que no se puede competir en atraer inversiones locales sino se ofrecen las mismas condiciones que en los países centrales en términos de plazos de financiamiento y tasas y en términos de apoyos fiscales. La alternativa a esa decisión es pretender salarios de hambre como los supo tener China en su momento, momento en que, por otra parte, el Estado garantizaba la suerte de las inversiones.

Desde aquí no podemos cambiar al mundo. Pero modestamente podemos copiarlo. El Centro de Estrategia de Estado y Mercado, identificó, entre 2007 y 2015, 54 empresas estadounidenses con subsidios a la inversión por más de US$ 100.000 millones: Nike, Ford, Thyssen Krupp y otras. El mundo pelea por inversiones ? con instrumentos y no con “inserción en el mundo”.

LEÉ TAMBIÉN


Lee también

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés