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Acerca de acordar

La ventana de oportunidad política que aprovecha el PRO está colocando a la estructura productiva en una zona de riesgo que, más allá de las buenas intenciones, sólo se puede salvar si predomina la cultura del acuerdo que requiere información, debate, tiempo y reflexión

Carlos Leyba 24 noviembre de 2017

Por Carlos Leyba

Acordar suma fuerzas. Lo contrario, las divide. La suma de fuerza supone objetivos comunes. De lo que se desprende que acordar se trata de comprometer objetivos comunes.

Claro que “objetivos comunes” significa poco si no especificamos la ruta por donde acceder a ellos y los tiempos propuestos para alcanzarlos.

Cuando decimos “objetivos” estamos incluyendo la manera en que se distribuyen los beneficios y como se atribuyen los costos. No hay objetivos sin beneficios y no hay beneficios sin costos.

Una responsabilidad esencial de quien propone acuerdos es ser transparente tanto en términos de costos como en términos de beneficios. No hay nada exacto en esas estimaciones, pero bien sabemos que, en general, lo exacto es insignificante.

O lo que es lo mismo: las buenas estimaciones de beneficio y costo son las que iluminan con igual intensidad los beneficios estimados y los costos implicados. Que nada quede en la sombra.

Los titulares de los diarios se han tornado obsesivos con la palabra “acuerdo”. Relatan un territorio en el que todas las barreras han sido derribadas sin violencia y que a pura negociación con gobernadores, el poder territorial, empresarios, el poder del capital, y sindicalistas, el poder de los trabajadores, se ha llegado y se llegará al Congreso habiendo tomado la precaución de ?como diría Raúl Alfonsín? persuadir.

Celebrar un “acuerdo” debería implicar muchos debates previos; la profundidad de esos debates es la “garantía” que perduren.

Los acuerdos a las apuradas anuncian desacuerdos prontos. Lo que se hace sin tiempo no dura.

¿En ese clima estamos? ¿Están claros los costos de todos y cada uno de los acuerdos en ciernes que se transformaran en decisiones legislativas? O por el contrario predomina el uso de la oportunidad.

El Gobierno goza de una ventana de oportunidad. El marco es el que ofrece la reacción del Poder Judicial. Amplios, absolutamente mayoritarios, sectores de la sociedad celebran y aplauden la decisión, que atribuyen al Presidente, de ver desfilar en Comodoro Py a quienes personifican “la corrupción”.

José López hizo el boquete y la abertura tirando bolsos con millones de dólares, y con el boquete al aire ?inocultable?todos los procesados y todos los presos, con más arrepentidos, conformaron el marco de esa ventana.

Y esa mayoría ?que hemos mencionado? ha sido persuadida de que “algo” mejor viene. Es lo que “ve” por la ventana.

Por ahora, los que están en primera fila, se deleitan con Miami barato y los que están detrás imaginan el futuro destino. El crédito abona las expectativas de esos sectores.

Todo eso sumado, corrupción personificada más entusiasmo turístico de la cultura del déme dos, aumenta el volumen de apoyo a la persona del Presidente y la expectativa de que las cosas estarán mejor.

En ese clima de apoyo, que las encuestas de opinión reflejan, el PRO no puede perder tiempo.

Tiene a favor el haber ganado las elecciones, tiene un número mayor de legisladores en la gatera, tiene “un dólar barato” que es un dulce imbatible para imaginar que estamos llegando al primer mundo.

¿Se acuerda? El hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra.

A partir de estas condiciones, el Gobierno, en los días que corren, está desarrollando dos tipos de acuerdos. Todos a la disparada.

Está muy bien proponerse acordar. Pero, aclaremos, no es muy rendidor, en términos sociales que son siempre de largo plazo, hacerlo de manera Express. Será moderno. Pero no será sólido más que por casualidad.

Rápido no se escucha a todos. Apenas a los primeros y en todo caso a los que gritan. Sin tiempo nunca se escucha a los reflexivos. Los que recuerdan ayer, los que ven hoy y los que imaginan mañana.

Estas aclaraciones son necesarias porque por lo que estamos viendo, entre la ventana de oportunidad mencionada de la que dispone el PRO y la necesidad derivada de la dependencia y de la flojera en la que se desarrolla el enjambre opositor carente de una estrategia alternativa, el gobierno antes de fin de año podrá exhibir que ha logrado ocupar el territorio de las decisiones con sus propuestas.

Las propuestas o los acuerdos en danza son unos referidos a lo que podemos llamar fronteras adentro y otros ?de enorme importancia? a los que llamamos fronteras afuera.

Para ninguno de los dos acuerdos o propuestas que se proponen hay verdaderas mediciones de impacto.

Por ejemplo, fronteras adentro, hay impuestos que pueden sacar actividades de la producción porque afectan el valor de los insumos dominantes. Y fronteras afuera hay decisiones, que de materializarse, pueden liquidar producciones en determinadas regiones.

Los acuerdos fronteras adentro comenzaron con las negociaciones previas a la parlamentaria para obtener mayorías con las que sancionar un paquete de leyes a las que el Presidente llamó “reformismo permanente”.

Este paquete de reformas, todo indica, el PRO quiere sí o sí que se sancionen antes del 10 de diciembre porque, transcurrida esa fecha, el Parlamento será otro.

Será uno más favorable al gobierno. Claro que con más radicales que podrían ser díscolos a consecuencia de haberse envalentonado con los recientes triunfos. O tal vez por el ridículo temor a la oratoria inflamada de CFK. Vaya a saber.

Pero lo que manda es la urgencia. La ventana de oportunidad, aunque el marco de la corrupción personificada se mantenga, puede opacarse si la inflación no se aplaca y si la economía no arranca de verdad. El tiempo puede ser un boomerang. Por eso el gobierno ejerce una presión vertiginosa por firmar. Y como la opinión pública convalida los acuerdos de fronteras adentro (tributario, laboral, previsional) avanzan.

Los segundos acuerdos que el Gobierno procura, son los acuerdos “fronteras afuera”, los acuerdos internacionales de libre comercio: son muchos.

El más relevante, por sus consecuencias, es el que ya comentamos se pretende firmar ?aparentemente en términos políticos generales- con la Unión Europea antes de fin de año. También en este caso, para sancionarlo, se requiere mayoría legislativa.

Pero hay que aclarar una diferencia fundamental. La legislación “fronteras adentro”, más allá de sus consecuencias que pueden o no ser importantes, es “reversible”. Más allá de su potencia estructural, esas leyes de fronteras adentro, pueden ser modificadas por otras leyes hasta anular su significación previa.

Dos ejemplos notables de reversibilidad: Anses e YPF. Un Congreso de mayoría autodenominada peronista privatizó el sistema de seguridad social. Más allá del inevitable fracaso de dicho engendro y del incremento de la deuda externa para transitarlo, pocos años después un parlamento, de mayoría autodenominada peronista, lo revirtió al sistema previo.

De la misma manera, YPF (con los mismos legisladores) fue privatizada y posteriormente fue estatizada su mayoría accionaria.

Los acuerdos fronteras adentro son dúctiles porque son reversibles, naturalmente, no sin costo.

Por ejemplo, la propuesta tributaria, que ha arrinconado en el seno del oficialismo a los legisladores radicales, contiene muchas normas específicas que afectan normativa de promoción estructural para el trabajo y la producción en distintas regiones “desfavorecidas” respecto de la zona central natural y estructuralmente favorecida.

Nadie puede ignorar que vivimos en un país en el que regionalmente cohabitan dos países. La Ciudad de Buenos Aires con un nivel de ingresos de país en el borde del desarrollo y zonas del país que viven en condiciones de increíble precariedad.

J. Ortega y Gasset decía que un país colonial se reconoce porque saliendo de la Ciudad, tras recorrer cien kilómetros, se atrasaban 100 años. Nuestra experiencia mantiene esa norma con el agravante de que sólo cruzando la General Paz nos metemos en otro siglo.

En estas condiciones la “uniformidad” de tratamiento tributario de algunos capítulos de la reforma amenaza con derribar mecanismos de protección que profundizarán las diferencias dentro del país por el mero hecho de tratar igual a los que son diferentes.

Lo más grave es que la ductilidad de los acuerdos hacia afuera es infinitamente menor. Siendo que la contraparte está fuera del dominio interno la “reversibilidad” de los acuerdos implica, en el marco del derecho y el uso y la costumbre internacional, procesos, costos y consecuencias más gravosos cuanto más importante, en términos económicos y geopolíticos, es la aludida contraparte. En síntesis, los acuerdos fronteras adentro cuando, imaginemos, sus consecuencias expresan su potencial negativo, en democracia, pueden ser revertidos e impedir la continuidad del  daño. Pero, respecto de los acuerdos fronteras afuera, la reversibilidad es un proceso más que cuesta arriba.

Los acuerdos “fronteras afuera” estructuran a través del comercio y su irreversibilidad y no pocas veces generan más problemas que soluciones. La reversión es cara y difícil.

Por esa razón los acuerdos internacionales deben clarificarse en términos de objetivos, es decir, especificar qué queremos de ellos. También en términos de beneficios, cuáles esperamos y como se distribuirán social y geográficamente. En términos de costos, cuáles y quién los pagará; en términos de tiempo, cuándo los costos y cuándo los beneficios; y en términos de ruta.

Es obvio que los acuerdos deben ser llevados a cabo como consecuencia de un análisis compartido de costos y beneficios, y procurando establecer cuál es la puerta de salida.

Lamentablemente ninguno de estos requisitos está esclarecido en la información de dominio público, y tampoco está en la información que manejan los verdaderos protagonistas de los acuerdos que se proponen fronteras afuera. Es decir, casi nada sabe el sector productivo, trabajadores y empresarios y poco saben los legisladores.

La ventana de oportunidad política que aprovecha el PRO está colocando a la estructura productiva en una zona de riesgo que, mas allá de las buenas intenciones, sólo se puede salvar si predomina la cultura del acuerdo que requiere información, debate, tiempo y reflexión. No es lo que hay. La urgencia no es un buen acuerdo.

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