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“Podemos volver a crecer sin pasar por una crisis”

Entrevista a Miguel Kiguel

28 agosto de 2015

El economista Miguel Kiguel se dedicó en los últimos meses a estudiar los eventos disruptivos de la economía argentina en los últimos setenta años, y los caminos que nos condujeron hacia allí. Sus conclusiones se condensaron en el libro “Las crisis económicas argentinas” (Sudamericana, 2015). Va de suyo que la primera pregunta es si estamos en la antesala de una crisis, una vez más. Una primera aproximación a la respuesta no parecería dejar mucho margen para el optimismo. “Hoy vemos desequilibrios importantes y muchos de ellos estuvieron presentes en las anteriores crisis”, dice. A saber: atraso cambiario (“siempre terminan en un devaluación”, añade), déficit fiscal (Kiguel lo mensura en 7 puntos del PIB), inflación alta (“aunque no es tan alta como en las peores crisis”, matiza) y, por último, el default (“y eso hace que no entren capitales”, expresa). Aunque, en ese punto, vale la pena hacer una aclaración: “No estamos sobreendeudados ni tenemos un problema de solvencia”. Punto a favor.

Con todos estos ingredientes en la coctelera, ¿vamos hacia una nueva crisis (y ya van?)? “Creo que no va a derivar en una crisis del tamaño de lo que han sido las grandes crisis argentinas de la Historia”, dice Kiguel. ¿Por qué? “Porque Argentina tiene una situación financiera y un sector financiero bastante aislado de los problemas argentinos”, explica. “Y, en general, cuando vinieron las grandes crisis es porque las devaluaciones afectaron negativamente a las empresas, los gobiernos y la gente”. Ejemplo: 2001. “Cuando se devaluó, las empresas estaban endeudadas en dólares y, cuando vino la devaluación, se hicieron insolventes porque seguían cobrando pesos y no podían pagar sus deudas en dólares”, dice Kiguel. “Al Gobierno le pasó lo mismo”, dice Kiguel. La deuda externa se disparó “y el Gobierno seguía recaudando pesos”. Como no podía pagar, vino el default y, luego, la reestructuración. “Y a los bancos también le paso lo mismo”, agrega. El famoso descalce de monedas. Como resultado, el crédito se desplomó y, junto a él, la economía en su conjunto. “La diferencia con la actualidad es que ninguna de esas cosas debería pasar”, dice Kiguel.

“Entonces, cuando venga la devaluación, que va a venir a la larga, al margen de que se quiera o no, no impactaría negativamente en el crédito y, por lo tanto, no tendríamos un efecto recesivo tan importante”, agrega. ¿Tendremos, pues, una devaluación que no sea tan traumática? “Es posible que sea el caso”, explica Kiguel. ¿El motivo? “Al no afectar el crédito, la devaluación funciona como uno quiere que funcione: mejorando la competitividad de los sectores que hoy no pueden exportar”, sentencia.

¿Shock o gradualismo? “El tipo de cambio tiene que estar lo más rápido posible donde tendría que estar”, dijo ante El Economista. “Nadie sabe exactamente dónde es eso, pero el consenso es que tendría que estar entre $12 y $13”, dice. Para que no haya una sobrerreacción (en inglés, overshooting), “deben ingresar capitales” y, para ello, hay que arreglar el pleito abierto con los holdouts para poder conseguir fondos en el mercado “a una tasa razonable”.

¿Y el pass-through, es decir, la inflación adicional que causaría el movimiento cambiario? “Miremos lo que pasó en Brasil”, dice. “Allí, el real se devaluó más de 50% en el último año y cuál fue la inflación adicional”, pregunta. “Casi ninguna: la tasa pasó de 6% a 9%”, explica. “Sé que acá es distinto y que todos piensan en dólares y, por lo tanto, deberíamos esperar un pass-through de 20%”, dice. En números: “Si se devalúa 20%, la inflación adicional sería de 4-6 puntos”, explica. “No es mucho y parte de esa devaluación ya está: hay mucha gente que está trabajando con un dólar de $12, $13 o incluso $15”, razona Kiguel.

Conclusión: “No deberíamos tener una crisis financiera pues el problema que tenemos es básicamente cambiario”, dice Kiguel. “Tenemos una gran oportunidad: hemos estado afuera del mundo tanto tiempo que, cuando nos integremos, podremos apalancarnos en nuestra realidad, nuestro bajo nivel de endeudamiento y en la percepción extendida de que tenemos un amplio potencial para, a través de la inversión y las exportaciones, otra vez entrar en un ciclo de crecimiento importante”.

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