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Cumbre del G20, sin consensos a la vista

Héctor Rubini 28 noviembre de 2018

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

El G20 es un grupo informal que emerge en 1999 como extensión del G7 (Alemania, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia y Japón) para coordinar políticas orientadas hacia objetivos comunes. La extensión al G20 (19 países más la Unión Europea) emergió inicialmente como un foro sobre temas de política económica. Su rol cobró relevancia para la coordinación de políticas después de la crisis financiera internacional de 2008, generándose la necesidad de consensos con funcionarios de más alto rango y extendiendo su temática a una agenda más amplia.

Además de los países del G7 y la Unión Europea, lo integran Argentina, Arabia Saudita, Australia, Brasil, Corea del Sur, India, Indonesia, México, República Popular China, Rusia, Sudáfrica y Turquía. A la vez, España participa como invitado permanente en todas las reuniones. El país sede invita además a gobiernos de otros países para participar. Para esta ocasión, Argentina invitó a los gobiernos de Chile y Holanda. A su vez, también en representación de organizaciones regionales en esta reunión participan también los gobiernos de Ruanda, Singapur, Senegal y Jamaica. A esto se suman representantes de organismos internacionales como la ONU, el Banco Mundial, el FMI, la OCDE, la OMC, la Organización Mundial de la Salud, la OIT, el BID, y la CAF, entre otros.

Para esta cumbre no se esperan consensos ni grandes anuncios. El futuro de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y las cuestiones de seguridad probablemente prevalezcan sobre otros ejes como por cuestiones del futuro de los mercados de trabajo, la infraestructura para el desarrollo y la sustentabilidad alimentaria (o visto desde otra perspectiva, cuestiones de seguridad alimentaria).

El presidente de Estados Unidos y su par de la República Popular China, Xi Jinping, ya han acordado una reunión personal en algún lugar secreto en Buenos Aires para tratar al menos otro tipo de temas no menos relevantes: por un lado, la profundización o no de la guerra comercial entre ambas potencias y, por otro, la cuestión de Corea del Norte. Algo que bien podría resolverse en otro lugar del mundo sin asistir a esta cumbre.

A su vez, en el caso de otras situaciones conflictivas, nadie espera grandes definiciones. Gran Bretaña y el proceso del Brexit siguen una dinámica propia, rumbo a la separación formal desde marzo próximo y nuevos acuerdos con EE.UU. que no son tema central en esta cumbre presidencial.

Por otro lado, el conflicto de Rusia con Ucrania probablemente caracterice a una presencia más que sobria del presidente Putin sin esperarse grandes novedades. En cuanto a las cuestiones relacionadas con el cambio climático, no hay (ni habrá) avances luego de que Trump optara el año pasado por no adherir al documento de la reunión del G20 en Hamburgo, y luego decidiera retirar a EE.UU. del Acuerdo de París.

Ciertamente es más que loable tratar de coordinar políticas y acciones comunes entre países, pero a mayor cantidad de países y problemas a resolver, más dificultosa es la tarea. No se puede pedir además a un país en particular (anfitrión o no) que logre soluciones generalmente aceptadas y que las logre instrumentar. El peso del originario G7 es más que visible en las relaciones internacionales por la vía comercial, financiera y estratégico-militar. Pero su hegemonía se ha visto debilitada por el vigoroso proceso de crecimiento y modernización de la República Popular China.

Estados Unidos no está dispuesto a ceder el liderazgo mundial a Beijing, y la guerra comercial iniciada por la administración Trump no tendrá marcha atrás. Lo más probable es que se generalicen diversos mecanismos de integración bilateral o de multilateralismo limitado, que fuercen a reconsiderar el rol y el enforcement de la Organización Mundial de Comercio. Y esto bien podría ser motivo de fricciones en las próximas reuniones del G20. ¿Se podría esperar algún consenso para esta cumbre? Es más que obvio que no.

En un planeta así, es más que bienvenido el retorno de Argentina al diálogo normal con el resto del mundo, luego de la muy errada política de menosprecio (y de muestras de indebida descortesía) hacia gobiernos de los países desarrollados entre 2003 y 2015. Ahora se cierra una etapa de largo trabajo de preparación y diálogo con otros gobiernos para la firma de más de 100 acuerdos con otros países sobre cuestiones de comercio exterior, inversiones, y en particular, los avances en los últimos tres años para tratar de ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Algo que podría demorar algún tiempo, ya que exige alinear las prácticas de políticas públicas a los estándares de los miembros.

De todas formas, no se le puede exigir a la política exterior más de lo que puede dar. Una cosa es la recuperación (más que bienvenida) de la visibilidad externa perdida, y otra el aprovechamiento de oportunidades que pudiera ofrecer el resto del mundo. Y esto exige no sólo esfuerzo diplomático y una política exterior hábil y eficiente, sino políticas internas coherentes y sostenibles. Algo ineludible para el actual Gobierno y el que asuma en diciembre de 2019, frente a una economía que sigue sin recuperar el terreno perdido en las últimas décadas en materia de estabilidad, competitividad y crecimiento.

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