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Incentivos para la adopción de una agricultura sostenible

Los incentivos económicos juegan un papel fundamental para la generación de innovaciones que preserven el medio ambiente y los recursos naturales

Incentivos para la adopción de una agricultura sostenible
25 febrero de 2022

Por Marcos Gallacher (*) y Daniel Lema (**)

Las más de 35 millones de hectáreas sembradas con cultivos de grano en Argentina representan un aumento de casi 100% con respecto al área cultivada a principios de la década del '70.

Aumento de superficie, sumado a cambios en la genética y manejo de cultivos, de uso de fertilizantes y de otros aspectos resultaron en notables incrementos de producción.

Algunos ambientalistas tal vez preferirían que muchos de estos cambios no hubieran ocurrido. Así, campos naturales, pasturas y en algunos casos bosques tendrían el lugar ocupado hoy con sembradíos. Esta “vuelta a la naturaleza” (de ser posible) implicaría, sin embargo, altos costos.  

El “ambientalismo extremo” tiene muchos flancos débiles, y en general refleja más una postura ideológica o una agenda política que una propuesta para evaluar con método científico –aún en forma imperfecta– costos y beneficios de alternativas.

Para aquellos que están genuinamente interesados por la sostenibilidad de los sistemas agrícolas el desafío es otro: cómo desarrollar tecnologías que modifiquen la ecuación beneficio/costo de forma tal que sea en el interés del propio productor el adoptar sistemas que sean sostenibles en el tiempo.  

Al respecto, resulta útil analizar algunos casos de adopción de tecnologías que tienen impacto en la sostenibilidad. Como primer ejemplo, el problema de la erosión hídrica y eólica se redujo en Argentina en forma drástica cuando se reemplazó la labranza convencional (LC) por la siembra directa (SD).

Pero la difusión masiva de la SD fue posible gracias a la aparición de la tecnología “RR” en soja y maíz. Es decir, se adoptó un “sistema sostenible” sólo cuando las condiciones económicas lo permitieron: la SD permitió no solo importantes reducciones en los costos de laboreo, sino también menores problemas por atraso de siembras y falta de piso a cosecha. La “sostenibilidad” (conservación de suelo, con impacto de mediano/largo plazo) fue entonces consecuencia indirecta del reemplazo de una tecnología menos rentable por una más rentable en el corto plazo.

El caso del maíz es otro ejemplo de adopción de tecnología que contribuye a la sostenibilidad. En efecto, el aumento de la superficie de este cultivo (de unas 3 o 3,5 millones de hectáreas a comienzos de la década del 2000 a las 9,5 millones actuales) resulta una buena noticia: mayor aporte de residuos al suelo, mejor control de malezas, mayor diversificación. Pero, esta tendencia a una mejor agronomía es consecuencia de: (a) genética de maíz (maíz Bt) que facilitó la siembra tardía (y, por lo tanto, menor exposición a déficit hídrico), (b) conocimiento agronómico aplicado basado en investigación científica y ensayos de productores, y (c) para el período 2016-2019, mejoras en el precio relativo maíz/soja, resultado de la eliminación de retenciones al maíz.

Se avanzó entonces en términos de sostenibilidad gracias a tecnologías novedosas (“maíz Bt”), innovación e incentivos de mercado por cambio de relaciones de precio. Estos factores, mas que la promesa de “impacto positivo en el mediano/largo plazo de la mayor cantidad de residuos que aporta en maíz en relación a la soja” fueron determinantes.

Como último ejemplo, según un estudio de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, en la campaña 2014/15, el 4% de los productores reportaba uso de cultivos de cobertura, aumentando a 20% en la campaña 2020/21.  

Muchos productores justifican la adopción de estos cultivos por la mejor posibilidad de control de malezas resistentes y no, como primera prioridad, mejorar las condiciones del suelo. En otras palabras, la “sostenibilidad” se ve notablemente facilitada por razones relacionadas a beneficios y costos inmediatos, y solo en menor medida por eventuales beneficios futuros.    

En síntesis, prestar atención a la sostenibilidad de la producción agropecuaria requiere no sólo considerar consecuencias futuras, muchas veces en gran medida intangibles, sino también impactos inmediatos en la ecuación de beneficios y costos empleada por el productor.

En ese sentido, por ejemplo, las distorsiones de precios que vía Derechos de Exportación (DEx) reducen el precio relativo de los granos en términos de fertilizantes inducen un menor uso de estos y limitan la reposición de nutrientes con potenciales efectos negativos en el largo plazo.

De la misma forma, incertidumbre macroeconómica y un mercado de capitales limitado implican altas tasas de interés reales que reducen el retorno de inversiones para preservar recursos en el futuro.

Es decir, los incentivos económicos juegan un papel fundamental tanto para la generación de innovaciones que preserven el medio ambiente y los recursos naturales, así como para su adopción efectiva por parte de los agricultores.

(*) Universidad del CEMA

(**) INTA e Universidad del CEMA 

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