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Bajemos los impuestos para volver a crecer

Hoy tenemos 42 impuestos nacionales, 41 impuestos provinciales y 83 impuestos municipales que suman un total de 166 tributos. En nuestro país, la estructura tributaria castiga al ahorro.

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28 febrero de 2020

Por Natalia Motyl  Fundación Libertad y Progreso y Agustín Almada Data Driven Argentina

A finales del Siglo XIX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. El crecimiento del PIB per cápita duplicaba al de países como Estados Unidos, Australia y Canadá, con una expansión anual que alcanzaba el 6,6%. Uno de los factores que explicó el crecimiento económico durante esta época fueron las inversiones. En Argentina llovían inversiones de capital que dotaron de infraestructura, transporte y puertos a un país que se perfilaba a futuro como una gran potencia económica.

No obstante, hoy Argentina es uno de los países más vulnerables de la región latinoamericana, con una economía estancada, altas tasas de inflación, desempleo y pobreza.

Para volver a crecer necesitamos, al igual que a principios del Siglo XIX, inversiones de capital. El capital se ahorra durante mucho tiempo. Sin embargo, en nuestro país, la estructura tributaria castiga al ahorro.

Hoy tenemos 42 impuestos nacionales, 41 impuestos provinciales y 83 impuestos municipales que suman un total de 166 tributos.

Nuestro país posee una presión impositiva que se compara con los países desarrollados. Lo más grave y alarmante es que, específicamente, los impuestos a la producción son los más altos del mundo. Hoy una empresa nacional paga en impuestos sobre su ganancia neta 106%, es decir, paga impuestos, inclusive con su inversión inicial.

Los impuestos son una transferencia de recursos desde el sector privado productivo al sector público que, al final del día, no mueve la aguja del crecimiento económico. No hay evidencia alguna de que exista el multiplicador del gasto y que la unidad adicional en el sector público pueda compensar la pérdida ocasionada en el sector privado.

Hoy una empresa nacional paga en impuestos sobre su ganancia neta un 106%, es decir, paga impuestos, inclusive con su inversión inicial.

Éstos gravámenes reducen la inversión, impiden la proliferación de nuevos proyectos productivos, destruyen empleo, ralentizan la innovación, provocan la caída del salario real y afectan negativamente al consumidor final que no puede acceder a bienes y servicios más baratos ni de mejor calidad.

Por lo tanto, para volver a la senda de crecimiento necesitamos, urgentemente, una reforma tributaria que alivie el peso que debe sostener el sector privado sobre sus hombros.

Es necesaria una baja de impuestos para reactivar la economía, atrayendo inversiones de capital, creando empleo privado y, de ese modo, mejorar las oportunidades de todos los argentinos.

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