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Que la baja de la pobreza nos alegre (pero no nos nuble)

Está claro que la reducción de 1,7 punto durante el primer semestre de 2017 es, fuera de toda duda, una buena noticia

29 septiembre de 2017

Por Juan Pablo Paladino Economista

Pese a las limitaciones que tiene la medición de la pobreza por ingresos, que únicamente captura la capacidad material de cubrir una canasta mínima, está claro que la reducción de 1,7 punto durante el primer semestre de 2017 es, fuera de toda duda, una buena noticia.

Esta buena noticia era, en parte, esperable: en un semestre en el que la actividad económica repuntó 2% y la suba de precios se desaceleró cerca de 4 puntos, era de preverse que la incidencia de la pobreza muestre una reducción. Esto constituye un hecho estilizado tanto de los procesos de crecimiento como de los de rebote con desinflación.

Quizás el dato que empaña parcialmente esta buena noticia sea que la indigencia no se haya reducido frente al semestre anterior (de hecho, mostró un  ligero repunte), indicando que la mejora en la situación social se concentró en aquellos hogares que ya podían cubrir las necesidades alimentarias de sus miembros.

De hecho, esta divergencia no se explica por un aumento desequilibrado de la canasta de alimentos en relación al resto de los bienes (como ocurrió en el segundo semestre de 2016) sino porque el aumento de los ingresos promedio de los hogares pobres fue alrededor de 1 punto superior que el de los hogares indigentes, lo cual parecería vincularse más al repunte del mercado laboral en relación a los pisos tocados a mediados de 2016.

En otras palabras, parecería confirmarse que estarían saliendo de la condición de pobreza por ingresos los hogares que ingresaron durante el período de ajustes de precios relativos.

En vistas a que el segundo semestre de 2017 se mantendrá la tendencia de recuperación económica sin bruscos saltos inflacionarios, es de esperar que en marzo del año que viene el Indec vuelva a informar una leve reducción de la pobreza.

Esta tendencia, no obstante, no tiene que nublar tres miradas complementarias sobre la situación social: una en profundidad, una hacia atrás y, la más importante, hacia adelante.

Una mirada en profundidad nos obliga a no quedarnos únicamente en la medición de la pobreza por ingresos, ya que la pobreza, entendida como privaciones de derechos sociales, tiene múltiples dimensiones: la falta de acceso a la vivienda, a la educación, al trabajo digno o a los servicios básicos también afecta a parte de la población que la medición por ingresos considera como no pobre.

Una mirada hacia atrás resulta casi obligada en función del oscurantismo estadístico de los años recientes. Debido a la emergencia estadística, por la cual no se consideran confiables los datos sociales de 2007-2015, la principal comparación posible es contra el segundo semestre de 2006. Y la triste conclusión que se extrae es que la situación social durante los últimos diez años, pese al boom de términos de intercambio y la ampliación de la cobertura de programas de transferencia de ingreso, no sólo no mejoró sino que empeoró levemente.

Por tanto, la mirada más relevante sobre la cual nos debemos detener es hacia adelante: de qué forma los argentinos debemos saldar esta dolorosa deuda, y si estamos encaminados hacia ello.

Si bien no hay una única respuesta para esto, hay un piso básico de consenso: esta situación sólo es reversible con un fuerte proceso de crecimiento acompañado de creación de puestos de trabajo de calidad. El trabajo sigue sigue siendo en la Argentina y en el mundo el dispositivo central de administración de riesgos sociales, y las disfuncionalidades que lo afectan (desocupación abierta, informalidad, subempleo) tienen impacto en todos los órdenes de la sociedad, como la estructura de consumo, la sustentabilidad previsional y la incidencia de la pobreza.

En el último año se han corregido algunas importantes distorsiones que obturaban la posibilidad del crecimiento (como cepo y holdouts), y luego de un cimbronazo inicial la economía hoy muestra un repunte, alcanzando los niveles pre-crisis. Sin embargo, la inflación aún no logra romper definitivamente la inercia de la última década, algunos desequilibrios comienzan a profundizarse (especialmente en el sector externo) y, más importante aún, la dinámica del mercado laboral es insuficiente para torcer estructuralmente el rumbo: si bien cayó la tasa de desocupación abierta, la tasa de empleo y la informalidad permanecen estancadas.

Estos elementos nos dicen que no debemos dejar de alegrarnos cada vez que cae, como ahora, la pobreza por ingresos, sino que ello no nos lleve a olvidarnos que el camino por recorrer es largo. Y necesario.

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