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¿EE.UU. desafiará a la OPEP?

¿Nacerá una potencia energética?

27 noviembre de 2012

En su habitual informe anual, la Agencia Internacional de Energía (AIE) acaba de sacudir a los mercados con el pronóstico de que, en el término de una década, Estados Unidos desplazará a Arabia Saudita como principal productor petrolero. La razón de este cambio histórico hay que buscarla, sin dudas, en los progresos que la principal economía del mundo viene logrando en el desarrollo de las nuevas técnicas de perforación (fracking, como se las denominan en el sector energético) que permiten liberar depósitos de petróleo y gas “atrapados” en estratos rocosos hasta ahora inaccesibles.

Si los actuales vaticinios de la AIE se cumplen, Estados Unidos, que actualmente importa alrededor de 20% de la energía que consume, será, en alrededor de diez años, un exportador neto de gas natural y se colocará al tope del ranking de los países productores de crudo. Y si a todo esto se suman los progresos que, con altibajos, viene logrando la mayor potencia mundial en sus políticas de eficiencia energética, es posible anticipar que hacia 2035 habrá alcanzado una virtual autosuficiencia en esta área, con el impacto estratégico que esto conlleva. De este modo, se alterará, de manera sustancial y definitiva, el equilibrio de fuerzas en las tradicionalmente difíciles relaciones de Washington con los miembros de la OPEP.

Los exportadores petroleros de Oriente Medio no podrán ya apelar al arma del abastecimiento energético frente a Estados Unidos, y deberán orientar el 90% de sus embarques hacia los grandes consumidores asiáticos. Otra novedad importante para la región provendrá de Irak, al que la AIE asigna grandes oportunidades de recuperar su antiguo status de potencia petrolera. Su producción de crudo, según los analistas de la institución, podría duplicarse en los próximos ocho años, y llegaría a aproximarse a los volúmenes de Arabia Saudita en 2030. Por lo pronto, el país aportará cerca de la mitad (45%) del aumento de la oferta petrolera mundial durante esta década. Esto representará un vuelco positivo para la atribulada economía iraquí, devastada por la sucesión de conflictos militares. Sus ingresos petroleros sumarían US$ 200.000 millones anuales en esta nueva etapa. Esto se inscribe en un fenómeno más amplio, al que contribuirá decididamente el desarrollo del fracking.

En contra de lo que se preveía hasta no hace mucho, los combustibles fósiles seguirán teniendo una influencia dominante en el mercado global y su demanda trepará a 99 millones de barriles diarios en 2035. El mismo rumbo seguirán los precios, que para entonces podrían ubicarse en torno de los US$ 215 por barril (equivalentes a US$ 125 de hoy).

¿Un mundo feliz?

No es este, por cierto, el único (ni el más grave) problema que ensombrece la brillante aureola de prosperidad que se ha construido alrededor de las nuevas técnicas extractivas. Los ecologistas vienen desplegando una activa campaña de concienciación acerca de los potenciales riesgos ambientales que entraña la puesta en marcha del fracking. Entre ellos se destacan la contaminación (con los líquidos empleados en el proceso) de las napas subterráneas de agua utilizada en el riego y en las redes domésticas, la migración de gases y agentes químicos hacia el suelo, los derrames y reflujos, las explosiones, y los daños a otras instalaciones subterráneas.

Esto explica, en buena medida, el énfasis con que la AIE insta a los gobiernos a sumar su apoyo y, sobre todo, sus aportes, para sostener los planes de ahorro energético y desarrollo de nuevas tecnologías. La entidad apunta, sobre todo, al futuro de las fuentes renovables de energía que, según sus proyecciones, cubrirán un tercio de la demanda global de electricidad en 2035. En este renglón se inscriben las tradicionales instalaciones hidroeléctricas, pero se asigna el mayor potencial de crecimiento a tecnologías emergentes, como los molinos eólicos y los sistemas de energía solar. Los expertos de la institución pronostican que en el próximo cuarto de siglo se multiplicará por cuatro el consumo de biocombustibles y la explotación de la biomasa, aunque admiten que debe analizarse hasta qué punto estas nuevas energías competirán con la agricultura destinada a los fines tradicionales. La AIE reconoce, también, que se necesita acceder a una masa creciente de subsidios para impulsar estos proyectos: de una suma global de US$ 88.000 en 2011 se requeriría pasar a una de US$ 240.000 millones en 2035.

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