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Banco Central

En contra de lo básico.

09 marzo de 2012

El proyecto de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina es un proyecto peligroso que dota de mayor discrecionalidad a la presidencia del Banco Central y de menor independencia de esa al Poder Ejecutivo Nacional. En lugar de sentar reglas claras para el desarrollo económico de largo plazo, la reforma creará más incertidumbre, lo que va en contra del aumento del crédito y de la inversión. El refrán popular dice que reglas claras conservan la amistad.

En economía, se supone que hacen más que eso: aumentan la previsibilidad, lo que permite que las personas y las empresas planifiquen e inviertan y, así, pueda crecer la producción y el consumo. También, por supuesto, hay momentos en que hay que tener flexibilidad para cambiar el rumbo, para torcer dinámicas que llevan a lugares indeseados. Para conjugar estas dos necesidades encontradas, la flexibilidad para hacer frente a problemas de corto plazo y las reglas que permiten el desarrollo de largo plazo, en los países que funcionan se separaron las funciones de los bancos centrales y de los ministerios de Economía.

Los ministros de Economía son funcionarios políticos y están normalmente influidos por las necesidades políticas de corto plazo: se trata de maximizar el crecimiento, entre otras cosas, para poder ganar las elecciones siguientes. Los bancos centrales, en cambio, están para crear las reglas monetarias de largo plazo, para moderar ese crecimiento cuando la economía se recalienta y tiene presiones inflacionarias, y para ayudar al crecimiento liberando el crédito cuando la economía se estanca. La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central propuesta por el Poder Ejecutivo Nacional va, a nuestro entender, en contra de este espíritu.

En pocas palabras, el proyecto tiene cuatro ejes. En primer lugar, busca liberar el uso de reservas para cubrir el cada vez mayor bache fiscal del Gobierno. En segundo lugar, se intenta aumentar la capacidad del BCRA de prestar a los bancos (redescuentos) para que a su vez presten a sus clientes, lo que abre la puerta para dirigir el crédito a banqueros o empresarios amigos. En tercer lugar, se pretende extender la capacidad del banco para intervenir en el sistema financiero, hasta fijar tasas, plazos, comisiones y cargos. Y todo esto, finalmente, aumentando la discrecionalidad del presidente del BCRA vis a vis el Congreso y el staff del organismo.

Todo esto va en contra de las funciones básicas de un banco central. A través de diversos mecanismos (la liberación de reservas, el aumento de los redescuentos, etcétera) se abren grifos para la emisión monetaria sin respaldo, lo que tiende a aumentar las presiones inflacionarias. La inflación atenta contra el salario y los ahorros de los argentinos; pero en vez de atacarla y de concentrarse en que el Central la ataque, el gobierno nos miente con el Indec, persiguen a quienes buscan medirla correctamente y, ahora, busca otras misiones para el organismo.

Lo peor de la reforma, sin embargo, es la discrecionalidad que otorga a la dirección del Central tanto en el manejo de la política monetaria como en su capacidad de intervención sobre las entidades financieras. La discusión sobre la reforma, además, es todo un síntoma: el proyecto se presentó un jueves y al jueves siguiente, cuando cerrábamos esta nota, se estaba pasando dictamen en comisión, sin lugar para el debate serio y racional que debería guiar un cambio tan importante.

El Gobierno Nacional busca agregar como misión del banco la promoción del “desarrollo económico con equidad social”, pero al reducir la importancia de las reglas claras y aumentar la discrecionalidad está haciendo justamente lo contrario: está reduciendo la probabilidad de generar las condiciones para un verdadero desarrollo sostenible de largo plazo.

(De la edición impresa)

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