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Países Bajos: un atasco político que no impide el crecimiento económico y social

Los Países Bajos muestran la contradicción entre una sociedad dividida por una polarización creciente, con indicadores económicos netamente favorables y sectores sociales responsables.

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Luis Domenianni 27 septiembre de 2021

Por Luis Domenianni

Para gran parte de los estados del mundo permanecer gobernados por un Ejecutivo provisorio, sin mandato, representa una crisis de consecuencias imprevisibles. Con solo algo más que 24 horas, la acefalía ministerial provoca terremotos políticos. Pero, hay excepciones. Algunos países europeos son prueba de ello. Uno de ellos, el Reino de los Países Bajos.

En marzo del 2021, la ciudadanía votó para la constitución de un nuevo Gobierno. El resultado fue una confirmación, como más votado, al partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD por sus siglas en neerlandés) del primer ministro Mark Rutte, con 34 escaños sobre un total de 150.

Lejos, muy lejos, de alcanzar una mayoría parlamentaria, tras la elección, Rutte comenzó las negociaciones con otras formaciones políticas para formar gobierno. El Reino de los Países Bajos es una monarquía constitucional parlamentaria, de forma tal que para alcanzar el gobierno es necesario componer alianzas que aseguren una mayoría legislativa

Si bien el VVD ganó un escaño con relación a la Legislatura anterior, los grandes triunfadores de la elección fueron Demócratas 66 (D66) y el Foro para la Democracia (FvD). El primero creció en cinco diputados y totalizó una bancada de 24, mientras que el segundo pasó de dos bancas a ocho.

El VVD del primer ministro Rutte en una formación inscripta en el liberalismo; el D66, también liberal, pero con un marcado acento social y el FvD, a su vez, es un partido conservador, populista y euroescéptico.

Es posible imaginar una coalición entre el VVD, más D66, más la Llamada Demócrata Cristiana (CDA) con 15 escaños y el Partido Socialista (SP) con 9. La sumatoria alcanzaría 82 asientos, superadora de las 76 bancas requeridas para formar mayoría en un parlamento de 150 representantes.

Sencillo en la teoría, sumamente dificultoso en la práctica. Ya pasaron seis meses desde aquella elección y el Gobierno no aparece. Mientras tanto, como ocurre en las democracias parlamentarias asentadas, el primer ministro Rutte y el gabinete continúan en sus puestos, pero solo despachan asuntos corrientes. Ninguna ley puede ser presentada.

Pero, ni la espera, ni la negociación pueden ser eternas. Y la dificultad radica en la decisión del D66 de no compartir gobierno con una pequeña formación protestante, la Unión Cristiana (CU) con cinco diputados. Argumento: la CU está demasiado a la derecha. Realidad: el recelo y la enemistad que alientan la señora Sigrid Kaag del D66 y Gert-Jan Segers, el jefe de la CU.

Más de fondo, los problemas del sistema político neerlandés radican en la caída de los partidos tradicionales. Llámense liberales, socialistas o demócratas cristianos, en conjunto, las tres formaciones solo totalizan 58 representantes sobre 150.

Otras tres formaciones, en este caso, populistas de derecha, quedan reducidas -dada su escasa representatividad- a un mero rol protestatario. Entre ellas queda incluido, el Partido por la Libertad (PVV), de extrema derecha, del controvertido dirigente Geert Wilders, que alcanzó el tercer lugar en la elección.

Luego aparecen los partidos sectoriales que van desde la defensa de los hijos mayores hasta la representación de la minoría turca o la defensa de los animales.

Por último, la izquierda. La alianza, cada vez más común, entre socialistas con 9 escaños y verdes con 8. Un total de 17 con escaso peso. Para la señora Kaag del D66, el ingreso al gobierno de la izquierda es la opción correcta. Una opción que rechaza el otro aliado, la Llamada Demócrata Cristiana (CDA) del ex ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra.

Y las cuentas no dan?

Así como están las cosas las cuentas no cierran. Si se sigue el criterio de la señora Kaag, el resultado es una alianza de 75 parlamentarios, uno menos que la mayoría. Si, por el contrario, el criterio es el de Wopke Hoekstra, la sumatoria es aún menor.

Consecuencia, se alcanza una alianza con derechas e izquierdas o no hay gobierno. Claro que una alianza entre derechas e izquierdas no es imposible pero no es sencilla de lograr. Menos aún cuando aparecen fraccionadas entre distintos partidos. Las exigencias, entonces, se multiplican -ministerios, políticas determinadas- y contentar, una tarea harto difícil.

¿Qué queda, entonces? Pues, llamar a nuevas elecciones. Algo que el primer ministro Rutte se resiste a convocar. Pero los meses pasan?y aunque la economía no se resiente y la sociedad no se altera, el inmovilismo imposibilita cualquier innovación de fondo.

Además, la provisoriedad de un gobierno que solo despacha asuntos corrientes hace que su estabilidad penda de un hilo. Y ahora el hilo se rompió como consecuencia de la intervención neerlandesa en la caída de Afganistán y en la toma de la capital Kabul por los Talibán.

Se trató de la evacuación improvisada y deficiente de los neerlandeses y de sus colaboradores afganos. Aparentemente, las autoridades fueron advertidas desde enero del 2021 sobre el riesgo de la toma del poder por los talibán, pero, pese a ello, no prepararon ningún plan y, por ende, no estaban en condiciones para cuando llegó el momento de la evacuación.

La oposición logró, como consecuencia, aprobar un texto muy crítico sobre la actuación del gobierno. Con el agravante que los cinco diputados de la Unión Cristiana (CU), que forma parte del ejecutivo, votaron con la oposición.

Si bien la resolución no constituyó una moción de censura, precipitó una crisis de gabinete de proporciones. La ministra de Relaciones Exteriores y titular del partido D66, Sigrid Kaag, anunció su renuncia tras una infructuosa defensa de lo actuado. La liberal Ank Bijleveld, tras una hesitación inicial, también abandonó su cargo de ministra de Defensa.

En definitiva, el Gobierno se hunde, pero? el primer ministro, no. Es que con la salida -con aroma a fracaso- de la señora Kaag, Rutte queda como el hombre “posible”.

A tal punto, que el primer ministro parece dispuesto a correr el riesgo de quedarse al frente de un gobierno minoritario, inclusive de formar un gobierno apolítico.

Desde ya que se trata de una apuesta, cuando menos, muy complicada. Un gobierno minoritario pende de la buena voluntad de los partidos opositores. Aunque Rutte imagina que nadie lo hará caer mientras no surja un político capaz de armar una coalición mayoritaria. Pero, ya se sabe, la política es dinámica y aquello que hoy no es, bien puede serlo mañana.

De momento, todo bloqueado. El D66 pretende al menos uno de los dos partidos de la izquierda -socialistas o verdes- en el gobierno. Pero, los socialistas y los verdes dicen que solo aceptan si van en conjunto. Aquí aparece el veto de Rutte. Un veto de supervivencia ante la eventual fragilidad de un gabinete donde la izquierda haga causa común con el D66.

Primer ministro en teflón

Rutte es un político de 54 años, nacido en La Haya, que toca el piano y es graduado en historia en la Universidad de Leiden. De familia de militantes políticos de la Llamada Demócrata Cristiana (CDA).

Pero el joven Mark prefirió adherir al liberal Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) del que fue presidente de la juventud entre los años 1988 y 1991. En la esfera privada, trabajó varios años para la multinacional británica-neerlandesa Unilever.

Mientras tanto su peso político aumentaba tras formar parte de la directiva del VVD. En 2002, fue designado secretario de Estado (viceministro) de Asuntos Sociales y Empleo. Luego en 2004 fue secretario de Estado de Cultura y Educación.

En 2006 resultó electo presidente del VVD en una elección interna donde obtuvo el 51,5 por ciento de los votos. Un mes después, en junio, fue votado diputado a la Segunda Cámara de los Estados Generales, la cámara baja del Parlamento neerlandés. Inmediatamente resultó electo presidente de su bancada.

En setiembre de 2010, Rutte accedió al cargo de primer ministro como jefe de un gobierno minoritario formado por el VVD y la CDA que contaba con el apoyo parlamentario del derechista Partido por la Libertad encabezado por el euroescéptico y antiinmigración Gert Wilders.

Desde entonces, con diversas coaliciones, Rutte presidió tres gobiernos y se apresta, si logra alcanzar algún acuerdo, a encabezar el cuarto.

El primer ministro no es el único caso de supervivencia. Sin ir más lejos su colega y vecina alemana Angela Merkel lo supera en tiempo como jefa de gobierno. Pero Rutte continúa sus pasos y ya lleva once años ininterrumpidos al frente del ejecutivo neerlandés.

Para los analistas políticos, la capacidad del jefe de gobierno para sortear inconvenientes y crisis es su principal virtud. De allí su apelativo de “primer ministro teflón”: nunca queda pegado.

Inclusive cuando después de negar los hechos, debe admitirlos. El caso más rimbombante ocurrió cuando le ofreció un cargo ministerial a un diputado de otro partido para que abandonara su campaña sobre los fraudes que padres y madres llevan a cabo para cobrar asignaciones familiares.

Rutte negó los hechos para después admitirlos ante la evidencia. Sin embargo, sorteó la moción de censura parlamentaria porque la acusación sobre los fraudes resultó? errónea.

Claro que no todo es?teflón. El primer ministro goza de popularidad, por ejemplo, en un tema particularmente sensible como el combate contra la pandemia. En general, los neerlandeses aprueban su estrategia combinada de cierre y actividad que no paralizó el país sino por un tiempo limitado.

Es que, aún con la aparición de una incipiente cuarta ola durante julio del 2021, el país no sufrió un incremento de la mortalidad significativo para los últimos meses. Así, por ejemplo, el total de fallecidos de las últimas diez semanas es de menos de quinientas personas.

Los Países Bajos ocupan el lugar 35 entre los estados que padecieron más muertes por coronavirus con algo más de 18.500 desapariciones. En promedio por cada millón de habitantes, los muertos neerlandeses son 1.072, lugar 49 entre algo más de 200 países medidos. Con reserva del primer lugar para el país con mayor número de fallecidos

Si a lo anterior se agrega que el país figura decimo octavo entre las naciones con mayor número de vacunados con dosis completa con 63,46% de la población, no resulta extraño que la población, en general, apruebe las decisiones políticas del gobierno del primer ministro Rutte, al respecto.

La economía imparable

En materia económica, la administración Rutte también tiene mucho que mostrar. A la fecha, la economía neerlandesa se repone del parón provocado por la pandemia, a una velocidad que causa envidia entre los países desarrollados.

Durante el segundo trimestre del 2021, la producción creció 9,7% anualizado. Se trata del crecimiento más alto experimentado por los Países Bajos desde la Segunda Guerra Mundial. Y resulta superior al de cualquier otra economía de la Unión Europea en igual período.

Otros datos: la tasa de crecimiento para el año 2021 alcanzará al 4 por ciento. El consumo de los hogares ya supera el 5,7% anual. La desocupación actual es del 3%, es decir plena ocupación. Y la Bolsa de Amsterdam pasó, por primera vez en la historia, el indicador de 800 puntos con un crecimiento para el 2021, a la fecha, del 28%.

Semejante catarata de buenos datos genera una euforia contagiosa sobre el presente del país. Más aún si como ya puede ser comprobado, el mundo financiero mudó su asiento de Londres a Amsterdam.

No obstante, como siempre, el éxito viene acompañado de algunos problemas. Es que, a mayor crecimiento de la economía, mayor faltante de mano de obra.

Faltan obreros en la construcción, trabajadores sanitarios, ferroviarios, empleados de comercio, personal calificado tecnológicamente, gastronómicos. En agosto, las estadísticas señalaban que 318.000 puestos de trabajo estaban disponibles para un total nacional de 300.000 desempleados.

Una estadística que refleja solo parcialmente la realidad. De los 300.000 desempleados, no todos buscan un empleo y otros solo son desocupados temporales entre uno y otro trabajo ya concertado. De allí que para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) una tasa de desocupación inferior al 5% revela pleno empleo.

La situación laboral neerlandesa provoca un cambio impensable para la tradicional política sindical. El vicepresidente de la confederación sindical FNV, Zakaria Bufangacha, lo describe así: “Debemos elegir la reducción del número de empleos de baja calidad, sin o con poco valor agregado, para determinar los sectores importantes para nuestra sociedad.

En otras palabras, el sindicalismo holandés comienza a dar vuelta el principio de la defensa de todos los empleos. Es más, la FNV milita por la semana de 32 horas y se muestra favorable a la robotización, aún si representa menos empleos, que quedarán compensados por los de mayor calidad y mejor retribución.

Para Cees Oudshoorn, el director general de VNO-NCW, la central patronal que nuclea mas de tres mil empresas, el nuevo modelo holandés -llamado “modelo de los polders”- va más allá de la defensa de los intereses sectoriales.

Ocurre que el cambio de mentalidad sindical es acompañado por un cambio similar empresarial. Hoy la preocupación de las patronales ubica a la colectividad donde están radicadas y al rol del Estado por encima del puro beneficio.

¿Cuáles son, entonces, los temas de preocupación de la central patronal? Pues el cambio climático, la transición energética y el sector pasivo donde el envejecimiento de la población predice un aportante por cada tres retirados para el año 2050.

Los Países Bajos muestran pues la contradicción entre una sociedad dividida por una polarización creciente, donde crecen los populismos y la crítica a la política tradicional, con indicadores económicos netamente favorables y sectores sociales responsables.

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