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¿Es posible una guerra entre Estados Unidos y China?

China-EEUU
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Damián Cichero 31 julio de 2020

Por Damián Cichero

En febrero de 1972, Richard Nixon se convertía en el primer mandatario norteamericano en visitar China gracias a las negociaciones de Henry Kissinger. Luego de reunirse con Mao Zedong y expedir el Comunicado de Shanghai, se inició la normalización de sus vínculos diplomáticos. Sin embargo, el gran ascenso chino de este siglo y su papel en el sistema internacional produjo un deterioro en las relaciones bilaterales.

El pasado 22 de julio las autoridades estadounidenses informaban a sus pares chinos que debían cerrar su consulado en Houston. Argumentaron que la propiedad intelectual e información privada de los estadounidenses estaba en peligro. Tratándose de un acto sin precedentes desde 1972, el país asiático procedió ante tal “ofensa” con el cierre del consulado norteamericano en Chengdu. Esto se suma a las tensiones del mes de junio, cuando 3 portaaviones de EE.UU. fueron enviados al Océano Pacífico, el mayor despliegue en la región desde 2017, luego de que el país del Norte rechazara enérgicamente reclamos de soberanía china por disputas territoriales con Filipinas, Vietnam, Taiwán, Malasia y Brunei en el mar de China Meridional, zona en la que circula el 30% del comercio internacional y que posee importantes recursos naturales.

Constantemente China crea islas artificiales y confronta con buques de otros países, un intento de imponer sus condiciones. Estados Unidos no posee reclamos territoriales, pero no puede permitir que el país asiático controle la región, ya que esto perjudicaría su economía. Por ello, reiteradas veces ha enviado parte de su flota en defensa de la libre navegación.

Aunque la flota estadounidense es la más poderosa del mundo, la china ha crecido considerablemente. Y, aunque la capacidad de poder de combate estadounidense sigue siendo ampliamente superior (EE.UU. tiene 11 portaaviones nucleares contra ninguno chino), es probable que en dos décadas el dominio se equipare.

Sin embargo, hay un tópico que resalta por sobre el resto y ese es el 5G. Esta tecnología tendrá un impacto fundamental en lo que respecta a seguridad y economía. Se estima que para 2035 podría crear 22 millones de puestos de trabajo y brindar más de U$S 13 billones en ganancias globales.

China, y principalmente su empresa Huawei, lleva la delantera respecto a la compañía estadounidense Qualcomm. El gigante tecnológico asiático firmó 60 contratos para instalar la red en todo el mundo, y 30 de ellos son en países europeos. Además, el operador estatal de telecomunicaciones China Tower cuenta con más de 2 millones de antenas inalámbricas, que superan ampliamente las 200.000 que posee EE.UU. La repercusión de la tecnología de quinta generación será clave en otras áreas como la militar y la aeroespacial, y por ello todos los líderes norteamericanos son conscientes de que no pueden perder esta carrera.

¿Peligro o paranoia?

Los “ataques” del Presidente estadounidense se han incrementado en los últimos meses debido a las elecciones de noviembre, ya que busca obtener la mayoría de los votos conservadores. La mala imagen de China es una de las pocas cosas que la población americana y sus líderes políticos comparten. En 2018, el 47% de los estadounidenses tenía una visión negativa sobre el país asiático y, según un estudio del Pew Research Center, esa cifra ha ascendido a un 66% (entre los demócratas, el 62% desaprueba el Gobierno chino).

Lo llamativo es que varios países también comparten esta imagen. Recientemente, Australia rechazó formalmente ante la ONU las reivindicaciones territoriales de Pekín ya mencionadas. Por su parte, el Gobierno de Japón denunció en julio que buques chinos penetraron aguas que rodean sus islas Senkaku, sobre las cuales China tiene reclamos de soberanía. Tanto Australia como Japón han anunciado que incrementarán notablemente sus gastos en defensa durante la próxima década para hacerle frente a las amenazas en el Indo-Pacífico.

Por otro lado, durante junio, India tuvo varios enfrentamientos armados con militares chinos en su frontera en el Himalaya, lo cual desembocó en una campaña nacional de desprestigio hacia las compañías chinas. Y, el Reino Unido comunicó recientemente que no le permitirá a Huawei construir infraestructura de 5G, y obligó a los operadores de la región a eliminar los equipos de esta compañía para 2027.

La posibilidad de un conflicto

Los cinco mil años de historia china deberían ser muestra suficiente de que no es un país con aspiraciones a la hegemonía mundial (en los últimos 400 años solo inició una guerra: en 1979 contra Vietnam). Si consideramos que el sistema internacional es naturalmente anárquico y no existe una autoridad superior, deberíamos pensar que los Estados, preocupados por su seguridad, intentan mantener el statu quo y acrecentar su poderío sin la ayuda de nadie por la creciente desconfianza que abunda en el propio sistema. Así, el crecimiento económico, tecnológico y militar de China más sus intereses expansionistas regionales, su autoritarismo en Hong Kong y el supuesto robo sistemático de información podrían interpretarse como el deseo de inclinar en su favor el actual equilibrio de poder.

Tras la crisis de 2008, el orden mundial permitió la aparición de varias potencias y esto derivó en el actual sistema bipolar flexible donde EE.UU. y China resaltan por sobre el resto de los estados, pero países como Rusia e India tienen poderío suficiente para hacerse oír y hasta imponer sus intereses.

El politólogo Graham Allison analiza la actual situación a través de su teoría “La trampa de Tucídides”, donde plantea cómo una potencia hegemónica puede ver amenazado su dominio debido al gran incremento de poder de otra. La teoría está inspirada en la guerra del Peloponeso, del siglo V a.C., entre Esparta, la ciudad más poderosa y Atenas, de un rápido ascenso. Allison analiza 16 casos históricos donde se dio esta situación, y observa que el 75% derivó en una guerra total.

El crecimiento sin precedentes chino podría resultar una amenaza para Estados Unidos y derivar en una guerra, pero hubo casos similares en la historia donde esto no sucedió. Durante la Guerra Fría, entre EE.UU. y la URSS surgieron momentos de mucha tensión, pero nunca se llegó a una guerra a gran escala, porque, en definitiva, el sistema bipolar es el más estable. ¿Por qué? Todo el mundo se encuentra dividido en dos, lo que no admite la revisión del statu quo y, a su vez, permite diferenciar claramente aliados y enemigos, reduciendo así la incertidumbre y aumentando la seguridad individual.

El problema es que el Siglo XX tuvo una bipolaridad rígida, mientras que actualmente es flexible. Además, otra notable diferencia es que las economías de EE.UU. y China están notablemente interconectadas, algo que no sucedía con la Unión Soviética.

Justamente, Kissinger, quien fomentó las relaciones entre EE.UU. y China en los años '70, y buscó crear una “mesa de tres patas” que evitara una polarización con los soviéticos, cree que Estados Unidos debe repetir la misma estrategia, pero esta vez aliándose con Rusia para contener a China. En parte, puede verse la implementación de esta idea con la alianza entre EE.UU. e India, tercer país en cuanto a poderío militar y económico, y actor clave en Asia.

Mas allá de las teorías, una guerra a gran escala no parece posible, principalmente, por tres motivos. En primer lugar, el país asiático tiene diversos problemas internos, como su gran deuda pública, que debería resolver antes de embarcarse en un conflicto global. En segundo lugar, aunque el poderío militar chino ha crecido notablemente, todavía no está en condiciones de superar al norteamericano, y mucho menos derrotarlo. Sus 7.000 ojivas nucleares y sus 19 portaaviones son prueba de ello (China posee 320 y 2, respectivamente).

Por último, y quizás el punto más importante, es que no debemos analizar a China desde una perspectiva occidental, ya que su forma de entender la sociedad y el mundo es diferente. Una prueba de ello, justamente, es el gran intercambio económico y social que posee con Occidente. Caso contrario al soviético, que no tenía relación alguna con los países capitalistas.

Pero, aunque una guerra total no sea factible, no deberíamos descartar enfrentamientos indirectos en zonas clave como el mar de la China Meridional o la frontera con India, tal como sucedió durante la Guerra Fría en Vietnam.

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