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Velasco: "Las películas de sobrevaluación cambiaria en América Latina no terminan bien"

El exministro de Hacienda de Chile (2006-2010) habla de la Argentina de Milei, Venezuela, el estado de la democracia, Keir Starmer y el populismo.

Andrés Velasco es el actual decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics (LSE).
Andrés Velasco es el actual decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics (LSE). .
Ramiro Gamboa 01 septiembre de 2024

"En América Latina hay un peligro de una deriva autoritaria omnipresente", explica el economista y exministro de Hacienda de Chile (2006-2010), Andrés Velasco. "En la región hay espacio para hacer ingeniería política; un montón de cosas se pueden y deben cambiar porque uno de los mayores problemas de la región es que los gobiernos no tienen mayoría parlamentaria", asegura Velasco en conversación con El Economista. Sobre el gobierno argentino, destaca ciertos méritos de la gestión de Milei, pero advierte: "Las películas de sobrevaluación cambiaria en América Latina no terminan bien. El tipo de cambio real no está en su nivel de equilibrio y eso va a tener que cambiar". 

Obsesionado por cómo revitalizar la democracia, cómo producir democracia, Velasco remarca sobre las elecciones en julio pasado en Venezuela: "Fue uno de los robos electorales más descarados y más burdos de la historia de América Latina". 

Crítico de los populismos, Velasco, actual decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics desde 2018, asevera que "el populismo simplifica y la democracia es compleja. Las cosas buenas en la vida son complejas. Buscar soluciones simples a problemas profundos es la mejor definición de la niñería". Asimismo, es elogioso con el nuevo primer ministro del Reino Unido y cree que Keir Starmer "es el ejemplo perfecto de lo que los británicos llaman 'un adulto en la habitación'". Sobre la candidata demócrata estadounidense Kamala Harris, Velasco menciona que su mayor acierto fue entender que "no hay contradicción alguna entre el patriotismo y el progresismo".

Es martes, en Londres cae la tarde, y El Economista se encuentra con Andrés Velasco en un bar de Chelsea, en una mesa en la vereda de King's Road al 533. Velasco, con saco beige y camisa blanca planchada, con unos anteojos de sol celestes que sobresalen del bolsillo delantero del saco, se para, saluda; es alguien amable, galante, reflexivo. "Por favor, come algo de esto", "¿Quieres más agua?", "No me trates de usted, no soy ni tan viejo ni estoy tan jodido", dice durante la charla. 

Habla con claridad y ayuda a pensar con detenimiento preguntas incómodas cuando dice: "¿Por qué el Gobierno brasileño se siente en la obligación de invitar al canciller ruso a Brasilia y agasajarlo como si fuera un enviado de Dios, cuando es el canciller de una dictadura?". 

Reflexiona con una calma notable en un terreno —la política— en el que se oyen groserías y disparates a los gritos, y se lo nota preocupado por cómo hacer efectivo el principio de la fraternidad política para proteger las libertades públicas. "La democracia es conversar, ceder, acordar", precisa. También cuenta que viene de una reunión de trabajo con un colega con el que están trabajando en un libro nuevo. 

Andrés Velasco
Andrés Velasco

Dos horas de conversación, con cerveza y picada, permiten confirmar que la vida de Velasco está poblada de personas que él valora: su padre, sus cinco hermanos, sus mentores que lo marcaron, sus compañeros de trabajo, sus amigos, su esposa, sus tres hijos.

Su padre, Eugenio Velasco, era un político socialdemócrata que fue perseguido por la dictadura de Pinochet; fue un abogado defensor de personas a las que el poder militar había encarcelado. La dictadura lo sacó a la fuerza de Chile, y por eso llegó a Buenos Aires en agosto de 1976, la peor época del Plan Cóndor, cuando había asesinatos de argentinos en Chile y de chilenos en Argentina; así fue que en Buenos Aires tuvo que pedir asilo en la embajada venezolana, "cuando Venezuela era una tierra amiga y democrática", agrega Velasco. 

"Cuesta encontrar un país de Latinoamérica que se distinga por su buena gobernanza"

Después de tres meses en la embajada de Venezuela en Buenos Aires, su padre decidió emigrar a Estados Unidos. "Como mi padre había sido el decano de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, y había iniciado un plan de intercambio con la Universidad de California, tenía amigos de la academia en California. Cuando llegó el exilio y no tenía dinero, sus colegas le dijeron que en Estados Unidos tenía una oficina y una cátedra, y por eso terminamos viviendo en el barrio de la Universidad de California en Los Ángeles", narra Velasco. 

—¿Cómo fueron esos primeros años en Estados Unidos? —le pregunta El Economista a Velasco. 

—Fue difícil. No quiero dramatizar; yo hablaba inglés bien, había estudiado en un colegio británico en Chile, pero para la familia fue duro; mis viejos no sabían si íbamos a poder volver a Chile algún día. Si bien mi padre tenía un cargo de profesor visitante en Estados Unidos, había perdido lo que había construido en su país natal, donde tenía una firma de abogados exitosa. Tuvimos que vender nuestra casa en Santiago en dos meses a un precio malo porque era un momento recesivo. La incertidumbre personal, profesional y familiar era gigantesca. Tenía dieciséis años cuando nos mudamos a Estados Unidos; era un adolescente y me cambiaron de país, de colegio, me cambiaron todo. 

"El de Venezuela debe ser uno de los robos electorales más descarados y más burdos de la historia de América Latina" 

—¿Te quedaron amigos de antes de los dieciséis años en Chile?

—Sí, muchos, hasta el día de hoy. Además, mis hijos fueron al colegio al que yo había ido, así es que nunca me desconecté de ese mundo. Mi gran amigo, hasta el día de hoy, con quien intercambio mensajes de WhatsApp casi todos los días, es de esa época en Chile: Pablo Halpern. 

Si bien Velasco es joven —cumplió el treinta de agosto sesenta y cuatro años—, basta leer su CV para comprobar que estudió y fue casi todo: licenciatura en Economía y Filosofía, y una maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad de Yale. Dice: "El privilegio de haber estudiado en Yale fue infinito, hasta el día de hoy lo agradezco; me quedé dos años más para hacer una maestría porque no sabía qué carajo hacer en esta vida y ahí giré hacia la economía. La gran influencia fue un tipo brillante, muerto prematuramente, que se llamaba Carlos Díaz-Alejandro, quien escribió el mejor libro que se ha escrito sobre la economía argentina. Se titula Essays on the Economic History of the Argentine Republic; Carlos es el gran historiador económico de Argentina. Él era cubano, no argentino, pero exiliado cubano, no podía volver a su país. Se enamoró de Buenos Aires y pasaba buena parte del año allí. Fue mi profesor en Yale y se transformó en mi mentor. Carlos me convenció de que estudiara economía; después decidí estudiar un doctorado en Columbia porque lo seguí a él. Al año de que empecé a cursar el doctorado en Columbia, Carlos murió de SIDA, a los cuarenta y ocho años. El viernes había hablado con él. Me dijo: "Pasa el lunes a verme". El lunes llamé a su secretaria, le pregunté a qué hora pasaba, y me dijo: '¿No sabe? Se murió ayer'. Era un tipo brillante, generoso, encantador, culto. Tenía muchos amigos en Buenos Aires. Carlos era amigo del politólogo Guillermo O'Donnell, de los economistas Roberto Frenkel y José Luis Machinea, entre otros".

Velasco también hizo un posdoctorado en Harvard y en el MIT en conjunto. En los noventa fue asesor del ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, durante el gobierno del expresidente Patricio Aylwin. Como ministro de Hacienda del gobierno de Bachelet, de 2006 a 2010, Velasco fue el responsable de preservar las reservas del Estado de Chile y las regalías extraordinarias que generó la minería por los precios altos del cobre, decisión que benefició años después a Chile cuando el precio de los minerales se desplomó, y el gobierno usó una parte de esas reservas para estimular y subsidiar la actividad económica. 

"El profesor Carlos Díaz-Alejandro fue quien me había enseñado la profundidad de los ciclos económicos y los auges del cobre o del petróleo, o del estaño en Bolivia o del banano en Ecuador. Tenía claro que todo lo que sube algún día tiene que bajar. Díaz-Alejandro decía que 'América Latina está repleta de los cadáveres de los auges que terminaron en desastre'". Más tarde Velasco fue candidato a presidente (2013) y a senador (2017) en Chile, fundador del partido político "Ciudadanos", asesor del Banco Mundial y del FMI, y premiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y por la revista Emerging Markets, entre otros.

Cuando se le pregunta a Velasco qué fue lo que más aprendió de la expresidenta Michelle Bachelet, afirma: "La importancia de la buena política. Aprendí de Bachelet acerca de cómo se justificaba y cómo se explicaba política y popularmente la idea de proteger los ahorros del país en tiempos de abundancia. Ella lo decía mejor que nadie: 'La responsabilidad fiscal no es un concepto conservador, es un concepto progresista. Porque cuando los países no son responsables en lo fiscal y luego llega la crisis, los que pagan el costo no son los ricos, sino los más modestos'. Una líder que anuncia que algo va a ser doloroso es una líder. No porque quiera que sea doloroso, no porque lo celebre, sino porque la vida es difícil. Hay que tomar decisiones difíciles".

—¿Cómo analiza el contexto político y económico actual de Latinoamérica? —le pregunta El Economista a Andrés Velasco.

—Llevo más de treinta años siguiendo bastante de cerca lo que pasa con la economía y la política en la región, y la verdad es que no recuerdo un momento en que la región fuera tan mal gobernada en tantos países. Siempre hubo uno o dos desastres, pero hoy en día cuesta encontrar un país que se distinga por su buena gobernanza. Uruguay, quizás. El presidente de mi país, Gabriel Boric, ha aprendido mucho y ha dado un par de lecciones de política internacional loables. Pero claramente Chile no pasa por su mejor momento. Y después, entre Brasil, Colombia, México, Perú, cuesta encontrar un rayo de sensatez. Ni que hablar de la tragedia humanitaria, política y total de Venezuela, donde se robaron la elección del modo más descarado posible, brutalmente. Nunca confié en que iban a jugar limpio, pero me imaginé que por lo menos iban a ser un poco más finos, que se demorarían cuatro días en hacer el conteo. A las siete de la tarde del día de la elección declararon el triunfo sin una sola hebra de evidencia de ningún tipo. Y hoy día, mirando las papeletas que la oposición logró reunir, es evidente que la oposición ganó por un margen de dos a uno. No sé si es 65 a 35, o 70 a 30, pero por ahí anda. Debe ser uno de los robos electorales más descarados y más burdos de la historia de América Latina. 

El presidente de mi país, Gabriel Boric, ha aprendido mucho y ha dado un par de lecciones de política internacional loables. 

—¿Qué piensa de la postura del presidente de Chile, Gabriel Boric?

—Ha estado muy bien. Especialmente un tweet que escribió hace tres o cuatro días, cuando la Corte Suprema de Venezuela dijo que estaba todo en orden y que el proceso electoral había sido impecable. Boric publicó un mensaje muy contundente, donde afirmó que no hay duda de que estamos frente a una dictadura que falsea elecciones, y añadió que se trata de una infamia.

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Velasco ponderó la respuesta de Boric a lo que pasó en Venezuela

—¿Qué mirada tiene sobre los pronunciamientos a medias de Petro, Lula y AMLO?

Me cuesta entender que líderes que se dicen progresistas, especialmente en el caso de Lula, que luchó contra la dictadura brasileña, sean incapaces de decir en público lo que es patentemente obvio: que se trata de una dictadura, como lo dijo Boric. Y que esa dictadura, como todas las dictaduras, quiere perpetuarse en el poder. Una dictadura que no duda en tirar balas contra su propia gente, a sus ciudadanos. Además de la tragedia económica y humanitaria de Venezuela. El PIB venezolano hoy día es el 20% de lo que fue el PIB en su punto más alto antes de Chávez y Maduro. Mi amigo Ricardo Hausmann, venezolano profesor de Harvard, sostiene, después de analizar los datos, que no hay ejemplo en época de paz en la historia de la humanidad de un colapso económico así. Si en Venezuela producían cien, hoy apenas producen veinte. Al tipo de cambio paralelo, el salario mínimo es menos de diez dólares al mes. Y ya hay casi ocho millones de exiliados. Las dictaduras de Videla, de Pinochet, generaron cientos de miles de exiliados, pero ninguna provocó la salida de la cuarta parte de la población.

Me cuesta entender que líderes que se dicen progresistas, especialmente en el caso de Lula, sean incapaces de decir en público lo que es patentemente obvio

—Una de sus políticas más reivindicadas como ministro de Hacienda de Chile fue la decisión de cuidar las regalías excedentes gracias a los precios altos del cobre. Distintos sectores lo presionaban para gastar ese dinero extra y volcarlo al consumo interno, pero usted conservó esos recursos como reservas del fisco; unos años después, cuando el precio del cobre bajó, gracias a esas reservas que había acumulado el país en tiempos de abundancia, el gobierno chileno pudo subsidiar al sector privado y hacer que repuntara la actividad económica en un contexto adverso. ¿Si Chávez hubiera hecho algo parecido en Venezuela cuando el barril de petróleo estaba a ciento cuarenta dólares en la primera década de los 2000, qué hubiera pasado?

—Tu descripción es certera, pero te haría una pequeña salvedad. La decisión de ahorrar y después gastar, yo se la había sugerido a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, pero en lo fundamental fueron decisiones de la presidenta. No es algo que el ministro de Hacienda decida unilateralmente. Destaco la claridad y la valentía de una líder progresista, como Bachelet, que entendió muy bien lo que Chávez no: cuando viene la crisis y el país no tiene un dólar, los que pagan la cuenta son los pobres. En Venezuela, no solamente hubo una incapacidad para ahorrar recursos del petróleo cuando el precio del barril estaba alto, sino que también destruyeron la industria petrolera. La destrucción de la industria se dio en buena parte porque los expertos y los ingenieros migraron. Colombia le debe agradecer a Chávez el auge de su propia industria petrolera, porque muchos de los mejores ingenieros hoy día en Colombia son venezolanos. Asimismo, la irresponsabilidad que tuvo Chávez de endeudar al país fue enorme. Cuando se acabó el auge petrolero, Venezuela se siguió endeudando con plata de China, cuyo costo, su tasa de interés y sus detalles no los conocemos porque son secretos. Hubo, además, un manejo económico y macroeconómico deleznable que llevó a Venezuela a una hiperinflación, a la destrucción de la producción gracias a las amenazas y, en algunos casos, a la realidad de las nacionalizaciones arbitrarias sin que mediara proceso legal alguno. Si hay una lista de los veinticinco peores errores que se pueden cometer en materia de política económica, Chávez, y después Maduro, cometieron veintiséis.

—¿Qué ves en Argentina?

—Veo noticias de las buenas y de las no tanto. La principal buena noticia en Argentina es la comprensión aparente del electorado de que llegó la hora de intentar algo nuevo, porque las políticas del gobierno anterior eran erradas y muchas veces turbias. El votante argentino promedio parece estar demostrando mucha claridad al respecto, y bastante paciencia acerca de los costos que cualquier transición inevitablemente va a conllevar. Es una buena noticia, que revela una cuota de madurez política y electoral que debe ser celebrada y bienvenida. La segunda buena noticia es que la inflación cayó. Viene cayendo sistemáticamente ya hace seis o siete meses. Y eso, obviamente, la gente también lo valora. Sin embargo, es evidente que el proceso de estabilización comenzó, pero aún no se consolidó. La caída del desequilibrio fiscal, que ha sido cuantiosa y era indispensable, se debe en buena medida al deterioro del valor real de las pensiones y de los sueldos del sector público, al declive de las transferencias de nación a las provincias, y de un bajón de la inversión pública. Esas no son situaciones sostenibles para siempre. El segundo tema pendiente es qué pasa y qué va a pasar con el tipo de cambio. Evidentemente, la principal preocupación del mercado hoy es que el tipo de cambio se viene devaluando al 2% mensual y la inflación recién ahora llegó alrededor del 4%, pero por varios meses estuvo muy por arriba del 4%. Eso significa que el tipo de cambio real se retrasó mucho. Cuando fui a Santiago de Chile no hace mucho, pasé por un mall gigantesco que queda a tres cuadras de mi casa y escuché todas las voces con acento argentino. Porque comprar una computadora o un par de jeans es infinitamente más barato en Santiago que en Buenos Aires o en Mendoza. Ya hemos visto muchas películas de sobrevaluación cambiaria en América Latina y no terminan bien. Por eso es importante que, más temprano que tarde, el Banco Central y Economía digan qué van a hacer.

supermercado dolar
"La principal preocupación del mercado hoy es que el tipo de cambio se viene devaluando al 2% mensual y la inflación recién ahora llegó alrededor del 4%", dice Velasco sobre Argentina.

—¿Cree que el gobierno argentino va a poder mantener solo el 2% de devaluación mensual del peso?

—La respuesta va a depender de lo que pase con la política monetaria, con las reservas, con la política fiscal, con los proyectos de ley pendientes que aún no se han aprobado, con las pensiones, con el veto del Presidente. Hay demasiadas pelotas en el aire y el malabarismo aún no termina. Pero lo que sí me atrevería a decir es que el tipo de cambio real no está en su nivel de equilibrio y eso va a tener que cambiar. Si va a cambiar porque van a cambiar el 2%, porque va a haber un salto del tipo de cambio nominal en algún momento, o porque Argentina va a producir una deflación como lo hicieron los países bálticos durante la crisis europea, no lo sé.

"El desafío a mediano plazo en Argentina es tener un sistema político que funcione"

—En un artículo de Project Syndicate en agosto de 2023, usted escribió que "Milei es el chanta argentino por definición" y mencionó que en un programa de TV el actual presidente argentino destruyó la maqueta del edificio del Banco Central con un bate de béisbol. Usted escribió que "si Milei hubiera elegido romper una maqueta del Congreso Nacional argentino, sus seguidores lo habrían aplaudido con el mismo entusiasmo". ¿Sigue pensando que es un chanta? ¿Cree que todavía existe un peligro de un giro autoritario si el plan económico de Milei se consolida?

—En el actual clima político —no solamente en Argentina— es fácil ganar un par de puntos en las encuestas humillando la democracia. Eso puede rendir en el corto plazo, pero daña a las instituciones en el largo plazo. Por eso en su momento me pareció peligroso ver a alguien destruyendo una institución del Estado con un bate de béisbol, porque esos edificios públicos son de todos los argentinos. Y después del Banco Central, ¿qué viene? ¿El Congreso? Dicho esto, el Presidente tiene una fórmula inusual que es la idea de pegarle a los políticos en la mañana, y su ministro del Interior, Guillermo Francos, en la tarde negocia con ellos, les da unas palmaditas en la espalda y les dice que todo está bien. Mientras haya alguien que esté dispuesto a parlamentar, la democracia sigue vigente, porque la democracia es conversar, acordar, ceder. El peligro de una deriva autoritaria se aleja, pero hay que estar alerta porque tanto la historia de Argentina como la de América Latina tiene ejemplos de gobiernos que se frustraron y, cuando se frustraron, primero culparon a los políticos y luego, como lo está haciendo AMLO hoy en México, empezaron a encontrar maneras de coartar la participación política. No digo que Milei esté haciendo eso, pero sí hay un peligro omnipresente en América Latina.

—Hace poco leí a un amigo economista chileno, Javier Boncompte, preguntarse: "¿Qué debe hacer Milei para lograr un crecimiento duradero en Argentina?". Le traslado la pregunta.

—En el caso de Argentina, las distorsiones han sido tantas y los errores de política de los gobiernos anteriores han sido tan evidentes que la receta es un poco obvia. La primera es arreglar la macro, la segunda es seguir eliminando algunas distorsiones como precios de la energía que estaban ridículamente subsidiados, la dificultad para importar en ciertos sectores, ciertas normas y regulaciones —no soy de los economistas que piensan que toda regulación es mala, pero la lista de reglas insensatas en Latinoamérica y en Argentina es muy larga, como nos demostró el trabajo de Federico Sturzenegger—. Otro elemento importante y difícil es estabilizar la política. Si algo aprendimos en Chile post transición a la democracia, es que al final cuando el político le pide a un inversionista, a un extranjero, que venga a su país, que cave un hoyo en el desierto para hacer una mina o que cave un hoyo en la Patagonia para sacar gas y que comprometa su patrimonio por veinte, treinta o cuarenta años, ese inversionista no va a preguntar si la tasa de interés es 2% o 2,5%. Esa persona va a preguntar: "¿Este es un país creíble, con instituciones sólidas, donde las políticas son sustentables y los políticos no se tiran las sillas por la cabeza en el Congreso?". La transición democrática en Chile en la década de los noventa y el comienzo de este siglo fue positiva por muchas razones, entre ellas porque los inversionistas vieron que las distintas personas en Chile se pusieron de acuerdo, y conversaron aunque no coincidieron en todo. Pero los presidentes no hicieron locuras, el Parlamento funcionó, el centro se fortaleció, los extremos se debilitaron, y eso le dio a Chile veinticinco años de prosperidad inédita. No fue fruto de un economista iluminado que encontrara la gran receta; fue gracias a un país que maduró políticamente. El desafío a mediano plazo en Argentina es tener un sistema político que funcione. Si bien en América Latina la democracia no está en su mejor momento, en Colombia, Uruguay, Brasil, Chile y otros, los sistemas democráticos funcionan y hay partidos políticos que son la expresión de los intereses de los ciudadanos. Hay un cierto diálogo, hay instituciones que son creíbles, en algunos países el Poder Judicial es creíble, en otros la oficina de impuestos es creíble, el Banco Central es creíble. Eso ocurre incluso en países donde la política es algo tormentosa. Por ejemplo, en la historia reciente de los bancos centrales en América Latina en los últimos años, los presidentes de México, de Colombia, de Brasil han criticado por Twitter a los presidentes del Banco Central. Sin embargo las autoridades de los bancos centrales siguen haciendo su trabajo, no leen los tweets, los ignoran y se levantan, van a la oficina y hacen lo que tienen que hacer. Es importante construir instituciones que funcionen y ahí la Argentina tiene un trecho largo que recorrer.

—La periodista Luciana Vázquez explicó en un reportaje que la Argentina es el segundo país que más gasta en políticas sociales de la región, y Chile gasta un tercio de lo que gasta Argentina; a pesar de ello, Chile logró bajar la pobreza a niveles que Argentina no pudo. ¿A qué se debe?

—Una pequeña aclaración: Chile tiene un Estado diferente al de Argentina. Por ejemplo, Chile tiene seguridad social privada, que Argentina reventó. Por lo tanto, cuando se habla de pensiones habría que incluir en ese número lo que Chile gasta y lo que la gente recibe de sus propios ahorros. Igual, la pregunta es buena. Lo que Chile logró con un Estado que no es muy grande es un sistema de transferencias donde la plata le llega al usuario, donde lo que se queda la burocracia estatal es relativamente pequeño y el dinero llega donde tiene que llegar. Un primer paso, a comienzos, fue crear un sistema de seguro de desempleo que funciona bastante bien, donde se combina gasto público con ahorro individual. Un segundo paso fue la reforma de pensiones del año 2008, donde creamos una pensión mínima no contributiva que hoy le llega a un millón y medio de personas. En esos años también se fortaleció el sistema de salud primaria que permitió que la mortalidad infantil bajara, y que los pisos básicos de salud en Chile mejoraran muchísimo durante los últimos veinticinco o treinta años. La experiencia chilena demuestra que de a poco es posible ir construyendo un Estado que haga lo que tiene que hacer, con reformas y con buena voluntad de las partes. Lo que tiene que hacer un Estado es mejorarle la vida a la gente, sin un gasto tan grande que ahogue a la economía. Los impuestos en Chile recaudan un 22% del PBI, y en Argentina recaudan al menos diez puntos más, y eso no se refleja en el bienestar de la gente, lo que sugiere que hay algo en la estructura del Estado argentino que no está funcionando.

—Según el índice de democracias de mayor calidad de The Economist de 2023, Uruguay (8.66), Costa Rica (8.29) y Chile (7.98) tienen los mejores resultados, al igual que otros países desarrollados del mundo como Japón (8.40), el Reino Unido (8.28) y Estados Unidos (7.85). ¿Qué debe hacerse para expandir los buenos resultados de Chile al resto de la región?

—Esa es la pregunta número uno, la más importante, porque si algo aprendimos es que la economía vive en un contexto político y si la política anda mal la economía también. La política depende mucho de las instituciones, de la cultura política, de la tradición de un país. Lo que pueden hoy mostrar con cierto orgullo Costa Rica, Uruguay y Chile no nació ayer, sino que se ha ido construyendo hace uno o dos siglos. Se demostró, por ejemplo, cuando terminaron las dictaduras en Uruguay y Chile y la democracia se recuperó de modo bastante robusto y rápido. Los partidos políticos que habían existido antes volvieron a existir, lo que ilustró que tenían raíces en la sociedad. La mejora de la calidad democrática es un proceso largo, que no se gatilla ni se inventa de la noche a la mañana. Pero también es cierto que otros países con una tradición política más ambigua como Brasil, Colombia o Perú han tenido la capacidad de mejorar su desempeño democrático en los últimos quince o veinte años. Hay algo de ingeniería disponible para mejorar la democracia. Una democracia tiene dos características clave: el sistema de gobierno -que puede ser presidencial como en Estados Unidos y América Latina o puede ser parlamentario como en el Reino Unido- y el sistema electoral, que puede ser mayoritario como el británico o el norteamericano, o puede ser proporcional como el francés o el español. El régimen parlamentario combinado con un sistema proporcional funciona bien, como en Europa continental; el régimen parlamentario combinado con el mayoritario funciona bien, como en Gran Bretaña, Canadá y Australia; el régimen presidencial con un sistema electoral mayoritario funciona bien en Estados Unidos; y por último existe la anomalía de América Latina. Es el único rincón del mundo que tiene sistemas presidencialistas con proporcionalidad electoral. Lo que genera problemas graves, porque nuestra región suele tener gobiernos sin mayoría parlamentaria. El drama es que los presidentes de Argentina, Chile, Brasil o Colombia ganan la elección, hacen discursos jugados, aseguran que tienen un mandato para ejecutar su programa de gobierno, la gente aplaude con mucho entusiasmo y el presidente o la presidenta el lunes por la mañana se percata de que tiene solo 15 % de apoyo del congreso, y por lo tanto no podrá llevar a cabo su programa. Después la gente se enoja porque no cumplió, mintió, acusa a los políticos de que son todos chantas, y el desencanto con la democracia se acelera. Hay espacio en América Latina para hacer ingeniería política. Hay un montón de cosas que se pueden cambiar. 

—En sus textos, usted defiende a la democracia como sistema para lograr un desarrollo económico en el tiempo. "Eliminar la igualdad de protección ante la ley no es bueno para la inversión y el crecimiento a largo plazo", escribe. Sin embargo, China logró reducir mucho la pobreza con un Estado autoritario, sin democracia, sin periodismo crítico ni prensa, sin oposición. ¿Usted está convencido de que la democracia trae más desarrollo económico que un sistema autocrático?

—A largo plazo, sin ninguna duda. Si uno mira la historia, hay ejemplos de países que, bajo dictadura, tuvieron auges. El caso más evidente antes de China fue la Unión Soviética. En los años sesenta, después de que la Unión Soviética puso a un hombre en el espacio, se decía que iba a dejar atrás a Occidente y que, en términos de inversión y tecnología, llevaba la delantera. Pero bastaba con visitar la Unión Soviética para darse cuenta de que los teléfonos no funcionaban, y que nada funcionaba. El caso de China es más sutil; evidentemente sacó a decenas de millones de personas de la pobreza, pero los límites de ese modelo son cada día más patentes. Estuve en una cena, hace unas semanas, acá en Londres, en la que me tocó estar sentado con la ejecutiva francesa de una multinacional importante que había sido la jefa de la oficina en China. Ella me contó que la multinacional cerró la oficina china y que ahora sus operaciones de toda Asia las dirigen desde Singapur. Me dijo: "No puedo hacer negocios a largo plazo en un país en que me intervienen el teléfono, en que me leen el mail, en que el ascensorista está grabando las conversaciones. Y, por lo tanto, mi empresa, que es una de las grandes corporaciones europeas, sigue operando en Japón, en Tailandia, en Malasia y en Indonesia, pero ahora la oficina central está en Singapur, ya no está en Beijing".

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"Si uno mira la historia, hay ejemplos de países que, bajo dictadura, tuvieron auges", dice Velasco.

—Con respecto al facilismo económico y el auge de los populismos, el director de El Economista, Alejandro Radonjic, critica esas medidas que se anuncian como soluciones mágicas a todos los problemas, pero que después resultan ser nuevas frustraciones, como las propuestas de Milei de cerrar el Banco Central o la dolarización, o el Brexit en el Reino Unido. ¿Por qué hoy impera ese facilismo económico? ¿Cómo hace un centrismo político para prevalecer frente a esos populismos?

El populismo simplifica y la democracia es compleja. Las cosas buenas en la vida son complejas. Acá estamos tomando unas cervezas y comiendo una picada. La complejidad del proceso que llevó a que esta cerveza estuviera acá y que este jamón estuviera sobre la mesa es inmensa. Piénsalo: es un jamón italiano. Alguien tuvo que faenar el chancho. Alguien certificó que la carne estuviera sana. Alguien subió la carne a un camión, barco o avión, y la trajo a Londres. Alguien la recibió acá, certificó que no venía infectada. Alguien la transportó desde el puerto a una ciudad como Londres, que tiene veinte millones de habitantes, y está acá, sobre nuestra mesa. Y como resultado estamos aquí deleitándonos con un espléndido jamón. Las cosas buenas son complicadas. Buscar soluciones simples a problemas complejos es la mejor definición de la niñería. De lo que en Chile llamaríamos una pataleta del niño que, cuando está enojado, se golpea la cabeza contra el muro porque no sabe cómo resolver sus problemas. Es un mal tan viejo como la humanidad, del cual no logramos deshacernos. Quizá lo único nuevo es que hay políticos que han aprendido a manipular ese sentimiento de frustración, y llevan agua a su propio caudal aprovechando esa frustración. Hay versiones burdas y extremas como Trump. 

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"El del Brexit fue un momento de populismo clásico, y el resultado ha sido evidente. Si se miran las encuestas, buena parte de la gente que votó por el Brexit hoy se pregunta: '¿Qué locura hicimos?'", dice Velasco.

Hay versiones algo menos burdas como el Brexit, pero en este plano son la misma cosa. Aquí se le dijo a los británicos: "Si salimos de la Unión Europea vamos a ser un país libre, la economía va a crecer y no tendremos que preguntarle nada a nadie". Eso resultó ser falso en todas sus dimensiones. Le siguen teniendo que preguntar cosas al mundo, porque en el resto del planeta hay estándares y reglas, y el Reino Unido no puede ni comprar ni vender un pedazo de jamón a otro país si no está certificado. Asimismo, si yo vivo en un pueblo, sería ridículo decir: "¡Rompo relaciones con los pueblos de al lado!". Gran Bretaña tiene setenta millones de habitantes y su socio comercial más grande es Europa, que está al lado. Si alguien se sube al auto en Londres, llega a Francia en menos de dos horas. Decir que con Francia no se requiere ningún acuerdo no tiene sentido. El del Brexit fue un momento de populismo clásico, y el resultado ha sido evidente. Si se miran las encuestas, buena parte de la gente que votó por el Brexit hoy se pregunta: "¿Qué locura hicimos?".

"El populismo simplifica y la democracia es compleja. Las cosas buenas en la vida son complejas"

—¿Cree que el Reino Unido volverá a ser parte de la Unión Europea? 

—No creo, no va a haber un político que en los próximos cinco o diez años prometa deshacer el Brexit. Como la vida es compleja van a empezar a recular, pero sutilmente. Se van a poner de acuerdo con los europeos sobre el ancho de los camiones que cruzan el canal, o algo parecido. Al año siguiente alguien dirá "¿y cuál es el estándar para la calidad del jamón?", y lo adoptarán. Y de a poco, sin que nadie se entere, van a volver a converger con la economía europea, pero eso va a demorar veinticinco años. 

—¿Qué piensa sobre el nuevo primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer?

A Starmer lo veo muy bien. Es el ejemplo perfecto de lo que los británicos llaman "un adulto en la habitación". Los británicos se cansaron de prender la televisión, escuchar la radio, mirar lo que hacía su gobierno y no encontrar a un adulto presente. Boris Johnson era encantador y locuaz, pero ¿quién le habría pasado las llaves del auto? Nadie. Johnson sometió a todo el país a un lockdown, y él invitó a cuarenta amigos a Downing Street y se quedaron tomando hasta las tres de la mañana. Eso no es propio de un estadista. En el caso de Starmer, el adulto es muy adulto: además el tipo era fiscal, el fiscal jefe. Difícil encontrar un tipo más serio que un fiscal que se dedicaba a meter presos a los malos. Otra cosa que los laboristas entendieron muy bien, especialmente después de la debacle con Jeremy Corbyn, es que todo gobierno, pero especialmente un gobierno de centroizquierda, tiene que demostrar que con la economía no se juega, que con la economía no va a hacer estupideces. Y por eso Starmer puso de chancellor, el equivalente al ministro de Hacienda en Chile, a Rachel Reeves, que estudió en LSE, así que está muy bien preparada, y es una mujer seria. Lo primero que hizo es lo que todo ministro de Hacienda que asume tiene que hacer: se encerró en el ministerio del Tesoro, se pasó quince días sin hacer declaraciones, revisando los papeles y las cifras, y salió y dijo: "Nos dejaron un hoyo más grande de lo que habíamos supuesto, y por lo tanto vamos a tener que ser aún más prudentes de lo que habíamos anticipado". La otra cosa que me enorgullece de Starmer, como residente de este país, es su compromiso a fondo con Ucrania, donde hay continuidad. El gobierno conservador cometió muchísimos errores, pero en ese punto hay que concederle a Johnson que tuvo claridad meridiana. El día uno se cuadró con Ucrania al cien por ciento. Y el actual gobierno británico ha continuado con lo mismo, a diferencia de las veleidades de Trump o de Orbán en Hungría, que coquetean con la dictadura rusa. ¡Es una estupidez! Y es un peligro para la seguridad de Occidente y del mundo.

Keir Starmer
Starmer, dice Velasco, "es el ejemplo perfecto de lo que los británicos llaman 'un adulto en la habitación'"

—¿Qué piensa de algunos líderes políticos de América Latina que también coquetean con Putin?

—No entiendo por qué gobernantes como Petro o Lula han decidido coquetear con Rusia. ¿Por qué el gobierno brasileño se siente en la obligación de invitar al canciller ruso a Brasilia y agasajarlo como si fuera un enviado de Dios cuando es el canciller de una dictadura? Me parece inverosímil, porque es un gobierno de izquierda en Brasil, que se supone que viene de una tradición de lucha contra la dictadura. El otro día, en un panel, le dije al embajador brasileño en Londres que es completamente inconcebible su posición sobre Rusia.

—¿Cree que Kamala Harris puede ganar las elecciones de Estados Unidos en noviembre próximo?

—Kamala Harris está en condiciones, totalmente. La campaña de Starmer y la de Harris han coincidido en el uso de una palabra: "caos". Ambos dijeron que es importante que no vuelva o que no siga el caos. Lo dijo Kamala en su discurso y lo dijo Starmer en campaña. Además, uno de los mayores aciertos de la campaña de Harris es que entendió que no hay contradicción alguna entre el patriotismo y el progresismo. La estética es notable: cada vez que habla, hay cuatro banderas de Estados Unidos detrás de ella, que cuelgan de un mástil con un águila americana en la parte más alta. Además, en el discurso de la convención demócrata de hace unos días dijo: "En mi gobierno garantizaré que el ejército americano sea la fuerza más letal del mundo". Usó la palabra "letal", que es una palabra compleja, lo que demuestra que es una política madura y que entiende que un gobierno como el de Estados Unidos tiene responsabilidades de las cuales no puede hacer caso omiso, y que entiende bien que la política tiene que ver con la cultura de un país, el orgullo de los ciudadanos por su país y su papel en el mundo. 

Trump Harris
 

La izquierda cometió el error, en algunos casos, de dejar el patriotismo de lado, y así perdió millones de votos. Las personas están orgullosas de su país; cuando Argentina ganó el Mundial, salieron millones de personas a las calles a pesar de la inflación y de los problemas económicos. Los ciudadanos quieren a su país porque es el suyo; esto Kamala lo entendió muy bien. El gran escritor inglés George Orwell lo escribió en el año 1945: "El patriotismo es querer a tu país, el nacionalismo es odiar al resto". Alguien puede querer a su país, amar a su país, ser devoto de su país y no por eso tiene que detestar a los que viven al otro lado del mar, del canal, del valle. Una de las cosas que los latinoamericanos aprendemos cuando vivimos fuera de nuestros países es que un argentino piensa que es distinto a un chileno y un chileno piensa que es distinto a un peruano, pero si hay un argentino, un peruano y un chileno en España o en Inglaterra, resulta muy claro que son parecidos. Un día le pidieron al novelista chileno José Donoso que definiera el exilio y dijo: "Muy sencillo. El exilio es aquel lugar en que argentinos, uruguayos y chilenos se juntan a comer asado".

—¿Desde cuándo le apasiona la política?

—Desde el día uno. Yo tenía trece años cuando Pinochet derrocó la democracia en Chile. Venía de una familia de académicos y de profesionales en la que se hablaba mucho de política en casa. Mi abuelo había sido diputado. Por lo tanto, a esa edad, cuando tenía trece años, como cualquier joven con algo de curiosidad intelectual, me hice dos preguntas: ¿por qué diablos pasó el golpe de Estado? Y, ¿cómo hacemos para que no pase de nuevo?

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