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Trump no cambiará

Héctor Rubini 13 junio de 2019

Por Héctor Rubini USAL

La amenaza del presidente de EE.UU. de aplicar aranceles con México devino en un acuerdo en el que se evitó una ruptura comercial. Algo que hubiera liquidado las buenas relaciones entre ambos países, pero que no necesariamente será el último episodio de fricciones mutuas. El método Trump sigue siendo el del típico jugador dominante.

Fase I. Ataque con agresiones y amenazas.

Fase II. Negociación cercando y presionando al oponente hasta el límite de la peor solución factible (lo que en inglés se llama “brinkmanship”).

Fase III. Acuerdo (lo más favorable posible a los EE.UU.), evitando la peor solución posible y sin concretar las amenazas.

Esta estrategia de llevar las negociaciones hasta el verdadero borde del abismo no siempre le ha salido bien. Ya se tiene como antecedente el último encuentro de marzo pasado entre Trump y el presidente norcoreano Kim Jong Un: las presiones de Washington no evitaron que Corea del Norte reconstruya instalaciones para lanzamiento de misiles nucleares de largo alcance. El futuro de las relaciones bilaterales desde entonces han quedado en un mar de dudas.

Con China, en cambio, la estrategia parecía limitarse a las sanciones comerciales, pero la detención en Canadá de la ejecutiva Meng Wanzhou de la empresa Huawei, abrió otro frente de conflictos. Huawei ha sido acusada por el gobierno de EE.UU. de tres cargos: a) copia y robo de tecnología específica de la firma estadounidense T-Mobile para el desarrollo de la tecnología 5 G para telecomunicaciones, b) proveerla a Irán (básicamente a la firma Skycom) violando las sanciones impuestas por Washington en 2015, c) obstrucción a la justicia de los EE.UU., y d) lavado de dinero. La empresa china ha sido hallada inocente de los tres primeros cargos, pero no así del último. A su vez, durante la tregua comercial entre diciembre pasado y fin de abril, aumentaron las presiones de la Casa Blanca a gobiernos de otros países para que no contraten a Huawei para la implantación de las nuevas redes de telefonía celular con la tecnología 5G.

La empresa no se quedó atrás y en un juzgado de Texas inició una demanda contra el gobierno de los EE.UU. pidiendo la derogación de parte de la Ley de Autorización para la Defensa Nacional promulgada por Trump en agosto del año pasado. En particular invoca la inconstitucionalidad de los artículos que prohíben a las agencias del gobierno de los EE.UU. utilizar tecnología provista por Huawei o por su rival (de menor tamaño) ZTE. La Casa Blanca por ahora sigue inmutable, y entiende que las sanciones quizás deberían ser más duras. En su visión, Huawei utilizará las redes 5-G para espionaje en otros países. Argumento sin pruebas tangibles, pero utilizado para bloquear “preventivamente” la libra contratación de esta empresa dentro y fuera de los EE.UU. Australia, por caso, ya denegó el año pasado el acceso de Huawei a la instalación de redes 5-G en ese país.

La aplicación de aranceles y el caso Huawei están poniendo a prueba el autocontrol de los funcionarios de Pekín. A los aranceles aplicados sobre U$S 250.000 millones de importaciones chinas, el gobierno asiático respondió con aranceles “espejo” sobre importaciones desde EE.UU. por U$S 60.000 millones y suspendió por tiempo indefinido la compra de soja de estadounidense y la exportación a EE.UU. de tierras raras, insumo fundamental para la fabricación de chips de memoria, baterías recargables, y aparatos de refrigeración, de óptica y de refinerías de petróleo, entre otros. Además, el canciller chino Geng Shuang dijo el pasado jueves que si EE.UU. quiere continuar con la escalada de esta guerra comercial, el gobierno chino “está resuelto a responder y luchar hasta el final”.

En el ámbito militar, EE.UU. viene aumentando la ayuda militar a Taiwán, junto a una cada vez más visible presencia de navíos y aviones de combate en el mar Septentrional de China. Frente a esta actitud, y las acusaciones contra Pekín de aumentar la presencia militar estadounidense en aguas disputadas por Vietnam, Filipinas y otros países, el ministro de Defensa chino, el Teniente General Wei Fenghe afirmó dos semanas en Singapur que China “va a luchar hasta el final” contra EE.UU., y a “cualquier costo” para efectivizar la unificación con Taiwán.

Al menos en el corto plazo nadie espera que la sangre llegue al río, pero la política comercial de Trump seguirá aplicándose con mayor agresividad. El incentivo viene dado en los últimos meses por la mejora de su posicionamiento en las encuestas de opinión. Los afiliados al partido Republicano aprueban mayoritariamente la política de Trump contra China, y el Presidente necesita sostener ese apoyo con miras a las elecciones presidenciales del año próximo.

Nada indica que ambos gobiernos acuerden algo en el corto plazo. En la reunión del G-20 dentro de dos semanas, en Japón podrían encontrarse Xi y Trump. Si Xi no acepta una reunión, aplicará nuevos aranceles a importaciones chinas por U$S 300.000 millones. El temor de las empresas estadounidenses es que ahora China reaccione con restricciones prohibitivas al comercio de tierras raras, pero también con listas de empresa estadounidenses a la que se le apliquen sanciones comerciales o restricciones para invertir o realizar actividades en China.

La preocupación sobre esta escalada empieza a ser más visible. Si se extiende en el tiempo, afectará a las cadenas de suministro y a la actividad de empresas en ambos países. El resultado será una recesión, pero eso no lo inquieta hoy a Trump y a su equipo. Ellos entienden que la economía estadounidense está consolidada y se fortalecerá más que China gracias al proteccionismo. Sin embargo, en caso de desacelerarse la economía, reaparecerán los lobbies exigiendo poner fin a esta arriesgada política exterior.

El responsable máximo de JP Morgan en estrategias y derivados, Marko Kolanovic, espera que ante los primeros signos recesivos, Trump abandone esta política, ya que pondría en riesgo su reelección en 2020. Sin embargo, no hay evidencia hoy de tal cosa, así que es muy difícil pensar siquiera en una tregua como en diciembre pasado en Buenos Aires.

Por ahora, las encuestas de opinión le son favorables y pareciera ser lo único que preocupa a Trump. Sin una recesión a la vista en el corto plazo, Donald Trump mantendrá sin cambios la agresividad comercial contra China y otros países. Recién cuando se complique la relación con China y el mantenimiento de la actividad y el empleo fronteras adentro podría abandonar en parte el proteccionismo actual. Mientras eso no ocurra, la guerra comercial contra China y otros socios comerciales se va a profundizar, afectando al comercio, la actividad y el empleo también en otros países.

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