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Suba de precios

Efectos, beneficios y vicios.

19 marzo de 2012

(Artículo de la economista Victoria Giarrizzo, directora de la consultora CERX)

Hace más de cinco años que la Argentina convive con tasas de inflación que superan el 20% anual. Hace más de cinco años que el Gobierno se empecina en negar lo visible y certifica estadística y semánticamente que no hay inflación. Entre esa negación obstinada y la realidad, hay una explicación: la inflación es funcional al Gobierno y al sistema económico que promueve. Más claro: no es que el Gobierno no quiera ver que los precios suben o no pueda resolver el problema. Sabe que la inflación es muy alta, pero no “quiere” resolverla. Es que lo que para familias y empresas es un gran problema, para el Gobierno es garantía de perpetuar su poder político y de continuar con el actual esquema de supercrecimiento económico que fácilmente se confunde con desarrollo y bienestar.

En estos cinco últimos años, las subas de precios le han permitido al Gobierno al menos cuatro efectos conjuntos. Por un lado, hacerse cada año de recursos extraordinarios provenientes de una recaudación que crece empujada por la suba de los precios. Entre 2003 y 2011 la recaudación tributaria nacional creció a un ritmo promedio anual de 30,4%, y por lo menos 15 puntos de esa suba fue por el impulso de los precios. Sólo en 2011 el Gobierno dispuso de ingresos adicionales por $130.233 millones por incremento en la recaudación. Y aunque hay gastos que están atados a la suba de precios y la recaudación, esos ingresos han permitido darle flexibilidad al gasto público y que el Gobierno pueda disponer de recursos para gastar discrecionalmente, ya sea con objetivos sociales o meramente políticos.

Consumo

Pero no es el único efecto por el cual las elevadas subas de precios están actuando en la economía. Si no fuera por los actuales niveles de inflación, hubiera sido difícil sostener un modelo que gira en función del hiperconsumo. Hace tiempo que el consumo recibe estímulos atípicos como: a) en la medida en que los precios suben y el público no tiene opciones de ahorro e inversión, gasta una mayor porción de sus ingresos; b) en la medida que los precios suben y el tipo de cambio avanza por detrás, tampoco hay estímulos para atesorar dólares (más que los generados por rumores y desconfianzas transitorias); c) en la medida en que los precios suben y hay expectativas de que sigan subiendo, crece el consumo con crédito en cuotas porque el público interpreta que le gana a los precios aunque muchas veces termina pagando altos costos financieros. A eso se suma otro efecto: el encarecimiento en pesos y dólares de la vivienda. Esa tendencia no sólo convirtió al sector inmobiliario en uno de los nichos más rentables de la economía y potenció las subas de precios. Sino que excluyó del acceso a la vivienda a muchas familias que, como consecuencia, redireccionaron ingresos que tradicionalmente dirigían al ahorro para vivienda hacia otros consumos más corrientes.

Hay un dato de la Fundación Mercado que ilustra ese proceso. Si en el período 1996-1998, el 29,9% de las familias argentinas ahorraban (se toma esos años porque coinciden con un ciclo económico expansivo) hoy sólo 13,9% lo hace. A su vez, si en aquellos años el 12% de las familias que ahorraban lo hacían para adquirir una vivienda, hoy sólo 5% de los ahorros tienen ese destino. En cambio, creció el porcentaje de personas que ahorran para comprar bienes durables o vacacionar, consumos que requieren un horizonte de ahorro más corto.

Ingresos

Cuando se comparan los niveles de inflación reales que tiene la Argentina con el malestar que esas subas generan a diario en todos los consumidores, surge una pregunta: ¿por qué a pesar de que la inflación molesta, la gente no parece estar castigando políticamente al Gobierno por los precios? Hay algunas respuestas posibles. Primero, porque a pesar que la inflación es muy alta, los precios no se espiralizaron y aquellos temores iniciales de volver a una hiper, se disiparon y la gente se fue acostumbrando a convivir con 20% de inflación. Segundo, porque en la medida en que el Gobierno mantuvo un alto stock de reservas, se redujo el riesgo de una crisis monetaria. Y por último, porque junto con los precios también suben los ingresos de buena parte de la población, sobre todo del 76% de la gente que trabaja como asalariada. Y acá aparece un cuarto efecto de la inflación: cada suba de salarios genera ilusión monetaria en muchos individuos que lo sienten como una mejora neta en su posición de ingresos. No importa si en sus cuentas reales ese aumento no compensó la inflación individual. La suba salarial implica un cambio hacia arriba en los ingresos personales y hay individuos que lo perciben como una mejora.

Hace algunos años, una investigación desarrollada por neurólogos de la Universidad de Michigan descubrió los mecanismos cerebrales que explican el “efecto placebo”, esa capacidad que tienen algunas personas para aliviar su dolor tomando una medicina inocua. Para muchas personas los aumentos de ingresos y salarios funcionan como “efecto placebo” porque hacen vivenciarlos como un beneficio aún cuando no lo sean. Posiblemente en algunos individuos ese efecto funciona más que en otros, porque confían en el Gobierno. Lo que atemoriza es que en la visión oficial la inflación no sea una enfermedad o un problema, sino una medicina inocua para crecer. Es que lejos de ser inocua, esa medicina oculta los problemas reales de competitividad e ingresos que tiene el país. Y mientras así funcione la economía, crecer el 3%, 4%, 5% o 8%, da igual. Porque el nivel de desarrollo y bienestar no se moverá de donde hoy está.

(De la edición impresa)

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