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Lo que tenga que durar

Alberto
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27 mayo de 2020

Por Sebastián Giménez Escritor y trabajador social

La cuarentena durará lo que tenga que durar, respondió a la periodista, seriamente, el presidente Alberto Fernández, ladeado por Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. No se deja arredrar el Presidente y cuando una periodista le habla de la cuarentena más larga del mundo y qué nombre distinto le pondría él, responde que son debates estériles. Que una cosa es gobernar personas y otra bien distinta opinar. Con otras palabras, es muy fácil hablar, analizar, discurrir desde la tribuna. Pero en la cancha están ellos tres y sus equipos, los que interactúan con la pandemia desde los ámbitos decisorios en mesas chicas, grandes, teleconferencias, el medio que sea, pero donde se resuelve qué medidas tomar ante este virus que vino a poner todo en cuestión, hasta la consabida grieta. Que ese triunvirato parece actuar con una unidad sorprendente. Se unió por arriba lo que se desune a veces por abajo, con algunos pocos militantes anticuarentena que fueron a la Plaza de Mayo huérfana de choripanes el 25.

Lo que tenga que durar. Hay que pasar antes el otoño que el invierno al que aludía Alsogaray hablando de retracciones y ajustes pasados. Y con la curva luciendo más empinada, con los contagios creciendo en el área metropolitana de Buenos Aires, y en especial en los barrios más humildes. La cuarentena sigue y no es difícil advertir que la economía se segui

rá derrumbando, contrayéndose aún más respecto a la recesión que se venía arrastrando. El Gobierno intenta dar ayudas. El IFE a los más vulnerables, el submundo fuera de todo registro; créditos a tasa cero para pagar salarios y pago de la mitad de las remuneraciones en algunas empresas. Pero no es lo mismo, y nada parece alcanzar. La situación de la economía es comparable a la de un deportista en cuarentena. Por más que realice flexiones, corra en la cinta y trote de la cama al living y luego del encierro entrará a una cancha, le faltará ritmo y no llegará a esas pelotas que antes podía alcanzar.

Cuando se reabran totalmente las actividades económicas, la sensación es que a la maquinaria le costará arrancar. Incluso, en las reaperturas parciales los comercios vendieron mucho menos. La gente cuida el mango, cuando lo hay. Se aprovisiona en el supermercado de barrio cada tanto y trata de no volver a salir. Hay tiempo para cocinar y los deliverys de los locales de comida languidecen, uno de los principales rubros perjudicados. La economía se corroe, desde que el consumo no la impulsa. Se cubren las necesidades vitales y lo superfluo se deja de lado, que el capitalismo se hace caminando parece, recorriendo vidrieras que despiertan deseos. Hoy, se cubren sólo las necesidades y urgencias, por decreto.

Vivir resguardándose no será gratis, ya todos lo sabemos. La pobreza aumentará por este contexto excepcionalmente adverso. Para colmo, los ejemplos de los países que adoptaron cuarentenas menos estrictas no son alentadores, desde que crecieron exponencialmente los contagios y se derrumbó igualmente la economía. ¿Y entonces? La angustia, y el Presidente responde: angustia es que el Estado te abandone. Y tiene razón. Pero la angustia también es no saber cuánto tenga que durar la cuarentena. Las recetas se las llevó el viento. Los desafíos son gigantescos, la política balanceándose como un surfista intentando hacer equilibrio en un mar borrascoso entre la salud, la economía y el tiempo. Que dentro de poco termina el otoño, pero llega el invierno.

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