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El Indice de Miseria y el dilema del Gobierno

¿Se la "aguanta" el modelo?

10 octubre de 2012

(Columna de Juan Miguel Massot, director del Instituto de Investigaciones Económicas de la USAL)

Arthur Okun definió el Indice de Miseria (IM) a la suma de la tasa de inflación anual (medida por el índice de precios al consumidor) y la tasa de desempleo. Para este artículo se seleccionaron un conjunto de países latinoamericanos durante el período 2003- 2012 para los cuales se cuenta con estadísticas sobre inflación y desempleo. En el caso argentino, por razones de público conocimiento, se toman las estadísticas del Indec hasta 2006, empalmándose luego con el promedio de la tasa de inflación de San Luis, Santa Fe y Mendoza.

¿A qué se le parecen los datos del IM de la Argentina? Lamentablemente para muchos, a Venezuela. Venezuela es un país hermoso, rico y con gente culta y amistosa. El lamento está en que son los únicos dos países que tienen un IM superior a 20 puntos en todo ese período. Específicamente, la Argentina tuvo en el período 2003-2011 un IM de 25,5 que sólo fue superado en la región por Venezuela, que alcanzó el récord de 34,6. Los demás países seleccionados alcanzaron niveles más bajos: México (8,3), Perú (9,4), Chile (11,7), Paraguay (14), Brasil (14,6), Colombia (16,9) y, finalmente, nuestro vecino Uruguay (18,6).

No sólo basta para preocuparnos el dato promedio 2003-2011, sino también el hecho de que el índice empeoró entre el período 2003-2007 y el 2008-2011. En otras palabras, no todo el período kirchnerista registra el mismo nivel de problemas macroeconómicos. La Argentina, en el período de Néstor Kirchner, alcanzó un nivel de 21,3 (con un piso de 18 en el 2004) y en el de Cristina trepó a 28.4 (con un pico de 32,9 en el 2010). Adicionalmente, mientras en el período de Néstor Kirchner el problema del desempleo era algo mayor al inflacionario (48% del IM estaba originado en la inflación mientras que el 52% restante correspondía al desempleo) la cuestión se invierte durante la presidencia de su esposa, en la que la inflación es responsable de 72% del IM.

Estos datos, que se destacan incluso a nivel latinoamericano, obligan a los funcionarios del Gobierno a dar explicaciones diarias en todos los medios de comunicación, incurriendo en algunos casos paradigmáticos en un histrionismo de corte hollywoodense, mezcla de cine catástrofe (con el hit “el mundo se nos cayó encima”) y paranoia a lo Woody Allen (con el morbo “la acechanza de los monopolios”). Una verdadera zoncera criolla.

Por una parte, no hay que ser monetarista para darse cuenta de que una tasa de crecimiento anual de la base monetaria promedio de 24,5% durante 2006-012 es incompatible con una inflación de un dígito. Si además se alcanzan picos de aumento de base monetaria del orden del 37% como el año pasado, no sé sabe cómo el Gobierno se atreve a publicar una tasa de inflación de un dígito, cuando hasta las negociaciones paritarias de salarios se ubican consistentemente por encima del 20% en los últimos años. No hace falta la “tarjeta roja” del FMI por el caso del Indec para que la Argentina decida tener estadísticas oficiales de calidad aceptable, lo cual constituye uno de los indicadores básicos de la seriedad de un Estado y del nivel de desarrollo alcanzado por un país.

Por otra, tampoco hace falta ir a las universidades de Harvard o Georgetown para comprender que una economía que ha crecido a “tasas chinas” durante casi diez años se enfrenta a una situación de pleno empleo asimilable ?aunque no idéntico? al denominado “caso clásico” de la literatura económica. En estas condiciones, no se puede seguir aplicando “políticas progresistas” ancladas en la expansión del consumo público y privado sin provocar desbordes inflacionarios y problemas de balance de pagos.

Lo que debería hacerse es favorecer el ahorro y la inversión para expandir la oferta agregada de manera equilibrada entre sectores transables y no transables con el fin de evitar problemas de sustentabilidad externa. Lógicamente, si la política económica y su comunicación son una especie de “tren fantasma” que asusta a ahorristas argentinos y a empresarios por igual con cada curva que da la cadena oficial y paraoficial de noticias, el ahorro, la inversión empresaria y la generación de empleo privado se desmoronan, socavando de esta forma cualquier estrategia de crecimiento sustentable.

En definitiva, así como la combinación de una tasa de inflación del 25% y el enfriamiento en la creación de empleo no es una condición necesaria para la Argentina actual, tampoco es una condición suficiente para justificar las artimañas discursivas a las que se somete a los argentinos. Más que generar una inflación de discursos inconducentes, lo que debería dominar en el oficialismo es el estado de profunda reflexión sobre la consistencia entre sus programas político y económico.

Desde el año 2008 la administración de Cristina Kirchner se enfrenta crecientemente a un dilema de hierro que, lamentablemente, no ha atendido y que requiere hoy día una pronta y muy apropiada resolución: ¿Cómo seguir siendo “progresistas” cuando la economía llega al pleno empleo y el ahorro nacional no se traduce en una más elevada tasa de inversión productiva? Este dilema es, en todas las palabras, el verdadero desafío del Gobierno. Según lo asuma y lo resuelva definirá su futuro político y el porvenir inmediato de todo el país.

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