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30º aniversario de la economía democrática

¿Qué hay de nuevo, viejo?

27 noviembre de 2013

En 1983, volvió la democracia a la Argentina y este año cumple treinta años de vigencia ininterrumpida. Un argentino, o un latinoamericano, entiende cuán exótico y festejable es este aniversario. Los cambios que introdujo la democracia exceden largamente a la trillada lista de libertad para elegir de manera regular a las autoridades, respeto a la Constitución, funcionamiento de las instituciones y otras variables de cuño político. Cercenarla a eso implica limitar su capacidad y potencia transformadora.

Desde las más diversas disciplinas se han venido estudiando los efectos de la democracia en la vida de los argentinos, desde el arte y la cultura hasta la felicidad y los vínculos interpersonales pasando por las pasiones, la cultura y las identidades políticas. ¿O acaso la democracia no llegó allí también?

En su reciente libro “La herencia. Treinta años de economía argentina en democracia” (Fondo de Cultura Económica, 2013), Ricardo Delgado hace una evaluación desde la economía. “La pregunta pertinente, con todo, es si este aprendizaje democrático ha sido capaz de configurar un entorno económico y social que haya sido útil para mejorar la calidad de vida de los argentinos; si las familias tienen mayores ingresos que hace treinta años; si esos ingresos están mejor distribuidos; si se logró bajar la pobreza; si el trabajo creció en cantidad pero también en calidad; si el acceso a los servicios públicos, la educación o la salud es más igualitario; si aumentó la cobertura social de los sectores vulnerables y de los jubilados”, se pregunta Delgado.

Si bien el análisis resultadista, por llamarlo de algún modo, es necesario e ineludible tampoco debemos obnubilarnos con las “dictaduras exitosas” del sudeste de Asia, la región más dinámica del mundo en materia de crecimiento pero ubicada en los peores lugares en los rankings de democracia. “Es un argumento débil”, dice Delgado y cita contraejemplos como Zaire, Uganda y el propio Proceso de 1976-1983. La correlación, se sabe, no implica causalidad. “La investigación económica (?) generó, y lo sigue haciendo, evidencias contundentes a favor del vínculo entre democracia y crecimiento económico”. Si hay cosas que aprender de esas experiencias, y sin dudas que hay, su escaso apego a las libertades no es una de ellas. Si la democracia no estuvo a la altura de las circunstancias (y desgraciadamente hay demasiados motivos para creer que aquí no lo estuvo) la respuesta debe ser más, y no menos, democracia. En definitiva, la democracia no es un mero sustantivo estanco sino un adjetivo.

El primer capítulo del libro de Delgado es una oda a la democracia. Pero es un libro sobre economía y, más temprano que tarde, llegan, inevitablemente, los números. ¿Cómo estábamos y cómo estamos hoy? Veamos: el Indice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU nos coloca en el puesto 43 sobre 131 países. “En 1974, sin embargo, la Argentina ocupaba el puesto 18 en un ranking similar”, recuerda Delgado, y ni hablar si miramos más atrás. El ingreso promedio (en dólares corrientes ajustados por Paridad de Poder Adquisitivo) hoy es tres veces superior al de 1983. Una expansión similar a la brasileña, pero muy por debajo de la experiencia chilena: del otro lado de Los Andes, el ingreso se sextuplicó. Copiemos el modelo chileno. No tan rápido, dice Delgado: “Chile no es precisamente un modelo a seguir en cuanto a avances significativos hacia una mayor igualdad y un mejor reparto de los ingresos”.

En otros ámbitos, hubo mejoras, retrocesos y, casi siempre, volatilidades, todas muy bien retratadas en el libro. Con lenguaje sencillo y, a la vez, riguroso técnicamente y equilibrado teóricamente, el autor describe el electrocardiograma macroeconómico y conceptual de los últimos 30 años.

En el quinto capítulo (“El péndulo argentino”), Delgado se enfoca en dos áreas en los cuales el péndulo se movió: los servicios públicos básicos y la seguridad social. También le dedica varias páginas al contexto global, un factor a veces ignorado pero que siempre impacta en la dinámica local. ¿O la soja a más de US$ 400 no tiene nada que ver con la longevidad de “el modelo”? Un escenario mundial que también debe ser tenido en cuenta para pensar como nos insertamos en él. “Abrirse con inteligencia al mundo”, según Delgado.

Crisis y fantasmas

Quizás el punto más débil de la economía democrática, si es que existe en la Argentina, sean las crisis. Las democracias no están vacunadas contra las crisis y sobran ejemplos de todos los colores. Pero aquí hemos tenido demasiadas y cada vez son peores: no redujimos su frecuencia ni su intensidad. Con las crisis, la democracia hace agua por dos flancos: no hay cooperación para evitarlas y sufren los que menos tienen. El manoseo de las instituciones y los distintos roles que se le asignaron a las mismas también debilitaron nuestra joven democracia y la institucionalidad económica.

Todas las economías del mundo tienen sus fantasmas tallados en su memoria colectiva. En la Argentina tienen la insana costumbre de volver a asustarnos más de lo conveniente. La deuda externa y la inflación son los dos fantasmas de la economía democrática. “Casi siempre, una, otra o ambas dijeron presente, condicionando la soberanía de las decisiones económicas”, escribe Delgado. En los primeros años del nuevo milenio (vis-à-vis una ayudita del mundo y un aprendizaje, traumático por cierto, de los flagelos de la deuda y la inflación) muchos aventuraron un alejamiento del eterno movimiento pendular, al decir de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, entre la ilusión y el desencanto. Caímos a profundidades inimaginables.

Un incipiente desendeudamiento (default y reestructuración mediante), términos de intercambio al alza y precios internos controlados configuraban un escenario inédito para imaginar otro desenlace, también, inédito para todos los argentinos. Los años mozos de “el modelo” parecían corroborar esa visión: la economía crecía a tasas altas sin deuda e inflación, se cerraba el “output gap” y mejoraban los indicadores sociales. Aún hoy, muchos aún creen que hoy estamos ante un nuevo país, acaso un segunda independencia.

Sin embrago, la inflación comenzó a hacerse un lugar entre los argentinos. Mucho más atenuada que en los '80, dicen unos. Es alta pero estable y manejable, añaden. Pero volvió y el enigma sobre cómo se “desinflará” está latente. Es deseable que se haga sin crisis. ¿Se podrá? La esperanza es lo último que se pierde, pero no debemos ignorar la Historia.

¿El futuro ya llegó?

Imposible no alegrarse por las tres décadas de democracia y por las muchas más que vendrán. Los argentinos saben que el recorrido democrático deja mucho que desear, y que el descalce entre lo que le exigen y ésta les ofrece se ensancha, pero siguen creyendo que es el único camino, un gran reflejo de madurez. Imposible, tampoco, no mirar con preocupación el futuro de un país que se empecina, sino en contradecir la ley de la gravedad, en olvidarse de sus errores económicos y tomar atajos al desarrollo. Imposible, tampoco, no ilusionarse con el capital humano, los años exitosos, Vaca Muerta y los términos de intercambio ni ignorar que la estructura productiva argentina aún le falta mucha transformación.

Son problemas solucionables (por eso son problemas), contamos con recursos económicos y políticos como para hacerlo y experiencias muy ricas de todo el mundo como para incorporar. ¿Lo sabemos?

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