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El “efecto Barbra Streisand” y la política económica

Cada determinación destinada a aminorar la marcha de la demanda privada de dólares se transforma en una nueva alerta en cambiaria.

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22 septiembre de 2020

Por Pablo Mira (*)

En el 2003, la cantante y actriz estadounidense Barbra Streisand denunció a unos fotógrafos que habían utilizado una foto aérea de su casa de la costa de California para una publicidad. Alegando su derecho a la privacidad, amenazó con demandarlos por una suma millonaria si no se retiraban las imágenes. Pero con su intento de censura, la estrella lo único que consiguió es que una información en principio intrascendente acabase teniendo una enorme repercusión mediática.

Desde entonces, todo intento de silenciar un hecho que termina propiciando, en cambio, una amplia e inesperada publicidad se conoce como el “efecto Barbra Streisand”. Desde luego, lo único novedoso de este efecto es el nombre, porque su lógica se conoce desde que el mundo es mundo. En el cine, por ejemplo, la censura a la película “Cuidadano Kane” seguramente contribuyó al mito y en Argentina los ultrajes de Miguel Paulino Tato posiblemente hayan convertido en películas de culto a obras de medio pelo. El mismo efecto hizo famoso a Wikileaks y a la revista francesa Charlie Hebdo.

Las decisiones de Estado se topan muy a menudo con este tipo de conflicto. Su intento de restringir ciertas actividades tiende a volverlas más atractivas no solo porque despiertan el interés por lo prohibido, sino además porque estas restricciones terminan por encarecer el producto en cuestión, haciendo más rentable su provisión aún a riesgo de infringir la ley. Este es un dilema porque muchas de estas actividades son efectivamente condenadas por la sociedad, que considera que la prohibición debe ejercerse aun cuando en la práctica, como dijimos, la acción prohibitiva pueda inducir algún efecto contrario al deseado. Exactamente a esto se refería Milton Friedman cuando favorecía la legalización de drogas.

Las complejidades de las medidas de prohibición se acumulan cuando los costos de ciertas actividades no se advierten en el presente, sea porque no se materializan en lo inmediato, o bien porque generan externalidades negativas. Un caso particular refiere a nuestra accidentada relación con el dólar. Décadas de inestabilidad macroeconómica han convencido al argentino medio de que debe cubrir sus ahorros comprando divisas. Esta elección está perfectamente justificada, pero esto no quita que podamos evaluar el resultado agregado como problemático para el funcionamiento macroeconómico.

A nadie escapa que la solución de fondo al amor por la moneda ajena es crear un ambiente macroeconómico propicio, de modo que la demanda de dólares para ahorro tienda a ceder. Pero este es un proceso largo y bien podría ocurrir que, antes de resolverlo, el país se quede sin reservas y sujetado a una inestabilidad bastante mayor a la actual, con secuelas duraderas. La realidad impone entonces transitar este camino recurriendo a restricciones temporales, y aquí es donde acecha el fantasma de Streisand (que, no nos confundamos, aún está viva). Cada determinación pública destinada a aminorar la marcha de la demanda privada de dólares se transforma en una nueva alerta en el mercado cambiario, y los participantes elevan de inmediato su precio de reserva para deshacerse de los billetes. Y el “efecto Barbra Streisand” asegurará que cuanto menos discretas o disimuladas estas medidas, mayor será la reacción. Es posible incluso que comunicar con energía y sin cautela para convencer al público pueda exacerbar el impacto, poniendo a las autoridades en una posición incómoda.

Si bien esta bien podría ser una situación particular en la cual una mayor transparencia de las decisiones públicas traen aparejada menos en lugar de más tranquilidad a la economía, al mismo tiempo tampoco es bueno trabajar permanentemente en las sombras, ya que tarde o temprano el público puede reparar en lo que ha estado sucediendo, dando lugar a una mayor incertidumbre ex post.

En tiempos de inestabilidad, la tarea de identificar e interpretar la “psicología social” de las reacciones de mercado se vuelve una actividad diaria, y encuentra a profesionales especialistas en macroeconomía y finanzas ejerciendo su labor en un campo de análisis que les puede resultar ajeno. En todo caso, la aparición de estos dilemas y del “efecto Barbra Streisand” en particular ilustran apropiadamente los peligros de acumular desequilibrios durante demasiado tiempo.

(*) Docente e investigador de la UBA

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