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Las fiestas terminan cuando la cerveza se acaba (y queda poca)

Una nueva fiesta se aproxima y el país tiene la oportunidad de escoger al grupo de personas que lo gobernará en un nuevo ciclo.

24 julio de 2019

Por Víctor Peirone Doctor en Economía (UBA)

Una nueva fiesta se aproxima, la novena desde 1983, y en ella el país tiene la oportunidad de escoger al grupo de personas que lo gobernará en un nuevo ciclo presidencial. Las elecciones generan esperanzas y recrean expectativas. No es casual que el calendario electoral acontezca en primavera. Los políticos intentarán seducir al electorado prometiendo un futuro mejor. Los discursos incluirán convites a mayores disfrutes y estarán liberados de las restricciones presupuestarias actuales.

Los economistas, a diferencia de los políticos, son los invitados indeseables en las celebraciones. Entran a los eventos calculando cuando se acabará la cerveza. Frente a ese crucial interrogante existen al menos tres especímenes: los ortodoxos, heterodoxos y prácticos. La única diferencia entre los dos primeros es que el ortodoxo alzará su arenga sobre el principio de restricción presupuestaria y se retirará minutos antes de la falta del fluido. Por otra parte, el heterodoxo, devoto del pleno empleo de los factores, intentará estirar el faltante con agua. El se quedará hasta el final, aunque los comensales se resistan a beber sus brebajes.

El economista práctico, frente a los dos anteriores, no está interesado en problemas de equilibrio general, sino más bien en cuestiones de equilibrio parcial. No lo motiva la felicidad de los asistentes, sino más bien llenar sus bolsillos y/o los de quienes lo contratan. Ellos identifican las oportunidades de negocios emergentes de las restricciones imperantes y arbitran las asimetrías de información. Un escenario potencial de falta de cerveza genera oportunidades claramente delimitadas por el control los stocks de dicho fluido, las preferencias frente a sustitutos y la llegada (o no) del próximo cargamento.

Los más vulnerables, los jóvenes sin empleo y la clase media trabajadora, estarán agradecidos de no ser siempre los que pagan con su exclusión la fiesta de la que no participaron.

Un nuevo cargamento acaba de arribar y ya llegó 80% del pedido comprometido. Los organizadores del evento intentan asegurar la liquidez cuanto menos hasta el Carnaval carioca. Una argucia para disimular el faltante es modificar el precio relativo de la cerveza y su sustituto. Desde el fin de la convertibilidad hasta la actualidad los distintos organizadores han permitido la apreciación real del tipo de cambio en épocas de elecciones. Este patrón se repitió en 2003, 2007, 2011, 2015 y se evidencia en la actualidad. La apreciación genera una sensación de solvencia ilusoria, reduce las presiones inflacionarias actuales (no las futuras) y expone a las empresas a cambios en su estructura de costos.

Las heterogeneidades tecnológicas y de escala de las unidades productivas regionales impiden la adaptación frente al encarecimiento de sus insumos no transables. La situación de la economía real se agrava con la apreciación cambiaria debido a que ni la productividad del capital humano ni la baja de los salarios reales pueden compensar este aumento en sus costos. En estos casos las empresas dejan de tomar empleados, de exportar y difieren sus inversiones. Apreciar el tipo de cambio es como vender la cerveza debajo de su costo marginal. Tarde o temprano los organizadores deberán enfrentar la ira de los comensales sedientos. Las fiestas “Stop And Go” no logran sostenerse en el tiempo ni distribuyen oportunidades equitativamente a lo largo del país.

Los economistas, a diferencia de los políticos, sólo pueden prometer una felicidad “paretiana” en la que algunos ganan, otros pierden, pero la sociedad gana en su conjunto. Cuanto más explícitos sean los costos y los beneficios esperados de una política mejor será el proceso de negociación durante su implementación. Las mejoras marginales requieren del esfuerzo y la paciencia de los agentes económicos. El ensañamiento terapéutico con ciertos instrumentos puede estar más vinculado con decisiones de un reducido círculo de economistas prácticos que con consideraciones sobre el bienestar agregado.

Los problemas organizativos de las fiestas siempre esconden cuestiones subyacentes. No sería descabellado pensar que detrás de la volatilidad y el estancamiento del país se oculte la alternancia o la prevalencia de diferentes tribus en el manejo macroeconómico. La sostenibilidad y la consistencia de una política macroeconómica en favor de la producción y el empleo dependen de arreglos institucionales fomentando el diálogo entre las diferentes perspectivas. La visión ortodoxa se concentrará en el equilibrio fiscal y la estabilidad, la heterodoxia buscará promover el mayor nivel de actividad posible y los prácticos harán el cálculo de los riesgos asociados a los diferentes instrumentos.

Cada proceso electoral es una nueva oportunidad para repensar institucionalmente el país. El retorno de la democracia ha permitido establecer importantes cambios políticos. Por un lado, la elección directa, el acortamiento del período y la reelección del presidente, la jefatura de gabinete, el tercer senador, el consejo de la magistratura, etcétera. Sin embargo, el país no ha sido capaz de diseñar instituciones fiscales y monetarias creíbles que impulsen el desarrollo económico sostenible. En esta oportunidad la cerveza alcanzará hasta el Carnaval carioca, o tal vez no?

Los más vulnerables, los jóvenes sin empleo y la clase media trabajadora, estarán agradecidos de no ser siempre los que pagan con su exclusión la fiesta de la que no participaron.

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