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La mitad de los argentinos son argentinas

02 mayo de 2019

Por Adela Nores Directora de Sociedad Rural Argentina y autora de “Mujeres Rurales, nuevas voces” (Autores Argentinos, 2019)

Mao decía que las mujeres sostienen la mitad del cielo, y en estos días parecería que los argentinos se están dando cuenta de que más de la mitad de los argentinos son argentinas y también ellas sostienen la mitad de nuestro cielo.

Pero hablando de sostener, es en el campo en donde se gestiona ese soporte, en alimentos, trabajo, arraigo y familia. Por lo que resulta impostergable mirar a las mujeres del campo.

Cada año, Argentina cultiva más de 20 millones de hectáreas y, de los 330.000 establecimientos productivos que existen en el país, sólo 27.000 son dirigidos por mujeres, es decir, menos del 10%. En general, el rol de la mujer en la toma de decisiones en el sector agropecuario de nuestro país es todavía muy bajo. Pero cuando se trata de campos pequeños, en las economías regionales, como en la producción vitivinícola o la de frutas, entre otras actividades, las mujeres representan el 50% de la fuerza laboral.

En nuestro país las mujeres rurales constituyen un sujeto múltiple, heterogéneo y altamente complejo, con recursos, dinamismo y potencialidades muy diferentes según las sociedades, las particularidades de cada territorio, la dimensión y el tipo de tenencia de la tierra, los sistemas productivos predominantes y la posición social.

Hay aproximadamente cien universidades en todo el país, pero sólo ocho de ellas ofrecen licenciaturas en agronomía, ingeniería agrícola y siete en gestión agrícola. Las mujeres que no viven en las capitales tanto de la ciudad de Buenos Aires como de las principales provincias tienen mayor dificultad para acceder a la educación.

Hoy más del 60% de los graduados de las carreras de agronomía y veterinaria, son mujeres. “Ser una mujer rural es un orgullo, ante todo, siento que con mi aporte y trabajando responsablemente colaboro en la lucha contra el hambre mundial y con dejar un mundo y medio ambiente mejor a las generaciones futuras”, dice Carolina de Faveri, ingeniera agrónoma de la provincia de Buenos Aires.

El dato. Entre los 330.000 establecimientos productivos que existen en el país, sólo 27.000 sondirigidos por mujeres, es decir, menos del 10%.

La mujer ha tenido un notable perfeccionamiento en los últimos años, no sólo como compañera sino como consultora y decisora a nivel de la empresa familiar, porque el campo es precisamente eso, una empresa familiar. Dice Danillo Galait: “Muchas veces son las mujeres las que llevan el establecimiento. Como ocurre con Martha Vila, que administra la cabaña La Tranquera, maneja la cabaña, administra su registro, presenta los animales en Palermo, con los pies embarrados y tapada de responsabilidades. Así podría hacer una larga lista de mujeres”.

Las economías rurales están subvencionadas por el trabajo femenino. Porque las tareas domésticas son de las mujeres y no son pagas. Las tareas de cuidado también, tanto de niños como de ancianos o enfermos. Exactamente 1.722.107 mujeres (el 50% de la población rural) realizan algún trabajo productivo en el campo en Argentina. Esas tareas suelen incluir el cuidado de animales de corral, como gallinas, chivos, ovejas y cerdos; la producción en la huerta familiar y la elaboración de artesanías. Ese trabajo se suma a las responsabilidades domésticas, como cuidar a sus hijos y cocinar para la familia, y en la mayoría de los casos, también recolectar leña y agua.

Norma Gutiérrez, de La Pampa ilustra: “Una dificultad que siempre traté de visibilizar es el trabajo de la mujer rural, esposa y madre, que se ocupa de la atención de todas las tareas de patio, cría de aves de corral, la huerta, la lechera, la elaboración de dulces y encurtidos, la limpieza de la vivienda del patrón, la cocina para la familia y a veces para algún peón... ¡es parte del trabajo rural!”.

En Argentina, la población rural tuvo un notable crecimiento hasta mediados de Siglo XX, período que podemos señalar como de construcción de la ruralidad. Luego comenzó un lento pero inexorable proceso de despoblamiento que coincide con una lógica de industrialización y urbanización.

Sin embargo, más allá de las grandes tendencias de éxodo y vaciamiento de la población en las áreas rurales, se viven en las últimas décadas procesos de migración desde las ciudades hacia el campo y los pueblos, liderado principalmente por las mujeres, una dinámica tal vez poco relevante en términos estadísticos, pero de gran importancia en la generación de nuevas oportunidades y promesas para los territorios rurales.

Como productora de muchos años, veo que las mujeres rurales constituyen un sujeto múltiple, heterogéneo y altamente complejo. Con recursos y potencialidades muy diferentes según las sociedades que integran, las particularidades de cada territorio que habitan, la dimensión y el tipo de tenencia de la tierra, los sistemas productivos que realizan y la posición social a donde han podido llegar.

No son sólo las mujeres de las economías regionales, en las que se ha pretendido enclaustrarlas históricamente desde muchas instituciones. Son las nuevas propietarias de tierras que decidieron hacerse cargo de sus producciones y las nuevas profesionales del campo; ingenieras agrónomas, veterinarias, trabajadoras independientes, empleadas, administradoras, trabajadoras familiares no remuneradas, periodistas, etcétera. Todas ellas representan la nueva mujer rural y están haciendo escuchar sus voces.

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