Análisis

La "viveza criolla" no está en nuestro ADN: es la la respuesta matemáticamente predecible a incentivos perversos

Los argentinos no somos malos. Somos racionales. Los comportamientos que desde fuera parecen patológicos son, en realidad, adaptaciones evolutivas.
Los argentinos no somos malos, somos racionales IA
Sergio Candelo 17-11-2025
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Introducción: El Estereotipo y la Realidad

Existe una narrativa extendida sobre los argentinos: somos "vivos", egoístas, pensamos solo en nosotros mismos, no nos interesa el bien común, siempre buscamos la "ventajita", la "avivada". Esta caracterización, repetida tanto dentro como fuera del país, sugiere una patología cultural, un defecto moral colectivo que nos condena al fracaso.

Este ensayo propone una tesis radical: los argentinos no somos malos. Somos racionales. Los comportamientos que desde fuera parecen patológicos son, en realidad, adaptaciones evolutivas de alta eficiencia para la supervivencia individual en un entorno institucional que ha colapsado sistemáticamente durante 133 años.

Lo que llamamos "viveza criolla" no es una esencia cultural argentina, sino la respuesta matemáticamente predecible a incentivos perversos creados por más de un siglo de desajustes macroeconómicos. Para entenderlo, debemos seguir la cadena causal desde su origen.

El Pecado Original: 133 Años de Déficit Fiscal

El punto de partida de toda la tragedia argentina tiene un número contundente: en los últimos 133 años, 124 tuvieron déficit fiscal. No se trata de períodos excepcionales de crisis, sino del estado normal de las finanzas públicas argentinas.

El déficit fiscal crónico no es un problema abstracto de contabilidad gubernamental. Es una bomba de tiempo con dos únicos desenlaces posibles: crisis de deuda externa o hiperinflación. Argentina ha experimentado ambos, repetidamente.

Cuando el Estado gasta sistemáticamente más de lo que recauda, debe financiar esa brecha. Puede hacerlo emitiendo deuda (hasta que los acreedores pierden la confianza) o emitiendo moneda (hasta que la moneda pierde su valor). La historia argentina está plagada de ambos desenlaces: 9 defaults de deuda externa y múltiples episodios inflacionarios, incluidas dos hiperinflaciones devastadoras.

Este patrón no es un accidente. Es la estructura sobre la cual se ha construido toda la experiencia económica del argentino moderno. Y sobre esa estructura, el agente económico argentino ha desarrollado sus adaptaciones.

Primera Adaptación: El Bimonetarismo como Voto de Censura

La primera manifestación visible de la respuesta argentina al caos fiscal es la inestabilidad de la demanda de dinero. A diferencia de economías estables donde los ciudadanos mantienen sus ahorros en moneda local, en Argentina la demanda de pesos es extremadamente volátil.

Ante cualquier evento que amenace la estabilidad —una elección, un cambio de ministro, un dato fiscal adverso— los argentinos ejecutan inmediatamente un "fly to quality" hacia el dólar. Esta no es paranoia irracional. Es memoria institucional acumulada a través de generaciones que han visto sus ahorros evaporarse una y otra vez.

El resultado es que Argentina es funcionalmente bimonetaria: se usan pesos para las transacciones del día a día, pero el dólar funciona como reserva de valor. Esta división de funciones monetarias no fue impuesta por decreto. Fue elegida democráticamente por millones de agentes económicos que votaron con sus billeteras.

El bimonetarismo argentino es, en esencia, un voto de censura diario a la política fiscal del Estado. Cada dólar ahorrado bajo el colchón es una declaración de desconfianza en la capacidad del gobierno para mantener el valor del peso. Y esa desconfianza está empíricamente justificada por 124 años de déficits y 9 defaults.

La demanda de dólares en Argentina tiene signo positivo incluso en contextos adversos. Mientras en economías normales las crisis reducen la demanda de moneda extranjera (por menor capacidad de ahorro), en Argentina las crisis la aumentan (por pánico a la destrucción de valor del peso). Este comportamiento, aparentemente irracional desde la teoría económica convencional, es perfectamente racional desde la experiencia argentina.

Segunda Adaptación: La Cultura de la Elusión como Supervivencia

La inflación crónica, hija directa del déficit fiscal, genera un efecto corrosivo sobre el tejido social que va mucho más allá de la pérdida de poder adquisitivo. Crea una dinámica perversa entre el Estado y los ciudadanos.

La secuencia es predecible:

  1. La inflación hace que la gente escape del peso hacia activos que conserven valor (dólares, bienes durables, propiedades)
  2. Los gobiernos toman medidas para evitar esa fuga (controles de cambio, cepos, restricciones a la compra de dólares, impuestos a la tenencia de moneda extranjera)
  3. La gente elude esas restricciones para mantener su poder adquisitivo (mercado paralelo, "cuevas", subfacturación, operaciones trianguladas)
  4. Se genera una cultura de eludir leyes y reglamentos por la propia supervivencia económica

Este último punto es crucial. El argentino no elude la ley por un defecto moral, sino porque cumplirla a rajatabla equivale a empobrecerse sistemáticamente. Quien mantiene todos sus ahorros en pesos mientras la inflación los devora, quien no busca alternativas cuando el cepo cambiario le impide proteger su patrimonio, quien acepta pasivamente la confiscación de su poder adquisitivo, no está siendo "moral". Está siendo ingenuo.

El problema es que esta necesidad de elusión para sobrevivir genera un efecto secundario devastador: el argentino se vuelve informal y las leyes pierden su capacidad de coordinar la conducta social. Cuando la supervivencia económica requiere transgredir normas, la transgresión deja de ser excepcional para convertirse en cotidiana. La ley pierde su carácter sagrado, su capacidad de generar expectativas compartidas.

Esta normalización de la transgresión como estrategia de supervivencia es lo que transforma una sociedad con reglas en una sociedad de atajos. Y una vez instalada, permea todos los órdenes de la vida social, no solo el económico.

Tercera Adaptación: La Informalidad como Refugio

El círculo vicioso se cierra con brutal eficiencia. La evasión generalizada, producto racional de la necesidad de escapar de la inflación y las restricciones, reduce la recaudación fiscal. El Estado, enfrentado a un déficit crónico y una recaudación menguante, responde de la única manera que conoce: aumentando la presión tributaria sobre los que no pueden evadir.

El resultado es una estructura impositiva profundamente distorsiva. La presión tributaria efectiva en Argentina muestra una realidad dual: para quien paga todos los impuestos, la carga es del orden del 50% de sus ingresos. Sin embargo, cuando se mide sobre el conjunto de la economía (incluyendo la informalidad masiva), ese indicador baja al 30% del PIB. Esta diferencia revela la brutal inequidad del sistema: los que están en la formalidad cargan con una presión confiscatoria, mientras que la informalidad actúa como válvula de escape. El contribuente cumplidor paga impuestos de Primer Mundo para recibir servicios de Tercer Mundo.

Pero el problema va más allá de la magnitud de la carga impositiva. La estructura misma de esa carga vuelve inviables muchas actividades económicas. Los costos laborales en Argentina son del orden del 70%: la relación entre lo que una empresa debe pagar por un empleado y lo que ese empleado recibe efectivamente en su bolsillo. Esta brecha monstruosa no representa productividad ni valor agregado. Es puro costo de intermediación estatal.

La consecuencia natural es la explosión de la economía informal:

  • Aproximadamente 40% de la actividad económica es informal
  • Alrededor del 50% del empleo privado es no declarado o informal
  • Las empresas no pueden crecer porque formalizarse las vuelve inviables
  • Los trabajadores quedan sin protección social ni jubilación
  • La economía se fragmenta en islas de baja escala sin posibilidad de articulación compleja

La informalidad no es, tampoco aquí, una elección moral. Es una respuesta de mercado a un marco regulatorio confiscatorio. El comerciante que no emite factura, el profesional que cobra en efectivo, la empresa que tiene empleados "en negro", no lo hacen porque sean delincuentes. Lo hacen porque formalizarse completamente equivaldría a cerrar.

Esta informalidad masiva tiene una consecuencia adicional fatal: Argentina no tiene competitividad para el intercambio de bienes y servicios con otros países. En un mundo globalizado, competir requiere escala, formalidad, acceso a crédito, capacidad de certificar calidad. Todo eso es imposible en la informalidad. El resultado es una economía encapsulada, aislada, condenada al estancamiento.

Argentina no tiene competitividad para el intercambio de bienes y servicios con otros países.

Las Consecuencias Agregadas: El Precio del Naufragio

Las adaptaciones individuales racionales generan, agregadas, consecuencias colectivas devastadoras.

La ausencia de mercado de crédito es quizás la más grave. Los 9 defaults de deuda han destruido los puentes con el capital global. No hay memoria más larga que la del acreedor quemado. Sin acceso a crédito externo a tasas razonables, y sin un mercado de crédito interno profundo (imposible en un contexto de inflación crónica e incertidumbre institucional), la economía argentina queda condenada al estancamiento por falta de inversión financiable.

Las empresas no pueden planificar a largo plazo cuando no saben cuál será el tipo de cambio en seis meses, cuál será la carga impositiva el año que viene, si habrá cepo, controles de precios, o nuevas regulaciones confiscatorias. La incertidumbre mata la inversión más eficientemente que cualquier impuesto.

La pérdida de competitividad internacional cierra el círculo. Con costos laborales del 70%, infraestructura deficiente, logística cara, inseguridad jurídica y ausencia de escala por la fragmentación informal, Argentina no puede competir en los mercados globales. Esto condena al país a depender de unos pocos sectores con ventajas comparativas naturales (agroindustria, minería), incapaz de desarrollar sectores complejos que requieren articulación, formalidad, inversión sostenida y horizonte de largo plazo.

Conclusión: La Anomia como Equilibrio de Nash Trágico

El análisis integral de la evidencia histórica y económica confirma que el agente económico argentino ha sido forjado por el fuego de la inestabilidad. Sus comportamientos, que desde fuera pueden parecer patológicos, son en realidad adaptaciones evolutivas de alta eficiencia para la supervivencia individual en un entorno institucional fallido.

La inestabilidad de la demanda de dinero no es caprichosa; es la respuesta matemática a 124 años de desahorro fiscal y emisión espuria. El rechazo al peso es un voto de censura diario a la política fiscal.

El bimonetarismo es la solución de mercado a la ausencia de moneda estatal confiable. El dólar es la moneda elegida democráticamente por millones de agentes para preservar el fruto de su esfuerzo.

La falta de crédito es el precio de la falta de palabra. Nueve defaults han destruido los puentes con el capital global, condenando al país al estancamiento por falta de inversión financiable.

La informalidad masiva (alrededor del 40% de la actividad económica, 50% del empleo privado en negro) es el refugio ante un Estado que cobra impuestos de Primer Mundo para brindar servicios de Tercer Mundo, sumado a un marco legal laboral que amenaza la existencia misma de la empresa.

La cultura de la elusión es la única estrategia de supervivencia en un sistema donde cumplir todas las reglas equivale a empobrecerse sistemáticamente.

Todo esto configura lo que podríamos llamar la Anomia Boba: el equilibrio de Nash trágico donde la sociedad argentina ha quedado atrapada. Un estado donde la transgresión individual es la única estrategia racional, pero que garantiza el fracaso colectivo.

Los argentinos no somos malos. No somos egoístas por naturaleza. No tenemos un defecto moral congénito. Somos supervivientes de un naufragio institucional de 133 años. Cada "viveza", cada "avivada", cada comportamiento que parece antisocial, es una cicatriz de supervivencia en un entorno que ha colapsado repetidamente.

La pregunta que queda, la pregunta que este ensayo no responde, es cómo se sale de este equilibrio. Pero antes de poder responderla, era necesario entender que no estamos atrapados por nuestra maldad, sino por nuestra racionalidad aplicada a incentivos perversos. No somos el problema. Somos la respuesta racional al problema.

Y esa distinción lo cambia todo.