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“La fragmentación política es problemática en Argentina”

Entrevista a Martín D'Alessandro, Politólogo y presidente de la SAAP.

09 septiembre de 2016

En diálogo con El Economista, Martín D'Alessandro, politólogo y presidente de la prestigiosa Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP), ofrece su visión sobre el proceso que condujo a la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. “Los presidentes con muy poco apoyo en el Congreso corren peligro si no tienen éxito económico, sean de derecha o de izquierda”, advierte. ¿Puede pasar algo similar en nuestro país?  “Si sucedió en Brasil, nuestro hermano mayor que se proyectaba en el mundo con orgullo y solidez, ¿por qué no volvería a sucedernos a nosotros, que jamás hemos conocido siquiera el mediano plazo?”, cuestiona. Asimismo, también ofrece su interpretación sobre la salud de la coalición gobernante en Argentina y señala la importancia que tienen las elecciones legislativas de 2017 para Cambiemos.

¿Qué reflexiones le surgen del proceso de impeachment que culminó en la destitución de Dilma Rousseff? Me refiero, más que a los aspectos procedimentales del proceso, a las condiciones políticas, y económicas, que lo incubaron.

Los aspectos procedimentales constituyen en este caso un indicador claro de las condiciones políticas subyacentes. Para solo mencionar un aspecto, hay que notar que, a pesar de su nombre, el juicio político está constitucionalmente concebido como un proceso jurídico. Esto es, para destituir a un presidente se lo debe encontrar culpable de un delito, y por lo tanto debe imponérsele una pena. Pero el Congreso brasileño votó a favor de la destitución pero en contra de la pena. Lo que esto muestra es que hay que analizar la gobernabilidad teniendo en cuenta que las instituciones se están flexibilizando, y que los presidentes con muy poco apoyo en el Congreso corren peligro si no tienen éxito económico, sean de derecha o de izquierda. Algunos politólogos han señalado que los presidencialismos se están pareciendo más a los parlamentarismos europeos, en los que se puede fácilmente destituir al Poder Ejecutivo por motivos meramente políticos. Lo curioso del caso de Brasil es que Dilma usó este argumento como una denuncia, pero su propia propuesta (elecciones directas ya) es también una solución política típica del parlamentarismo. Creo que en adelante tomar decisiones eficientes requerirá diagnósticos más sofisticados para entender lo que está pasando.

¿Puede pasar en Argentina algo similar en el futuro (no necesariamente en el corto plazo) y qué lecciones emana ese proceso para la dirigencia local?

Desde que el Presidente no es peronista, la espada de Damocles que sigue pendiendo sobre Argentina es el problema de la ingobernabilidad, esto es, la caída del Gobierno (o su parálisis), con las consabidas consecuencias para el bienestar social y económico de la población. Si sucedió en Brasil, nuestro hermano mayor que se proyectaba en el mundo con orgullo y solidez, ¿por qué no volvería a sucedernos a nosotros, que jamás hemos conocido siquiera el mediano plazo? Si mi diagnóstico es correcto, la amenaza de inestabilidad no reside tanto en el contenido (económico) de las políticas sino en la excesiva fragmentación partidaria (reflejada en el Congreso) que hace débil a la Presidencia, que la obliga a ceder mucho frente a la oposición y a compensar a una gran cantidad de pequeños aliados sedientos. Y esto último es, por cierto, mucho más improbable cuando se acaba la plata dulce o la impunidad. Por tal razón, creo problemática la fragmentación política de nuestro país, ya sea por la poca cohesión interna de los partidos grandes, por la existencia de muchos partidos provinciales que además participan en el nivel nacional, o la de muchos partidos en el nivel municipal. Esa es una de las razones por las que las reformas políticas que están en agenda en este momento son positivas: tienden a reducir el número de partidos políticos y a simplificar todo el proceso político.

¿Cómo está viendo la salud de la coalición Cambiemos? Desde afuera, pare era: no hubo fugas ni se escuchan grandes críticas internas.

Estoy de acuerdo. Uno de los principales problemas de la Alianza que ganó en 1999 fue su falta de coordinación interna. En cambio, en Cambiemos, si bien existen las tensiones lógicas producidas por partidos que tienen historias y tradiciones diferentes y que se disputan espacios de poder, hay una serie de mesas a distintos niveles que están funcionando bien como instancias de diálogo y resolución de conflictos. Lógicamente, la selección de las candidaturas del año próximo también generará fricciones, pero parece haber conciencia de que estamos en un cambio de ciclo político tan profundo que los astillamientos de la coalición podrían ser dañinos para la estabilidad y la propia democracia. Hasta ahora, todos sus actores están a la altura de las circunstancias.

Todos dicen que Cambiemos debe hacer una muy buena elección en 2017. Es algo lógico y quizás siquiera amerite una pregunta, pero la voy a hacer igual. ¿Por qué es tan gravitante que tenga un gran desempeño en esa instancia electoral?

La pregunta es interesante. Para el Gobierno, que dice que representa un cambio profundo, una derrota debilitaría la visión que tiene sobre sí mismo. Sería un golpe muy fuerte a su autoconfianza, y a los valores de tolerancia, eficiencia y renovación que de algún modo representa. Sería una nueva frustración (de consecuencias peligrosamente imprevisibles) para una porción muy importante de la sociedad argentina. El politólogo Andrés Malamud sostiene que si Cambiemos no gana el año que viene, Macri no termina su mandato. Yo discrepo por dos motivos. Primero, porque ese desenlace no depende tanto del resultado electoral sino del tipo de oposición que se termine configurando en el peronismo: si triunfa Cristina (lo cual es improbable pero no imposible) es esperable una estrategia destituyente, pero si el ganador es, por ejemplo, Juan M. Urtubey, creo que ni su ADN ni sus cálculos políticos lo llevarían a apostar esa ficha. Segundo, porque creo que en 2015 no hubo solo un cambio de Gobierno, sino un cambio de ciclo que incluso ahora excede al propio Gobierno, que hasta queda desubicado cuando necesita regular los cambios. Las elecciones del año pasado pusieron en marcha un mecanismo transformador muy profundo y, en ese sentido, creo que las opciones de los jugadores políticos (tanto del Gobierno como de la oposición), e incluso las de los jugadores económicos (tanto del empresariado como del sindicalismo) están cambiando más de lo que se ve en la superficie.

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