El Economista - 73 años
Versión digital

mie 18 Sep

BUE 16°C

¿Trump irá de la demagogia populista al pragmatismo?

Héctor Rubini 17 noviembre de 2016

por Héctor Rubini (*)

El triunfo de Donald Trump ha generado gran incertidumbre sobre sus primeras decisiones como Presidente. No es de esperar, por ahora, un giro en U respecto de sus promesas electorales. Nada asegura que haya renunciado a su promesa de expulsar a 3 millones de indocumentados, promover la construcción de un muro en la frontera con México y seguir una agenda de política exterior más bien aislacionista y con fuerte sesgo proteccionista.

El escenario

Sus iniciativas responden a un perfil de comportamiento que ha sido siempre el mismo: el de un insistente y un amante del riesgo, al que no le importan los efectos colaterales. Si tendrá éxito con ese tipo de conducta, es algo que está por verse.

En política exterior no es claro qué rumbo va a seguir. No tiene gran margen de acción contra China, el gran cuco en su visión del mundo: ante restricciones comerciales de Washington, los bancos estatales chinos pueden vender abruptamente bonos del Tesoro y provocar en cualquier momento una nueva crisis subprime. Si se cierra contra todo el mundo, es inevitable una andanada de represalias arancelarias y no arancelarias que bloquearán el comercio mundial. Los efectos de la Ley Smoot-Hawley de 1930 bien podrían repetirse. Resultado: perdemos todos, inclusive EE.UU.

En la política interna cuenta con mayoría propia en ambas cámaras del Congreso y se esperan cambios en la Corte Suprema. Luego del fallecimiento del juez Antonin Scalia en febrero, el presidente Barack Obama nombró como reemplazante a Merrick Garland en marzo, pero sin acuerdo del Senado. Ahora se espera que Trump proponga otro juez en lugar de Garland, y que el sucesor sea aprobado por el Senado, dominado por los republicanos. ¿Habrá una Corte Suprema subordinada al Poder Ejecutivo? Parece que sí.

La política económica, en cambio, presenta obstáculos para ciertos anuncios de campaña. Un fuerte aumento del gasto en obra pública y en defensa se puede financiar sólo con nueva deuda del Tesoro, pero aumentaría la tasa de interés, contrayendo la inversión privada y el consumo. El resultado no será necesariamente más actividad ni más empleo en EE.UU. Si se reduce la carga tributaria a los más ricos, el mayor déficit y endeudamiento sólo puede evitarse vía reducción del gasto, y entonces puede que el impacto neto en el PIB y en el empleo sea mínimo o nulo. Si se opta por eliminar los beneficios de la Ley de Atención Médica (Obamacare), quizá deba luego aumentar otros gastos en salud para contener reacciones violentas de quienes pierdan su cobertura médica.

En cualquier caso, luce inevitable un aumento de tasas de interés. Si conduce a un flujo de capitales a EE.UU., habrá mayor demanda de dólares en el mundo, y el dólar tenderá a apreciarse. El combo de déficit fiscal, deuda y atraso del tipo de cambio real, sin un programa antiinflacionario (salvo suba de tasas de interés), ¿permitirá recuperar el crecimiento del PIB y el aumento neto de vacantes laborales? No parece a priori factible. Menos si Trump opta por cerrar la economía. Menor comercio, menor inversión agregada y atraso cambiario no son improbables con este recetario.

El dilema

No es trivial, entonces, el dilema que enfrenta Trump: si cumple todo lo que promete, el resultado esperable es estanflación con crecientes conflictos en el exterior y, si no lo hace, no sacará a la economía estadounidense del mediocre crecimiento y del descontento que le permitió derrotar a Hillary Clinton se le puede volver en contra.

Le quedan poco menos de nueve semanas para oscilar entre el principismo populista y cierta necesidad pragmática de incumplir varias de sus promesas de campaña. Cualesquiera sean los cambios que anuncie, generará controversia y no pocos disgustos, tanto dentro como fuera de EE.UU.

Nada nuevo bajo el sol. La evidencia de otros países muestra que la demagogia populista y protestona sirve para ganar elecciones, pero no para mejorar el bienestar de la población. Las recientes experiencias desde los '90 en Perú, Italia, Ucrania, Argentina y Venezuela, entre otros, son más que ilustrativas al respecto.

Aun así, no sorprenden afirmaciones como las de la ex presidente Cristina F. de Kirchner, en el sentido de que Trump es “alguien que representa la crisis de la representación política producto de la implementación de políticas neoliberales?”. Calificar de “neoliberal” a las políticas keynesianas de Obama no tiene fundamento alguno. Tampoco cierta caracterización de Trump como “antiestablishment”. El nuevo presidente proviene de ese establishment económico y una de las primeras medidas que promete es poner fin a la Ley Dodd- Franck de 2010, que restauró las barreras legales de la Ley Glass Steagall de 1933 para evitar el libertinaje financiero que provocó el crack bursátil de 1929 y la Gran Depresión. Derogar la Ley Dodd-Franck apunta sólo a restaurar privilegios para el sector financiero, y no otra cosa.

Si bien es difícil que Trump opte por no cumplir ninguna de sus promesas, es probable que avance gradualmente con ciertos desvíos y tanteando las reacciones internas y externas sobre la marcha. Al menos hasta el 20 de enero el armado de su Gobierno estará oscilando entre los impulsos populistas y los límites del establishment local.

¿Y nosotros? En lo que respecta a nuestro país, si a partir del próximo 20 de enero pasa a enfrentar un escenario de mayor proteccionismo, suba de tasas de interés y apreciación del dólar, no podrá sostener el actual rumbo con déficit fiscal permanente, endeudamiento para financiar gasto público corriente, y metas de inflación por ahora no creíbles. Si se quiere revertir el actual escenario de estanflación, habrá que aplicar un menú de políticas focalizadas en reducir el déficit fiscal y en incentivar la inversión, más bien que el consumo público y privado.

De lo contrario, el persistente atraso cambiario y los déficits fiscal y de cuenta corriente comenzarán a erosionar la confianza en las políticas en curso. En ese caso, el ingreso de capitales puede derivar en salidas netas de divisas, poniendo en serio riesgo los esfuerzos y logros de los últimos meses.

Aún hay tiempo para cambios, pero frente a un escenario externo potencialmente adverso, los márgenes para dejarse estar son cada vez menores. Todo dependerá de qué haga Trump y de cómo se ajustarán nuestras autoridades a un nuevo escenario externo, cuya configuración probable es hasta ahora, totalmente desconocida.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la USAL.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés