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¿El adiós al soft power de Estados Unidos?

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08 junio de 2020

Por Bruno Fanelli

La tragedia de George Floyd no solo golpea al corazón de la sociedad estadounidense y abre heridas que nunca fueron sanadas sino que también acentúa el proceso de pérdida de prestigio internacional de Estados Unidos. Para analizar brevemente esta fenómeno, me valdré del concepto de “poder blando”.

Este término, acuñado por Joseph Nye en un libro editado en 1990, se refiere al poder de atracción de la cultura de un país determinado y como esta  influye en otras naciones. Al momento de publicación de este libro, Estados Unidos resultaba victorioso en la Guerra Fría y parecía que las fuentes del  poder norteamericano eran inagotables. Estados Unidos gozaba de una indisputada superioridad militar y primacía económica, lo que se conoce como “poder duro”. Adicionalmente, su cultura, instituciones e ideología eran el modelo a seguir en gran parte del mundo. A esto hay que sumar la influencia ejercida a través de organizaciones multilaterales que moldeaban el sistema internacional de manera favorable a los intereses de Washington. Estos últimos elementos son lo que conocemos como “poder blando”, la capacidad de que otros “quieran lo que yo quiero”.

Ahora bien, estas prerrogativas se encuentran hoy objetadas. Estados Unidos goza aún de una superioridad militar, pero China está rápidamente  cerrando esa brecha. Especialistas en el tema creen que Beijing tardará algo más de una década en lograr una paridad militar-tecnológica con Washington. En términos económicos, si en 1990 la economía  norteamericana era la líder mundial, el tamaño total de la economía china, medida por poder de compra, la ha superado. En cuestiones tecnológicas, este último país parece haber llegado primero a ciertas tecnologías  fundamentales, como es el caso del polémico 5G. Y en materia diplomática, el Gobierno de Donald Trump ha seguido posturas que complicaron fuertemente su relación con aliados tradicionales, como es el caso de laUnión Europea, al tiempo que ha reducido drásticamente su participación y apoyo a los organismos multilaterales. Nada de esto es fortuito y forma parte de la visión del actual gobierno norteamericano. Hay que reconocer en Trump una extraña virtud en un político: cumple con sus promesas. En este contexto, las violentas divisiones que atraviesan a la sociedad  estadounidense hacen mella en la reputación de Washington. Sin embargo, la mera existencia de un sistema republicano de gobierno ofrece las mejores garantías posibles de que dichas divisiones puedan resolverse de manera pacífica. No en vano Estados Unidos ha gozado de un gobierno  representativo por casi dos siglos y medio. Y es este sistema representativo que el próximo 3 de noviembre ofrecerá a la sociedad la posibilidad de elegir entre el “America First” o buscar reconstruir el soft power perdido.

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