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Crecimiento y productividad: dilemas para la economía mundial en la pospandemia

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Pablo Maas 03 junio de 2021

Por Pablo Maas

Las economías avanzadas están experimentando una recuperación del desastre que trajo la pandemia a una velocidad mayor a la que se pensaba. Esta semana, la OCDE elevó las proyecciones de crecimiento para el PIB mundial, que ahora se espera que aumente 5,8% en 2021, comparado con el 4,2% pronosticado en diciembre de 2020.

Los rápidos avances de la vacunación y las enérgicas medidas de estímulo desplegadas en numerosos países son los factores que justifican esta proyección más optimista. Sin embargo, y aunque el PIB global volvería a crecer un robusto 4,4% en 2022, el ingreso mundial todavía estará US$ 3 billones por debajo de su tendencia previa a la crisis para fines del año próximo, dado que los países emergentes seguirán con graves dificultades, precisó un informe.

Lo que la OCDE está diciendo es que esto se trata solo de una recuperación. Ni siquiera Estados Unidos ha aumentado todavía su nivel de actividad por encima de sus niveles pre-pandemia, y mucho menos alcanzado el output esperado antes de la irrupción del coronavirus. Para alcanzar este objetivo, las economías avanzadas deberían elevar sustancialmente su productividad. Ultimamente, algunas voces han sugerido que la rápida respuesta que tuvieron muchas sociedades en adoptar el trabajo a distancia, la aceleración de la automatización y la digitalización ocurrida en este último año y medio, son factores que permitirán aumentar sustancialmente la productividad y por ende el crecimiento de los ingresos y el producto.

Un informe de McKinsey (“Will productivty and growth return after the Covid-19 crisis?”) publicado el 31 de marzo pasado, por ejemplo, sostiene que “las empresas pasaron rápidamente a trabajar en canales online, automatizaron las tareas de producción, aumentaron la eficiencia operacional y aceleraron la toma de decisiones y la innovación de los modelos operativos”.

Como consecuencia, dice la consultora, estos fenómenos podrían “potencialmente” más que duplicar (en cerca de un punto porcentual) la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo observada desde la Gran Recesión de 2008-2009, desde este año hasta el 2024. Se trata de una proyección optimista pero que incluye una trampa: el uso del término “potencialmente”, que se repite a lo largo de todo el informe. “Potencialmente”, cualquiera puede ganar la lotería.

Ojalá la expansión del teletrabajo pudiera resolver el agudo dilema de la bajísima productividad, un fenómeno que se ha transformado en el talón de Aquiles de las principales economías en lo que va de este siglo. En Gran Bretaña, por ejemplo, la tasa de crecimiento de la productividad se desplomó 1,76 puntos porcentuales a partir de 2005, desde un promedio anual del 2,21% en la década previa a apenas el 0,45% entre 2006 y 2017. En Estados Unidos, la tasa de aumento de la productividad del trabajo pasó del 2,62% al 1% en el mismo período. Cifras similares se reiteran para Francia, Alemania y Japón. Estos bajos porcentajes resultan paradojales en una época signada por el avance de tecnologías “potencialmente” revolucionarias para la productividad, como la Inteligencia Artificial, la creciente automatización y robotización, los vehículos autónomos y otras maravillas de la economía digital.

A pesar de los esfuerzos retóricos de McKinsey y otros optimistas de la tecnología por simplificar el problema, la “paradoja de la productividad” esta probando ser un hueso mucho más duro de roer. Un extenso artículo recién publicado por tres investigadores de la Universidad de Oxford (“Why is productivity slowing down?”) muestra hasta qué punto se trata de un fenómeno complejo. Spoiler: el “paper” de 82 páginas no responde la pregunta. Pero enumera una serie de factores que muestran la complejidad de un fenómeno multicausal, en el que las dificultades de medición (del producto, principalmente), representan apenas una fracción del problema.

Más importante para explicar el colapso en la tasa de aumento de la productividad de la última década resulta ser la caída en la inversión. Para los autores, la pérdida de intensidad del capital (“capital deepening”) tanto en activos tangibles como intangibles, explica el 45% de la caída en la tasa de productividad en los Estados Unidos.

A su vez, agregan, la caída en la tasa de inversión resulta ser un fenómeno estructural que se profundiza en los ciclos a causa de la escasez de demanda, como durante la Gran Depresión de 2008-2009 y ni que hablar durante la actual pandemia. Otra tendencia que acentúa el sesgo anti-inversión del capitalismo contemporáneo es el fenómeno del “ganador se lleva todo”, tan común en la economía digital. ¿Quién se anima hoy a competir con Amazon, Google o Facebook? Los “animal spirits” aquí brillan por su ausencia. Las reformas antimonopólicas que se están proponiendo en Estados Unidos pueden ser un avance en este sentido. Pero este proceso pro-competitivo puede llevar bastante tiempo, si es que se concreta.

La buena noticia es que, en lugar de sentarse a esperar que alguna nueva tecnología levante la tasa de productividad, muchos gobiernos están actuando para estimular la demanda y por ende la inversión. El plan, o mejor dicho, los varios planes de Biden para rescatar a la economía estadounidense de muchos billones de dólares son un buen ejemplo. El problema, desde una visión ortodoxa, es que para financiar estos estímulos se están proponiendo aumentos en los impuestos. Un mayor impuesto a las ganancias corporativas tiene el efecto de desalentar la inversión, según este enfoque. E impuestos a la ganancia de capital, como también se plantean, son una señal en contra de la toma de riesgos. Como siempre, el campo de los economistas sigue dividido entre los que se inclinan por las políticas de demanda y los que prefieren las de la oferta. Pero para superar el desastre económico que dejó la pandemia y volver a crecer, es mucho más probable que se necesiten ambas.

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