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Actis & Creus: “Nunca antes una potencia ascendió de manera tan acelerada como lo hizo China”

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Damián Cichero 21 diciembre de 2020

Entrevista Nicolás Creus y Esteban Actis Por Damián Cichero

No hay dudas de que Estados Unidos y China son los países dominantes del actual sistema internacional. Tampoco hay dudas de que la relación entre la potencia establecida y la emergente es cada vez más tensa. La tensión entre ambas potencias, siempre latente, se hizo más pública y notoria con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016. El coronavirus no ha hecho más que empeorar las cosas. Aun  no se sabe bien qué cartas jugará Joe Biden desde el 20 de enero, pero queda cada vez más claro que la tensión no se disipará pronto. En una entrevista exclusiva con El Economista, Nicolás Creus y Esteban Actis, ambos expertos en relaciones internacionales, analizan el escenario global y cuentan sobre su nuevo libro, editado por Capital Intelectual (CI) y prologado por Andrés Malamud: “La disputa por el poder global”.

Muchos autores afirman que el objetivo de China no es desplazar a EE.UU. de su posición hegemónica ni consolidarse como único líder del sistema internacional. Sin embargo, su accionar en el Mar Meridional o la Nueva Ruta de la Seda contradicen esa idea. ¿Cuál es el verdadero objetivo de China? ¿Están dispuestos a asumir el liderazgo global? 

Nicolás Creus: China experimentó un crecimiento asombroso e inédito en términos históricos. Para 1995 la economía asiática representaba el 2% de la economía global. En 2019, la participación era del 19,2%, convirtiéndose así en la segunda economía del mundo. En materia de comercio internacional, los números son más que elocuentes. En 1995, China exportaba el 2,1% e importaba el 1,9% del total global. Casi veinticinco años después, las cifras ya se ubican alrededor del 13% y el 11%, respectivamente. Y así podríamos seguir revisando indicadores. Pero crecimiento no necesariamente es sinónimo de poder y liderazgo. Esto es precisamente lo que empezó a cambiar y se aceleró en los últimos años: China inició y reforzó su pasaje “de la riqueza al poder”. En 2013 el nuevo líder chino, Xi Jinping, adoptó una política exterior más ambiciosa. Beijing comenzó a movilizar sus recursos fronteras afuera no solo para robustecer el entramado productivo nacional sino también para jugar un rol más asertivo a nivel internacional. La iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda lanzada en 2013 y la creación, en 2014, del Banco Asiático de Infraestructura e Inversiones son claros ejemplos de este proceso. Además, con el programa “Made In China 2025” se propuso tomar la delantera de la Industria 4.0, corazón de la disputa por el poder global. No obstante, aún resta camino por recorrer, las limitaciones y los desafíos de China para consolidar su liderazgo en el plano internacional no son menores. Un ejemplo muy claro en este sentido es el carácter imprescindible del dólar, y en consecuencia de EE.UU., para el funcionamiento y la estabilidad del sistema financiero internacional.

Puede considerarse a Donald Trump como el primer presidente de EE.UU. en aceptar el increíble ascenso chino e implementar una estrategia de confrontación para ponerle un freno a muchas de las prácticas antidemocráticas chinas. ¿Fue acertada esa estrategia?

Esteban Actis: La ruptura del “consenso” en las elites estadounidenses en relación a China es anterior a Trump. La primera gran manifestación se remonta a 2011, cuando la entonces secretaria de Estado de Barack Obama, Hillary Clinton, diseñó la política de “pívot en Asia” cuyo objetivo era movilizar el 60% de la tropa militar naviera al Pacífico y la reformulación del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Ese consenso argumentaba que una China próspera, abierta al comercio, cercana a los valores de Occidente e inserta en el multilateralismo global llevaría inexorablemente hacia una democratización del país y hacia un ascenso “controlado” del Gigante Asiático. Para la segunda década del siglo XXI en Washington ya se advierte que eso no sucederá.  Lo que se modifica con el Gobierno de Trump es la centralidad que adquiere China como amenaza a la primacía global de EE.UU., los medios, las formas y la intensidad en la relación. El círculo íntimo del presidente siempre ha pensado en la “competencia con el gran poder” y no entre “grandes poderes” (Rusia incluida). Trump “patea el tablero” y dice “volvamos a rearmar la relación bilateral y con ella la globalización y la gobernanza internacional”. Desde la perspectiva de los intereses de EE.UU. pienso que el problema de Trump no fue de diagnóstico, sino estratégico y táctico.

El 20 de enero de 2021, Biden asumirá como nuevo presidente de EE.UU. ¿Implementará algún cambio en la actual estrategia respecto a China?

Actis: Biden es parte de un “nuevo consenso” de carácter bipartidista  que reconoce el fracaso del anterior. En ese sentido, no hay que esperar grandes cambios sino importantes ajustes. Si el objetivo parece unir a demócratas y republicanos, los medios y las estrategias dividen. Obama pensó sobreponerse con “más globalización” (firma del acuerdo Transpacífico), con el multilateralismo (apostar al G20 y a los aliados tradicionales) y a partir de negociar de buena fe con China (acuerdo bilateral sobre ciberespionaje en 2015). Por su parte, Trump siempre pensó que al ascenso de China se lo combatía con “menos globalización” (salida de acuerdos comerciales y cuestionamiento al offshoring), con menos gobernanza global (desapego del multilateralismo institucional) y bilateralización de la disputa, siempre asumiendo el aún mayor poderío de EE.UU. Es de esperar que Biden exhiba aspectos mixtos. De seguro buscará reforzar las alianzas tradicionales y recuperar algunos elementos propios del orden internacional liberal que supo sostener la hegemonía norteamericana pero demostrando mayor firmeza y manteniendo posiciones duras en temas de sensibilidad estratégica.

Estados Unidos y China se encuentran enfrentados en muchos rubros (comercio, 5G, carrera espacial), pero también son muy interdependientes entre sí ¿Existe alguna similitud entre el actual conflicto y el de EE.UU. y la URSS durante la Guerra Fría? ¿Hay posibilidades de una guerra?

Actis: La gran diferencia con la Guerra Fría es la fuerte interdependencia. Es una relación muy imbricada con intereses solapados, en especial en el sector privado. Hacer una cirugía ahí (como intentó Trump) es muy difícil y costoso. El máximo nivel de intercambio comercial entre EE.UU. y la URSS en la Guerra Fría fue de US$ 4.000 millones anuales. Hoy China y EE.UU. comercian eso en 3 días (US$ 540.000 millones anuales). China tiene en su poder US$ 1,3 billones en bonos del Tesoro de EE.UU. y las firmas de ambos países son claves en las principales cadenas globales de valor.  En la Guerra Fría, existía el temor a la “destrucción mutua asegurada” (la denominada MAD, por sus siglas en inglés) debido a la capacidad nuclear de las superpotencias. En la actualidad, se suma otro temor, el de una nueva y actualizada “destrucción económica mutua asegurada”. Claramente ese es un gran límite a la confrontación y la idea de desacople. Ahora bien, siempre que un “potencia en ascenso” converge en las capacidades materiales de poder con la “potencia establecida”, la conflictividad es la norma del sistema. No tanto por las ambiciones del primero sino por el temor que genera en el segundo. Nunca antes en la historia una potencia ascendió de manera tan acelerada y en diferentes dimensiones del poder como lo hizo China, y en consecuencia nunca antes una potencia dominante enfrentó un cambio tan dramático en su posición relativa de poder como EE.UU. en las últimas dos décadas. El profesor de Harvard Graham Allison analizó 16 casos históricos de transiciones hegemónicas: 12 de ellas terminaron en guerra. Por lo señalado antes, un enfrentamiento bélico hoy parece lejano pero la historia y las matemáticas nos advierten que el inesperado y muchas veces descartado acontecimiento que precipite una guerra por la hegemonía global no puede ni debe subestimarse

¿La pandemia ha acelerado el deterioro de la relación Washington-Pekín?

Creus: La conflictividad entre EE.UU. y China es estructural y anterior a la pandemia. Lo que hizo la pandemia, además de acelerar la disputa, fue tornarla más evidente. El Covid-19 puso de manifiesto la centralidad de EE.UU. y China para el mundo. El dólar determinó el protagonismo de EE.UU, asegurando a través de la Fed la liquidez suficiente para evitar una crisis de deuda generalizada. Por otro lado, la composición actual de las cadenas globales de valor y el tamaño de su mercado interno determinaron el protagonismo de China. La recuperación de la economía global depende en buena medida de la recuperación de la economía china. La pandemia azotó al mundo en momento de plena disputa hegemónica entre EE.UU. y China, dejando en evidencia el peligro de una crisis incluso mayor que la del propio virus, la crisis del liderazgo global. Ninguna de las amenazas que hoy enfrenta el mundo puede ser gestionada y controlada de manera efectiva sin el concurso de los dos grandes poderes.

¿Qué problemas internos y/o externos deberán resolver China y EE.UU. en los próximos años?

Creus: El principal desafío que ambos enfrentan en el plano externo tiene que ver con el entendimiento mutuo y la gestión del vínculo bilateral, puntualmente cómo construir una “sociedad de rivales” en la cual una sana competencia no impida la cooperación y la asunción conjunta de responsabilidades para hacer frente a los grandes desafíos globales, sea que se trate de una pandemia, del cambio climático o de la gestión ordenada de los desequilibrios macroeconómicos y financieros en el plano internacional. En paralelo y siguiendo con el plano externo, ambos deben reforzar su capacidad de atracción en términos de poder blando, la disputa de narrativas seguirá y reforzar las alianzas será en este sentido será importante. En lo que refiere al plano doméstico, la pandemia planteó naturalmente, y aún plantea, un desafío para los liderazgos políticos en ambos países, en tanto que además de la crisis sanitaria, agudizó prácticamente todos los problemas previos que los distintos actores arrastraban. En este sentido, preservar la cohesión interna y reforzar el liderazgo político es un fundamental. Si la capacidad política disminuye, los recursos materiales se ven afectados. Por lo tanto, la mejora o disminución de las capacidades de un Estado está fuertemente condicionada por el liderazgo político de esa nación.

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